Lamentamos tan franco desacuerdo como el que tenemos con el señor Presidente Uribe y nuestros compañeros del Centro Democrático. Pero no podemos ocultar nuestra perplejidad y nuestra inconformidad con el Proyecto de Reforma Tributaria que han presentado ante sus compañeros del Congreso.
Por: Fernando Londoño
Después de haber leído unas cuantas páginas de historia económica, no nos habíamos tropezado con la idea de recuperar la economía moliendo a palo a los que trabajan, a los que han formado un capital, a los que crean empleo y bienestar. Palabra que no.
Las cosas son lo que son y no como se las llame. Y ese larguísimo y farragoso nombre del proyecto, no le quita lo que es: un arbitrio para cuadrar la caja fiscal. Lo demás es literatura.
Tampoco sabíamos, aunque la vida esté pasando y ya no sea hora de aprender, como decía el poeta, que una Reforma Tributaria empiece por gastar mucho más. Hasta ahora, el que pedía más impuestos prometía gastar menos. Duque está patentando la fórmula de esquilmar al contribuyente prometiéndole que gastará más. Desde luego que lo hará en beneficio de los más pobres, de los viejitos sin pensión, de los jóvenes sin empleo.
Si esa fórmula, la de regalar a manos llenas al que no tiene, fuera tan eficaz como aseguran, la economía habría dejado de ser hace años el complejo mundo en que consiste. Si tiene pobres, regáleles cosas y dinero y dejan de ser pobres. ¿Maravilloso, no? Lamentablemente, las cosas no son así, sino al revés. El asistencialismo es un recurso último de muy difícil administración y más difícil digestión. La asistencia universal miente, degrada, envilece, empobrece, corrompe.
El disfraz asistencialista es pobretón, populista, irresponsable. De otra manera, valga insistir, la cuestión económica sería como coser y cantar. Regale… y ya está. Ese sí es el milagro económico de la Historia.
La Reforma le pega a todos los que tienen algo, porque lo trabajaron y no lo dilapidaron y a todos los que trabajan para producir.
La Reforma le pega a todos los que tienen algo, porque lo trabajaron y no lo dilapidaron y a todos los que trabajan para producir.
El impuesto al patrimonio es un desatino y un abuso. La señal hacia adelante es de bárbaros: no se le ocurra ahorrar, amigo, porque lo espero, garrote en mano, para quitarle lo que tiene. Despilfarre, esconda, consuma lo que no necesite, viaje, compre cosas suntuarias. No se le ocurra formar un capital. ¿Qué tal el mensaje? Francamente corruptor y detestable.
Después de volver pedazos al capital acumulado, la Reforma se revuelve con furia contra la economía productiva. Es como si irritara al Doctor Carrasquilla el que tenga compatriotas deseosos de trabajar y producir.
Decían los antiguos políticos, que no tuvieron largos períodos de descanso en Washington, que la gasolina es de cuidado, en cuanto peligrosamente inflamable. Con ello querían decir que elevar su costo sin cuidado subleva al país entero. Porque la gasolina- increíble que sea necesario recordarlo- transmite su costo a todos los bienes que se transan en el mercado. No hay cosa que se produzca sin insumos que se transportan y luego sean de llevar a la fábrica, a la casa o a la finca del que los requiere. La gasolina tiene un precio de muy complejo equilibrio. Pues de un plumazo, sin anestesia, la encarecen de un diez a un quince por ciento. Una locura económica y una irresponsabilidad con la paz pública. Hacemos votos porque los transportadores, y los que compran para producir más, sean tan pacientes como nunca lo fueron. O tan convencidos de que bien vale todo por el sagrado principio de la solidaridad.
La gasolina es un costo fundamental en la competitividad económica. Ese aumento desaforado nos saca de todos los mercados.
Como si no les bastara con semejante enormidad, los autores del proyecto le dan una garrotera a todos los que consumen energía, con el buen modo de decirles que tienen que pagarla más cara que en cualquier parte, porque han cometido el delito de conformar la legión de los miembros de los estratos 3,4,5, y 6. ¿En qué estratos estarán las tierras de las fábricas nuevas? Es tan elemental en economía que uno de los costos decisivos en la competitividad es el de la energía, que no sabe uno a qué recurso acudir para que lo recuerden el Presidente y su Ministro de Hacienda.
Juró el Presidente que no tocaría los precios de los alimentos. Pero lo hizo, por la puerta de atrás, como acaba de denunciarlo el doctor Jorge Enrique Bedoya, Presidente de la SAC. La comida costará un 5% más, para todos, incluidos los más pobre en cuyo homenaje se cometen estos disparates.
Y la lista crece cada minuto que pasa. Ya se sabe que gravarán la conectividad, porque el internet es para los ricos. Y siga la cuenta.
La hoguera está organizada y solo falta encenderla. ¿Será el Congreso menos insensato que el Presidente?