La tiranía venezolana no puede contar con el apoyo de países democráticos

A menos que de repente nos invada un pragmatismo como naciones democráticas en las cuales ya no nos importa quién es, cómo ni a través de qué ejerzan el poder, pues solo nos importan los intereses comerciales. No debe suceder que se legitime la dictadura de Maduro.

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No se trata de querer imponer el sistema democrático como el modelo perfecto que los estados deben adaptar para ser reconocidos; cada nación tiene el derecho a su autodeterminación. Ni más faltaba, somos amigos y defensores de lo mismo. Pero en este caso, en un país supuestamente democrático, donde se celebran elecciones que claramente son, como todos sabemos, irregulares, manchadas de corrupción y de trampas ilegales, debe respetarse la soberanía del pueblo y lo que el pueblo decida en las urnas.

Si en algún momento, en un futuro, Venezuela u otro país deciden ser naciones monárquicas o tiránicas por determinación del pueblo, será otro cantar. Pero en este caso, a las naciones libres, lo decimos en el caso colombiano: no le corresponde otra cosa que rechazar lo acaecido en Venezuela a mitad del año que termina. No asistir a la fraudulenta toma de posesión de Nicolás Maduro es lo mínimo que se debe hacer, pero tampoco eso quiere decir que tengamos que romper relaciones con Venezuela. No lo podemos hacer por una razón elemental: ya lo sabemos y vimos el fracaso que fue con la política del gobierno de Iván Duque. Colombia tiene la frontera más extensa y porosa de todo el territorio nacional, por lo cual esa no es una opción. Todo lo que ocurre en esa frontera, tanto en lo que respecta a los ciudadanos como al tráfico, la inseguridad y la ilegalidad, es algo que no podemos ignorar.

Ahora bien, si el tirano Maduro decide romper relaciones, será su decisión, pero no debe ser el gobierno colombiano quien lo decida. La situación en Venezuela es crítica, y para nadie es un secreto que ha tenido un maquillaje en los dos últimos años, gracias a la concesión que hizo el gobierno de Joe Biden, levantando algunos embargos petroleros y permitiéndole al gobierno venezolano obtener un oxígeno financiero en varias vías. Solo gracias a eso, el gobierno de Maduro pudo presentar una pequeña mejora económica y en términos de seguridad, esto último debido a las bandas criminales que operan en Venezuela y que se han esparcido por todo el continente, montando sus estructuras criminales en distintos países, incluido Estados Unidos.

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La gente de Venezuela no eligió a Nicolás Maduro; eligió libre, valerosa y contundentemente al señor Edmundo González Urrutia. Pero, como era de esperarse, los malvados del CNE y del Tribunal Supremo de Venezuela tenían todo listo para voltear el resultado de las elecciones y dar como ganador a Nicolás Maduro. Los esfuerzos de Brasil, México y Colombia no solo fueron cantinflescos sino ingenuos, y terminaron siendo acólitos de toda la patraña estructurada por la dictadura venezolana, mientras Maduro seguía ordenando el apresamiento de personas que se manifestaban en contra del resultado, y que hoy, miles de ellas siguen presas. Recientemente se hicieron liberaciones por orden de Maduro, demostrando su gran independencia del Poder Judicial respecto al Ejecutivo.

Irónicamente, mientras el mundo diplomático acude con corbata y pusilanimidad a un nuevo periodo de este impresentable dictador, Colombia asistirá a la posesión. No debería, y quizás esto represente una de las situaciones más difíciles para el presidente Gustavo Petro. Sabe que no le conviene pelear con Nicolás Maduro, pero tampoco está dispuesto a asumir el gigantesco costo político, tanto nacional como internacional, que implicaría apoyar semejante despropósito de farsa política y democrática.

La posición del saliente canciller Luis Gilberto Murillo, indica que, como no hay actas de nadie, no reconocen a nadie, realmente lo identifica como uno de los tibios más grandes de la política colombiana. No hay actas del lado opositor porque claramente están manipuladas, pero sí las hay del lado ganador, de Edmundo González, y estas fueron publicadas a pocos días de haberse dado las elecciones. De manera que Colombia, predecimos, hará un papel dantesco sobre esta situación. Sin duda, algunos expresidentes como Ernesto Samper estarían o están dichosos e insistiendo en que Gustavo Petro reconozca a Nicolás Maduro.

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El presidente Petro, al hacer esto, no solo se convertiría en un paria para muchos países del mundo libre, sino también perdería credibilidad dentro de la opinión pública colombiana. El presidente debería considerar los niveles de percepción de Nicolás Maduro en Colombia y cómo quedaría él si se pliega a apoyar los intereses de un dictador bananero que se robó las elecciones en Venezuela.

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