Esta publicación hace parte de la tercera edición de la Revista 360, la cual puede encontrar en el siguiente enlace: https://issuu.com/revista_360/docs/revista_360_edicion_3-2
Por: David E. Santos Gómez – Columnista y magíster en estudios humanísticos
El triunfo de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil representa, más que el inicio, la consolidación de un nuevo ciclo geopolítico. Expresión de los sentimientos más racistas y xenófobos y homofóbicos y misóginos de la política contemporánea, el capitán retirado y nostálgico de la dictadura canaliza los peores rasgos de una sociedad cansada de la democracia contemporánea. Bolsonaro hace palidecer a aventajados del insulto como el estadounidense Donald Trump o la francesa Marine Le Pen, pero, a fin de cuenta, es síntoma de los mismos malestares: un mundo que regresa a los valores más contestatarios porque cree que así paleará mejor la crisis económica, las cifras crecientes de inmigrantes y los escándalos de corrupción. “El mundo se va al desbarrancadero” -repiten las turbas- “y es necesario una mano dura para enderezar el timón”.
Y nada es más fácil de vender en el marketing político que el puño de hierro. Las sociedades asustadas corren a los brazos de figuras paternales que prometen orden en la casa, reglas estrictas y luces apagadas después de las nueve de la noche. Su arenga es simplista y atemorizante: somos nosotros los buenos y todo aquel que no nos siga se sale de la esfera de lo deseable. Y por ese mismo camino vuelven los nacionalismos, las reivindicaciones de un pasado ideal que muy pocos saben ubicar temporalmente y las marchas con los puños en alto y los ojos inyectados en sangre.
¿Pero cómo? Si la primera mitad del siglo XX nos enseñó esta misma historia y ahora parecía superada y todo se encaminaba a una unión de naciones más o menos estable y a un multilateralismo controlado. Pues la actualidad azarosa nos muestra que no. Que las torpezas políticas son cíclicas, como son cíclicas las confianzas de una población que no conoce su historia, que cree que las desgracias de hoy nunca se han vivido. Con ciudadanías que pierden aceleradamente su empatía y se doblegan a los sentimientos más individualistas.
La situación geopolítica actual es descorazonadora. Las extremas derechas miran el futuro entusiasmadas paradas en los escombros de los viejos partidos tradicionales. Y ante la cercanía del abismo, la solución no podría ser más errada: darle el mando a aquellos que encarnan los peores instintos para que, en vez de girar, aceleren con rabia y acaben con todos.
No estamos hablando de un simple desbalance en la cambiante marea de la política. La anomalía ha pasado a convertirse en norma y lo que está en peligro es el sistema democrático mismo. Porque a pesar de los buenos deseos y las intenciones de cambio hay que llamar a las cosas por su nombre. Por eso lo primero es reconocer el enorme reto que se nos viene encima y nos aplasta y lo segundo, buscar las formas alternativas para enfrentarlo.
La esperanza a este desasosiego está en recuperar una lucha feroz contra la apatía que parece adormecer a un porcentaje amplio de la sociedad, luego en una radicalización de la educación como base de la toma de decisiones y por último insistir en la sensatez del diálogo.
Es cierto, a veces parece imposible sostener un intercambio de ideas con agrupaciones que, por defender a su caudillo se comportan como barras bravas en tribunas de estadio, pero no hay otro camino que insistir en los hechos y evitar las especulaciones.
Es una paradoja insoportable que ahora, cuando contamos con los mejores medios de comunicación que tuvo alguna vez la humanidad, exploten de manera tan descarada y se propaguen con tanta impunidad las noticias falsas y las narraciones conspiranoicas. Y cambiar eso está en nuestras manos. Hay que acabar con la idea de que lo que le pasa a una nación es responsabilidad única y exclusiva de sus dirigentes.
Los radicales han logrado arrebatarle la razón a la política gracias a la idea de que el pueblo no es representado y dicen encarnar el retorno al liderazgo de las masas que son ignoradas. Pero cuentan con la irracionalidad que se formó tras el desencanto y el desgano de aquellos que creen que, ante las avalanchas que infunden temor, sus acciones no suman. Es falso. Las élites se sostienen gracias a un delicado equilibro en el que cada persona cuenta. Y estas élites que ahora quieren oscurecer con su sombra, no son las élites que nos merecemos.