Ganó el que quiere construir, no destruir

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EDITORIAL 

Iván Duque obtuvo hoy la mayoría de la votación de una población cansada de la falta de gobernanza efectiva, la lejanía del poder, la indolencia y sobretodo la polarización.


Querer desmenuzar la victoria de Iván Duque seria extenso y se podrían omitir demasiados detalles valiosos. Lo más práctico y concreto es poner en evidencia los fenómenos a grandes rasgos que tuvieron lugar en el país, que terminaron decantando la balanza por la opción de centro-derecha. Sí, efectivamente es el “regreso del uribismo”, pero creemos que esto va mucho mas allá de un hombre o de un movimiento. Duque logró desprenderse por naturaleza de una sombrilla que lo tapara y le generara resistencia, como pasó hace cuatro años con Óscar Iván Zuluaga. Sin abandonar el uribismo pudo capitalizar una imagen de renovación, frescura, amabilidad y sobretodo de confianza, algo que necesita ahora más que nunca la nación.

La polarización, la pelea, el disenso conflictivo, tiene a Colombia sumergido en un agua turbia que no deja progresar, hemos querido hacer la paz con los grupos armados pero la violencia en el discurso y los debates se han hecho presentes, aun en los círculos más educados. El tachar al otro de malo si no está con uno, de ladrón o corrupto si está con el uno o el otro, un encasillamiento continuo, ha desgastado los valores, amistades, familias y toda clase de relaciones entre personas.

Está probado que el resultado de una elección no es más que una respuesta a la forma de gobernar, una respuesta que en el caso colombiano solo se da cada cuatro años, pero que cuando sucede lo hace de una manera irruptiva, fuerte y sin temor a nada. La victoria de Duque significa la derrota de la vieja clase política; de las maquinarias; el actual gobierno y sus aliados; gran parte del periodismo; la izquierda; entre otros. Duque nació como una opción casi expuesta al sacrificio en cualquier momento, tuvo valles y picos, tenía resistencia alguna dentro de su partido, quizá no era el que mejores credenciales tuviera para presentarse en este momento, pero sí poseía unas capacidades innatas de liderazgo, conexión humana y calidez de persona. Lo último quizá fue lo más vital para la segunda vuelta, se enfrentó con un candidato cargado de odio, rabia, resentimiento y con ganas de acabar de un plumazo con muchos elementos esenciales del Estado y la sociedad.

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El gran reto que ahora tiene el nuevo presidente es hacer una inmejorable presidencia en tan solo cuatro años, no solamente tendrá una fuerte oposición, sino el tiempo en su contra, que se le hará más corto al tener infinidad de necesidades en materia de reformas, como a la justicia, política, economía, salud y pensiones. Tendrá que reorganizar el gobierno, tratar de reducirlo, pues tiene un tamaño demasiado extenso, como también la necesidad imperante de conectarse con las regiones. Esto último le pasó una cuenta grande al presidente Juan Manuel santos, pues creyó que desde Bogotá se podría manejar todo el país y ahora al final de su gobierno debe dar fe de que no se puede, que es imposible, que supone una tarea suicida.

Confiamos plenamente, y así lo dimos a conocer en nuestro último editorial con el apoyo a Iván Duque, en que este nuevo gobierno sabrá reorientar el rumbo, organizar lo que va mal, eliminar todo lo que no se necesita, y devolverles la esperanza a 50 millones de colombianos. Deberá rodearse bien, ser coherente con su discurso a través de los actos, honrar su palabra de campaña, y demostrar que sí se pueden hacer las cosas de una manera decente, eficiente y responsable. Si al presidente le va bien, a todos nos irá bien; por eso debemos rodearlo, apoyarlo cuando es el caso y sentar la voz de protesta cuando lo amerite. Ningún gobierno será perfecto, pero si entre todos logramos crear una base sincera de apoyo, lo más seguro es que nuestra calidad de vida mejore y el país salga adelante.

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