El éxito empresarial reposa en la capacidad de construir modelos organizacionales que asuman los retos y superen sus problemas.
Por: Miguel Gómez Martínez
“Que pereza ese empleado; siempre me trae problemas”, es una frase que se escucha con frecuencia en los niveles gerenciales. Algunos parecen no entender que la labor del gerente es enfrentar y resolver los problemas.
Una empresa es un cúmulo de dificultades. Quienes han sido sólo empleados no captan lo desafiante que es asumir una función de liderazgo en una compañía. Desde que llega su oficina hasta que la abandona al final de una intensa jornada, el gerente está recibiendo, de todas las áreas, problemas que debe resolver. Por ello, la persona que no le gusta tomar decisiones no debe asumir responsabilidades gerenciales. Para eso están los cargos de planeación o de operaciones donde la necesidad de tomar decisiones es mucho menos apremiante.
En administración de empresas no hay desafíos que se resuelvan solos. “Nada funciona pero todo está bien” parece ser el lema de muchas organizaciones. Esto se debe a que, en muchos casos, la ineficiencia no es considerada como un problema.
Repetir el mismo error no es ganar experiencia; es una chambonada. Muchas veces nos acostumbramos a vivir con los problemas en lugar de corregirlos. Esto es evidente en el caso de las entidades públicas, pero sin duda, es muy frecuente también en las privadas.
La solución de los problemas es, así muchos no lo quieran reconocer, la esencia de la función gerencial. Entender el meollo de la dificultad, desdoblar la complejidad del mismo para identificar las soluciones posibles e implementar los correctivos, es actuar con un pensamiento sistémico que logra superar la dificultad y avanzar hasta que sea necesario enfrentar un nuevo un problema. Desarrollar un cultura de control permite transformar un dificultad en una oportunidad para mejorar y acercarse a mayores estándares de calidad.
¿Por qué nos habituamos a los problemas? A veces se debe a que no queremos reconocer que los tenemos. Hay una tendencia al ocultamiento de los mismos porque se asocia que reconocer las fallas es aceptar que no hemos podido solucionarlos. En otros casos, el problema es el resultado de un conflicto interno que puede tener connotaciones personales o luchas de poder internas. Es necesario separar el problema, que es un reto organizacional, del defecto que es una característica personal. Muchas veces confundimos las dos dimensiones y creemos que, si salimos de la persona que tiene una falencia, se va a resolver el problema y resulta que persiste la dificultad pues se trata de una falla en los procesos o en los sistemas de información.
Aceptar que el problema es inherente a la gerencia es indispensable si se quiere desarrollar una empresa con vocación de mejoramiento continuo. Como en la vida, los problemas se agravan si tardamos en enfrentarlos. También resulta cierto que, en los ambientes competitivos que hoy caracterizan los mercados, son las empresas que mejor resuelven los desafíos y las dificultades las que logran mantenerse en el tiempo.
El éxito empresarial no consiste en tener organizaciones que no tengan problemas pues ello es imposible. El éxito reposa en la capacidad de construir modelos organizacionales que asuman los retos y los superen.