Para entender un poco lo que está sucediendo en Colombia, tenemos que abstraernos por un momento, aunque parezca irónico, de la arena política y centrarnos en la condición humana, en los sentimientos, en las percepciones, en la misma capacidad de negociación que tiene una persona sobre otra, y cómo el poder influye en muchas ocasiones de manera negativa para impedir que se den diálogos que permitan alcanzar un consenso, un acuerdo; puesto que el poder, para muchos, significa «yo mando, yo digo, yo hago» y se tiene que hacer lo que yo creo.
Conociendo los rasgos del presidente Gustavo Petro, tenemos un presidente que es terco, un presidente que tiene una capacidad innegable de obstinarse en sus creencias, sus posiciones y volcarse en contra de quien no piense como él; y eso, en una democracia, no es saludable, no es democrático porque ganar una elección, incluso con el 90% de los votos que este no fue el caso, no le da derecho a un presidente de imponer sus reformas. Y acá es cuando llegamos a la prevención y al prejuicio, para Gustavo Petro llegar a un acuerdo con personas que no están totalmente convencidas de sus reformas es perder ese terreno y es traicionar a su electorado.
También es cierto que en la oposición hay personas que no quieren que a Petro le salga ni media, como hay otras que dicen: «hombre, podemos trabajar en esto, en esto y en esto, y podemos irnos juntos bajo estos acuerdos».
Esos dos escenarios, hoy francamente los vemos imposibles y denotamos, con decepción, que un país no pueda llegar a estos acuerdos entendiendo que es el presente y el futuro de estas generaciones las que están en juego. Los dos costados tendrían que ser capaces de anteponer los intereses de la nación y no sus intereses o su ideología. Indudablemente no hay confianza, no hay unos canales de diálogo efectivos, el gobierno dice que va a oír, pero oír no es escuchar, y más allá de escuchar, que sería un avance mínimo, el reto está en ponernos de acuerdo en unos aspectos fundamentales que se separen de la ideología y estén alineados con conceptos no solamente jurídicos sino matemáticos, académicos, económicos, con modelos probados, con evidencia. Y a eso es lo que haría a los dos sectores políticos, al país entero, lo haría grande.
Como medio de comunicación, reconocemos que las marchas del pasado 21 de abril fueron históricas, y quien no lo quiera ver, mal hace al engañarse a sí mismo. La marcha de ese domingo reunió a más de un millón de personas en todas las calles de las principales ciudades del país. Para el gobierno, esto debería significar más que una amenaza, más que un reto, más que un problema: un llamado para que pueda establecer unos canales de comunicación no solo con los partidos políticos con presencia en el Congreso, sino que pueda implementar lo que escucha en las mesas de diálogo con todos los sectores. Es una queja recurrente: hacen reuniones, los citan a diálogos, los citan a mesas de trabajo, pero sus ideas no son tenidas en cuenta. No basta con instalar una mesa y decir que el gobierno escucha, no basta con decirle a los medios que están buscando consenso, si la voluntad nunca está, si la energía nunca está dirigida a llegar a acuerdos.Y mucho nos tememos que el desenlace de este gobierno en los dos años largos que le quedan se conviertan en una disputa de calle de ver quién grita más duro y quién tiene más poder y ya puede movilizar más intereses o no en el Congreso.
Lo importante sería que la sociedad se ponga de acuerdo por lo menos en una reforma pensional que es necesario que todos sabemos que es responsable hacerla, pero que el actual contenido de la misma vista en varios puntos de lo que es correcto y conveniente. En cuanto a la reforma de la salud es una reforma hundida que no se debe buscar con recovecos revivirla y crear un Frankenstein y sobre la reforma laboral qué oportuno sería que la ministra se convenciera de una vez por todas que incluso esta reforma va ligada a la pensional y que uno de sus principales objetivos tiene que ser fomentar la vinculación, la formalidad laboral que ha sido el reto histórico del país, principalmente en los territorios que no son capitales, en esa Colombia lejana de Bogotá, desde Medellín, en donde miles de colombianos necesitan y quieren formalizarse.