Por: Wilmar Vera Zapata
En el mundo arrabalero de hace 100 años existía un personaje llamado el guapo. Este se caracterizaba por esgrimir con la misma facilidad un arma blanca como una hombría rayana en la estupidez. En cuentos y novelas, en especial del centro del país, así como en registros de la prensa sensacionalista de la época, quedaron registrados para la posteridad.
La principal característica de este personaje era su extraña concepción de valentía. Una mirada equivocada, un roce espontaneo o la lucha por el amor de una copera -otro personaje infaltable- podía generar una verdadera carnicería. Muchas de esas historias terminaban siendo narradas en Medellín, por ejemplo, por Do Upo (Alfonso Upegui Orozco), el periodista judicial más famoso del “diario leer de los antioqueños”, dueño de una habilidad para narrar con soltura y gracia las historias de violencia que pululaban en la Antioquia de hace medio siglo.
Hoy la palabra se pone de moda gracias al rifirrafe entre el alcalde de Medellín y el jefe del partido de la tercera y cuarta letra.
Desde esa tribuna que es Twitter, el ex presi (dente, diario) desde alguna de sus haciendas se fue lanza en ristre contra Quintero, acusándolo de ser flojo en el tema de la seguridad y como no es “guapo” sino con quienes lo atacan a inseguridad en la ciudad sería diferente. El burgomaestre le espetó que “6402 jóvenes, la mayoría de Antioquia, hubieran preferido un presidente menos guapo” a lo que el jefe del partido de gobierno lo bloqueó en Twitter, por lo que deberá conocer la actuación de Quintero por lo que le digan sus alfiles en la sociedad y la política departamental.
Además de lo curioso de esta pelea, la actitud del expresi (dente, diario) muestra el patético declive de un otrora líder y agitador de masas, igual como ocurrió con otros tantos que pensaron que el poder, la gloria y las loas durarían para siempre.
Dice una historia vieja que cuando un emperador romano llegaba triunfante en su desfile por las calles de Roma mostrando sus conquistas y logros, un esclavo iba detrás de él en la carroza ceremonial y le repetía constantemente: “memento mori”, recuerda que eres mortal. Cierta o no la anécdota, era una forma de bajar de las nubes al gobernante que, además, iba con el rostro dorado, a semejanza del sol.
DEL MISMO AUTOR: Feria de vanidades
Recuerda que eres mortal… Una advertencia para los que creen que, por tener poder y gloria, éstas serán eternas y no llegará nunca el declive inexorable y el fin de su existencia.
Eso estamos viendo: el declive. Muchos antes que él, otros pensaron que sus ideas eran eternas, que su voz era orden y confundieron sus ideas teas que iluminaban a la sociedad. A todo caudillo le llega su hora y muy pocos comprendieron que su papel protagónico había terminado y debían contentarse con unas líneas de actor figurante. La Historia es dinámica y quienes todo el tiempo tienen encima los reflectores terminan enceguecidos en su propio brillo.
Stalin, Mao, Pinochet, Castro, Chávez, Laureano Gómez, Duvalier, Putin, Trump, entre otros, no aceptaron su perennidad del cargo y confiaron que se siempre serían necesarios. Los caudillos viejos son más patéticos, como un hombre maduro travestido de joven. Es como si no hallara su lugar ni en el pasado que no existe ni en el presente que le queda grande. Están convencidos de que el futuro les pertenece y terminan bajo la implacable sentencia de la Historia que, por lo general, no es benévola con esa gente.
Las redes sociales se convirtieron en rings de boxeos donde con pocos caracteres se espera noquear al contrincante. O dejarlo tambaleante. El expresi (dente, diario) fue de los primeros de caer en ese juego y desde 2011 las usa para encender con su palabra la realidad política y social del país. A veces le funciona, en otras sabe con quién meterse a trompadas verbales y muchas más bloquea al que no le gusta.
Y el espectáculo sigue. Y es curioso ver el desespero de quien otrora sabía hasta cuándo una hoja se caía en el país y después confesar que de nada es responsable porque lo engañaron.
El guapo, de antaño, cometía los actos y asumía las consecuencias porque su propia filosofía le reclamaba ser consecuente, coherente, con su actuar de macho, porque era de acción y palabra. Hoy, es más fácil tirar la piedra y esconder la mano desde el celular.
“Fue a mis espaldas”, “me acabo de enterar” o “fui engañado por los soldados” son muestras de que a los presidentes colombianos les falta mucho para ser verdaderos hombres.