La cumbre multipolar del G-20

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Por: Juan David García


La Cumbre del G-20, que se celebra este 30 de Noviembre en Buenos Aires, Argentina, es un encuentro de magnitud global. Las veinte mayores economías, que juntas comprenden el 85% del PIB mundial, se reúnen para discutir y deliberar sobre los desafíos económicos, políticos, sociales y ecológicos que enfrentan las sociedades de hoy. Este año, los asuntos puntuales son la guerra comercial entre China y los Estados Unidos, y la ratificación de los compromisos medioambientales que los países han suscrito, en relación con el Acuerdo de París. En la reunión de 2017 no se logró el consenso en estos dos aspectos, y las diferencias entre los participantes se hicieron notorias, cuando el presidente Trump decidió retirarse del acuerdo que contemplaba medidas drásticas para contener el cambio climático.

Aunque este escenario, de forma similar al Foro Económico Mundial o las distintas cumbres de bloques regionales, se fundamenta en la promoción del diálogo y la cooperación multilateral, los analistas políticos y los grandes medios de comunicación deberían procurar una postura menos catastrofista de las discrepancias que hay entre los países y sus líderes más destacados. En programas como Hard Talk, de la BBC, o Globoeconomía, de CNN en Español, el conflicto que enfrenta a Estados Unidos y China es la antesala de la próxima guerra, desconociendo que las relaciones internacionales actuales, al menos en lo atinente al intercambio económico, tienden a ser de suma positiva y cada estado busca asegurar de la mejor forma posible sus intereses nacionales, lo que implica la asunción de riesgos para todos. Así, el hecho de que Donald Trump anuncie el incremento de los aranceles a las importaciones provenientes de China, o que Xi Jinping haga lo propio con los productos estadounidenses, no va a conducir a los dos a una inexorable confrontación militar en el Mar de China meridional. Antes bien, de las discrepancias surgen los acuerdos.

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El hecho de que esta cumbre se realice por primera vez en un país latinoamericano, expresa el carácter descentralizado de los asuntos internacionales y, sin desconocer la preeminencia de las superpotencias y su indiscutible poder de decisión, confirma el mundo multipolar en que nos hallamos. Argentina, con todo y su crisis económica, sigue siendo un actor clave en el entorno regional, como sin duda lo son Brasil y México (país con el que, dentro de la cumbre, Estados Unidos y Canadá formalizarán el Usmca, el acuerdo que reemplaza al Nafta), al tiempo que es impensable un encuentro de esa magnitud sin los más grandes de la Unión Europea, en plena coyuntura con Reino Unido por el Brexit, o dejar por fuera a economías emergentes como Turquía, Sudáfrica y Arabia Saudita.

Con frecuencia, los juicios éticos y morales al comportamiento de los estados, como en el caso de la monarquía teocrática saudí o de la dictadura china, subestiman la importancia estratégica de estos actores para resolver los grandes problemas, como el terrorismo internacional, la transición energética, los cambios tecnológicos, la conflictividad regional y la inestabilidad política. El idealismo político se contradice, cuando imagina la concordia universal y a todos los líderes del mundo tomándose de las manos, y luego los condena por su buen entendimiento. Es seguro que en la Cumbre del G-20 no se encontrará una solución definitiva a los males contemporáneos, pero cada foro o espacio de discusión es más bienvenido que el aislamiento o el conflicto violento.

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