Por: Miguel Gómez Martínez
Los colombianos somos indolentes, egoístas y cobardes.
Fui criado en esa idea de que los países son grandes si sus gentes tienen propósitos comunes e identidad nacional. El talante de un pueblo explica su destino. Por ello los alemanes, que hasta 1848 no tuvieron país, eran una nación mucho antes de ser un país.
Francia es un ejemplo de singularidad. Siempre se han sentido diferentes y es ese deseo de no ser iguales a sus vecinos lo que los identifica como sociedad. Y los ingleses, felices en su insularidad que los protege y aísla al mismo tiempo, son únicos en su forma de ver el mundo y comprenderlo. Los polacos han sido forjados por la amenaza de los vecinos que los desprecian, los rusos han incorporado en su definición nacional la fortaleza que caracteriza su inmenso territorio y su historia terrorífica.
Más cerca de nuestra realidad, los estadounidenses intentaron construir una nación en un híbrido de migración diversa y libertades individuales. Esos dos pilares tambalean hoy por los martillazos de la xenofobia de Trump y la obsesión por la seguridad que amenaza las preciadas libertades individuales. Los mexicanos tienen un encendido patriotismo que soporta todas las derrotas, desde la pérdida de territorio hasta la humillación constante de su vecino poderoso. Los brasileños están convencidos de su grandeza e importancia a pesar de la evidente incapacidad de ser más que un gigante de pies de barro. Admiro a los chilenos, considerados como seres aburridos por los demás hispano- hablantes pero que han construido un país próspero en medio de unas difíciles condiciones geográficas y topográficas.
Creo que los venezolanos son hoy una nación grande así su país esté destruido por el populismo idiota de Maduro. Han sufrido juntos y el dolor común forjará un futuro grande para el bravo pueblo. No volverán a caer en la tentación del facilismo.
¿Y Colombia? Somos una nación de regiones diversas, sin grandes divisiones étnicas, religiosas, idiomáticas o culturales. Tenemos mucho potencial. Hay desigualdad económica y corrupción como en todas partes. Pero somos indolentes, egoístas y cobardes. La indolencia nos impide ser constantes en nuestros propósitos, el egoísmo nos convierte en insolidarios y la cobardía nos hace vulnerables a la amenaza. Le tenemos miedo a cualquiera y preferimos mirar en la otra dirección.
A los colombianos nos falta cohesión y sentido de pertenencia. Como pueblo somos culpables de lo que nos sucede. Y lo somos porque tenemos una clase dirigente, pública y privada, que lleva décadas sin estar a la altura de nuestros desafíos.