Por: Amylkar Acosta
“Leandro Díaz deja de llorar / y suspirar el día que muera”. Leandro Díaz D.
¿Quién más que Leandro Díaz Duarte se podía ganar el apelativo, ya en su edad provecta, de El Homero de la Provincia? Ciego de nacimiento, ello nunca fue para él impedimento para escalar hasta el pináculo de la fama como el más grande entre los grandes compositores de la música vernácula. Desde la humildad de su cuna aldeana en la vereda de Alto Pino, en Lagunita de la Sierra (La Guajira), se yergue este hombre con una prodigiosa capacidad para componer las más lindas canciones, que en número superior a las 350 le granjearon el reconocimiento en vida como el mejor.
Bien dijo el compositor y sobrino del Maestro Rafael Escalona, Santander Durán Escalona, refiriéndose a Leandro, que él era “la leyenda viva de la música vallenata”. Por su parte, el reputado periodista Juan Gossaín no ahorró elogios para él, al que consideró “como el más sensible de todos los músicos de esta tierra pródiga de poetas y cantores que remontan a las sierras y los ríos y andan y desandan los valles como si fueran los últimos juglares que quedan sobre la tierra”. Esta es, tal vez, la más fiel descripción de Leandro Díaz, juglar por antonomasia y andariego como él solo.
Para Leandro Díaz la ceguera no fue ninguna incapacidad. Los ojos, que para los demás, como se suele decir coloquialmente, son espejo del alma, para él fueron un espejo sin luz, y por un don de la Divina Providencia en su reemplazo tuvo la inspiración. Como él mismo lo dijo bellamente en una de sus canciones, “si él la vista me negó para que yo no mirara, en recompensa me dio los ojos bellos del alma”, a través de los cuales ‘veía’ lo que el resto de mortales videntes no veía. O, acaso, ¿quién describe mejor que él la primavera que “entra” el 22 de marzo y con ella “le entra alegría a la tierra”?, ¿quién capta mejor que él la “sonrisa de la sabana cuando Matilde camina”?
Y qué decir de esa composición magistral La diosa coronada, que inmortalizó y universalizó nuestro laureado Gabriel García Márquez, que la admiró tanto al punto que una de sus estrofas le sirvió de epígrafe de su novela El amor en los tiempos del cólera, una de sus más notables obras. “En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”, seguramente tarareó Gabo al transcribirla.
El también compositor e intérprete del vallenato clásico Ivo Díaz, vástago de Leandro y caracterizado exponente de esta dinastía, dijo de él que “fue un hombre que supo conquistar los corazones con sus canciones o su sola presencia”, y no le faltaba razón, porque Leandro era una caja de música y adonde quiera llegaba, siempre de la mano de Ivo, que además de ser su hijo fue su lazarillo, era el centro de atención y de la admiración de todos.