¿Puede la democrática derecha colombiana dar un golpe de estado?

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¿Puede haber un golpe de Estado en Colombia? Sí, puede haberlo. ¿Vale la pena?


Por: Wilmar Vera Zapata

¿Puede haber un golpe de Estado en Colombia? Sí, puede haberlo. ¿Vale la pena? El golpe es el rompimiento constitucional, con frecuencia liderado por militares respaldados por civiles, políticos para ser más exactos, es un escenario posible y parece que desde el Congreso y los medios hegemónicos preparan el fuego para ese cocido.

Que en pocos días llegue el primero gobierno progresista a la Casa de Nariño, donde esperamos sea revalidada la figura del Primer Mandatario de los colombianos, redes y periodistas de medios propagandísticos –brazo mediático de la élite- deslizan en la opinión pública la idea de una inconformidad generalizada, de la gente de bien, contra Gustavo Petro y su propuesta de cambio y desarrollo.

En los años 30 y 40, el filonazi Laureano Gómez desde el periódico El Siglo y como líder del Partido Conservador, fustigó a la República Liberal con el fin de hacerla “invivible”. Fue tan efectiva que sus semillas de odio y violencia crecieron y se multiplicaron en el campo y ciudades, que fertilizó la prensa escrita, la radio y los púlpitos de las iglesias politizados a lo largo del país.

La crisis política generada por los conservadores impulsó el fallido golpe de Cortés Vargas contra Alfonso López Pumarejo, pero marcó la fractura entre el Ejecutivo y las fuerzas militares, que aprovecharon los enemigos de la democracia para atacar a los que desearon cambios sociales.

No hay que olvidar que el nuevo gobierno ha deseado retomar los principios liberales y modernizadores de López Pumarejo, que en su primero gobierno (1934-1938) llamó “La revolución en marcha”, que se ha remozado en este siglo XXI, como estrategia de superar la etapa oscurantista que podríamos llamar la Degeneración (caricatura de la Regeneración de Núñez) que comenzó exactamente hace 20 años.

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El general Gustavo Rojas Pinilla fue el siguiente ejemplo de ruptura constitucional, siendo victimario y víctima, en 1953. En el primer caso, con el apoyo de Mariano Ospina Pérez y diferentes líderes liberales, sacaron del escenario político al mismísimo Laureano Gómez, cuando en su locura pretendía llevar al país a un escenario retardatario peor que el liderado por su admirado franquismo en España (régimen reaccionario conservador católico que gobernó desde 1939 a 1976). Y fue víctima cuando esos mismos politiqueros liberales y conservadores, junto a la clase empresarial politizada, los medios de comunicación nacidos bajo el amparo de los partidos y las Iglesias defenestraron al “segundo libertador” en 1957.

Si fue bueno o malo, esa es otra discusión. Sin duda, fue con el general que se inauguró el concepto del gobernante-ladrón, ese que no llegó a servir sino a ver de qué me sirvo, modelo que parece llevar al paroxismo delincuencial el actual residente de la Casa de Nari que entregará el cascarón (ojalá), el próximo 7 de agosto.

“Ruido de sables” padeció Samper y Pastrana, alboroto golpista que fue diluido violentamente cuando se comprendió que EEUU no apoyaría a un usurpador, lo que de acuerdo con unas versiones llevó al asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, hijo de Laureano, y que presuntamente fue invitado a liderar un gobierno de transición. Estados Unidos, al parecer, no dio su bendición al acto subversivo.

Hoy, los medios hegemónicos (apéndices de los grandes conglomerados económicos) riegan la bola de que hay malestar por un modelo que aún no llega y porque vienen funcionarios que –esperamos- no les tiemble la mano contra los corruptos. El miedo es que se descubran los torcidos que como el sol son evidentes en todos los niveles del Estado, pero que son difíciles de ver a simple vista.

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Y a ese concierto se une el coro de la nueva “oposición”, temerosa de que Petro actúe como ellos, amenazando, persiguiendo y asesinando a los que no estaban a favor del orden natural de las cosas: ellos gobernando y los demás obedeciendo. Y si no les gustaba: “bala es lo que hay, bala es lo que viene”, “se callan o los callamos”. La ridícula idea de democracia de las Derechas criollas.

Casi 400 reinsertados y más 300 líderes asesinados impunemente dan fe de esas consignas.

Además, los huérfanos del poder sienten la amenaza de ser descubiertos y prefieren destruir la institucionalidad que afrontar sus criminales actos. Ahí están hablando en los medios que son portavoces del apocalipsis. A ellos les iría fácil: saldrían a Miami a despotricar del caos que generaron, confiados en que el humo del incendio no dejaría ver las brasas que alimentaron. Como cuando el dinero del cártel a Samper dirigió los reflectores contra su gobierno, no a la campaña de Pastrana que también recibió recursos ilícitos.

Puede haber un golpe de Estado, blando o duro. Un sabotaje al primer gobierno progresista de Colombia. Y con eso vendría una frustración más para el pueblo colombiano mientras los poderosos de siempre afilan sus garras para lanzarse de nuevo y rapar el poder, el presupuesto nacional.

No es un escenario absurdo. De frustración en frustración se ha constituido la exitosa relación de la Derecha con el pueblo colombiano.

Ñapa: No olvidamos que el caso del asesinato de Eliécer Santanilla sigue su paso triunfal a la impunidad y que sus denuncias terminaron ahogadas por la espesa corrupción que cubre al departamento del Quindío. #JusticiaParaEliecerSantanilla

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