La generación perdida

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«…Aunque una generación sea desterrada de su propio tiempo, no significa que todo esté condenado. La generación perdida».


Por: Orlando Buelvas Dajud

«Sois una generación perdida» – Gertrude Stein

Una noche de febrero de 1923 Archibald McLeaish caminó bajo el frío de Boston desbordado por el recuerdo de sus sueños juveniles. Por entonces, trabajaba como abogado en uno de los bufetes más importantes de la ciudad. A la mañana siguiente fue citado por todos los socios del bufete, quienes sorprendieron a Archibald con la decisión de nombrarlo, desde ese día, como socio de la prestigiosa firma. Mcleaish respondió con una renuncia, pues tenía otros planes en mente. Dejaría de ser abogado para perseguir su sueño de convertirse en poeta en París.

Durante la primera guerra mundial toda una generación fue masacrada, provocando un desequilibrio social en Europa, conllevando a que los valores y principios morales fuesen cuestionados e incluso invertidos. Los jóvenes sobrevivientes a la guerra se convirtieron en personas que no tenían nada que perder. Muchos volvieron a Europa para perseguir sus sueños, entre ellos McLeaish, Ernest Hemingway, Dos Pasos, Fitzgerald y otros que fueron acogidos por la París de los años veinte. Existía una celebración continua por la vida, reconstruyendo el pasar del tiempo que la guerra había absorbido.

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Ernest Hemingway

Así, durante el auge de los “felices años veinte”, años enmarcados por la posguerra e importantes desarrollos económicos, un numeroso grupo de artistas víctimas de la guerra y un profundo sentimiento errante, fue catalogado por Gertrude Stein como la “Generación Perdida” inspirada por una casualidad ocurrida en un taller, donde la artista escuchó al dueño del establecimiento gritarle a un joven mecánico “¡Todos vosotros son una generación perdida!”, por su demora en el cumplimiento de sus deberes.

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La denominación de “perdida” llegaba, por su cualidad solitaria, eran las personas que alcanzaron la mayoría de edad durante la primera guerra mundial. Personas, quienes abandonaron la rígida moral occidental para apegarse a la realidad que los rodeaba. Eran hombres y mujeres desorientados, que estaban dispuestos a darlo todo por reencontrar la vida que les fue arrebatada.

Ernest Hemingway volvería a París en 1921, pero antes, en 1918 fue voluntario de guerra manejando ambulancias en Italia. Sus vivencias en la guerra lo marcaron, como a toda su obra, pasando por los cuerpos triturados encontrados en una fábrica de Milán, para luego ser malherido por un mortero en una de sus piernas. Pero el mayor peligro que amenazó la vida de Hemingway no fueron las balas cargadas de pólvora, sino la depresión, el alcohol y, principalmente, él mismo.

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El joven Ernest se enamoró de una enfermera americana llamada Agnes, quien era siete años mayor que él. Durante su apasionada relación juraron estar juntos para siempre y contraer matrimonio apenas la guerra lo permitiera. Pero como bien es sabido, la vida se burla de todos en algún momento, pues solo dos meses después de haber iniciado dicho compromiso, Agnes envió una carta escrita a mano al pobre Hemingway donde le comunicaba que ya no podrían casarse, pues ella estaba comprometida con un oficial italiano.

Scott Fitzgerald, el autor de “The Great Gatsby” y “This Side of Paradise”, no tuvo mejor suerte. Con poco más de 20 años, conoció a Zelda Sayre quien se convertiría en su mayor obsesión y condena. Pasó por la milicia y luego viajó a Europa donde recorrió el famoso salón Stein, de la mano de las grandes mentes del momento como Picasso, Lewis o Ezra Pound. Fue víctima de su relación, ante los pocos ingresos que la literatura le procuraba fue abandonado por Zelda, quien solo reapareció cuando los libros de Scott cultivaron mayor fama, pero nada de eso lo salvó de las infidelidades de su amada ni de una muerte prematura.

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París era entonces el punto de convergencia donde la indiferencia hacia la muerte tomó lugar, infinidad de jóvenes expatriados pasaron por el salón de Gertrude Stein con el fin de hallar su identidad dentro de una época que olvidó a sus hijos.

Así, la generación perdida quedó para siempre dentro de la literatura, luego de que Hemingway presentara a Stein su obra “The sun also raises” cuyas líneas inmorales suscitaron en la maestra del arte moderno incomodidad, pero lo cierto, es que se convertirían en las líneas que transformarían la prosa moderna.

De alguna manera, todas las generaciones están perdidas, dentro de su lucha por compaginar en el acelerado alud de emociones que acarrea la existencia. Aun así, cada uno debe ocuparse de su historia, vivir su propia vida con valentía, pues, aunque una generación sea desterrada de su propio tiempo, no significa que todo esté condenado.

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