«El Acuerdo Final se cocinó a espaldas del país que hoy, literalmente, debe tragar entero: se come todo o no se come nada».
Por: JOSE FÉLIX LAFAURIE
Con el fin de “generar confianza y credibilidad”, el Acuerdo Final incluye una “campaña pedagógica” con una etapa de ¡6 meses! solo para comunicar los contenidos, estimación que coincide con una que hice en anterior columna sobre el mínimo para medio divulgar tan farragoso documento, antes de que el pueblo vote con algo de entendimiento, considerando además las exigencias de la Corte sobre personas en zonas alejadas, discapacitadas y que no se comunican en castellano.
La Corte consideró que la divulgación “apenas con un mínimo de 30 días anteriores a la votación del plebiscito no garantiza el acceso real, efectivo y oportuno de la ciudadanía al objeto que será sometido a la votación popular”. Pero no importa lo que diga la Corte o lo que estime el Acuerdo mismo; el Presidente ya nos citó a las urnas el 2 de octubre, es decir, con apenas 36 días para decir Sí o No a las 297 páginas empaquetadas.
Liviandad y ligereza culpable del Gobierno en sus afanes políticos, a sabiendas de que el pueblo no alcanzará a masticar siquiera semejante orangután, comparable en extensión a la Constitución misma, a la cual, como si fuera poco, le será adicionado integralmente.
Liviandad y ligereza interesada de la clase política. Daba grima ver al presidente del Senado afirmar que en dos o tres días sacaban esa aprobación, cuando la Ley les dio hasta 30. Pero al final, qué más da, si el Congreso aceptó la ausencia de debate que se desprende de la disyuntiva sumaria entre el Sí o el No.
Liviandad y ligereza culposa o inocente de los colombianos, sometidos por la propaganda oficial, agobiante y hasta ilegal, a un chantaje emocional y determinista: el Sí o el No; la Paz o la guerra urbana; la última oportunidad; el mejor acuerdo posible; lo negociado es innegociable; la votación más importante de nuestras vidas; la llave del futuro.
Liviandad y ligereza de quienes impidieron la participación y el debate en la negociación. Nunca lo hubo más allá de La Habana. El Acuerdo Final se cocinó a espaldas del país que hoy, literalmente, debe tragar entero: se come todo o no se come nada.
Pero es ligereza pensar que la democracia es irreversible, y lo sabe bien el Presidente, que se ha visto obligado a borrar más de una promesa grabada en piedra. Todavía hay quienes piensan que se entregó mucho y que un acuerdo mejor es posible. Todavía hay quienes creen que no puede ser última palabra.