Nos acaba de decir el muy eficiente Director del DANE que el desempleo anda en la borrascosa cumbre del 17.3%. Eso significa, en plata blanca, que más de cuatro millones cien mil compatriotas buscan un empleo que no encuentran. Más que todos los habitantes de Medellín y Cali sumados están desterrados de la vida. Y no nos importa.
Por: Fernando Londoño
No tomamos la vida en serio.
Nos acaba de notificar la calificadora Fitch Ratings que, por tres razones dramáticas, el estado general de la economía, el déficit comercial que supera los mil millones de dólares mensuales, y el desbalance fiscal más grave de toda nuestra Historia, por encima del 9% del PIB, nos van a quitar el grado de inversión, que es como tirarnos a un abismo sin fondo. Y no nos importa.
No tomamos la vida en serio.
Hace no mucho supimos, y ahora es peor, que centenares de miles de familias colombianas ya no pueden comer sino dos veces al día. Y que otras tantas no lo logran sino una vez al día, tanta es su pobreza, y que aquello equivale a desnutrición pavorosa, irreparable en los niños más pequeños, que nunca tendrán desarrollo cerebral adecuado. Y aquello no es tema de nuestras inquietudes.
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No tomamos la vida en serio.
Parece que en algo estamos de acuerdo y es en estimar el narcotráfico como la primera fuente de nuestras desgracias. La inseguridad, los éxodos sin horizonte de miles de familias, la corrupción, el contrabando, los crímenes más atroces, la destrucción de la juventud, todo tiene esa causa maldita. Y no hacemos nada por combatirla.
No tomamos la vida en serio.
Tampoco es un secreto, no puede serlo, que sin fumigación aérea con glifosato no le ganaremos la partida a la cocaína que nos mata. Santos se comprometió con los delincuentes de las FARC a no dañarles sus cultivos, a respetar su negocio y pareciera que no nos importa semejante alevosía. Y padecemos hace más de dos años y medio este Gobierno, y con la excusa de una sentencia de la Corte Constitucional seguimos aceptando la muerte deshonrosa e inútil de centenares de jóvenes policías y soldados, o su mutilación escandalosa, sin que mandemos al diablo la narco Corte y el Gobierno que persisten en la tragedia de las erradicaciones manuales.
No tomamos la vida en serio.
Como consecuencia del disparate dicho, los narcos mandan en Colombia. Las fronteras con Ecuador y Venezuela son un infierno; la Costa del Pacífico es tierra maldita; gran parte de nuestros Llanos son tierra de la coca; las ciudades pertenecen a los dueños de las “ollas” putrefactas del microtráfico y permitimos semejante atrocidad.
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No tomamos la vida en serio.
Porque se les robaron la Patria, los venezolanos han llegado a buscar refugio y un plato de comida en nuestro suelo. Si las cosas no cambian radicalmente, para finales de este año esos inmigrantes desesperados llegarán a cinco millones. Y de Colombia a Haití no habrá mucha distancia. Y el tema no nos inquieta. Preferimos hablar de fútbol y de los carros de lujo y de las novias de los cantantes de moda.
No tomamos la vida en serio.
Nuestro poder judicial es un desastre. En las altas Cortes se venden los fallos al mejor postor, la Constitucional es coto de caza del nauseabundo ex Presidente que la hizo elegir después de robarse para sí unas elecciones y de ahí hacia abajo sabemos lo que pasa. Todo se puede corromper, menos los jueces. Y entre la Constitución del 91 y su hija de dañado y punible ayuntamiento, la tutela, los jueces hacen cualquier cosa menos administrar recta y cumplida justicia. Colombia es el único país que tiene un cartel de la toga. Y lo toleramos.
No tomamos la vida en serio.
No habrá un colombiano de mediano entendimiento y limpio corazón que no sepa cómo nos robaron las elecciones del 2.014 y el plebiscito del 2.016, cuando le dijimos NO al acuerdo escandaloso, grotesco, infame, celebrado en Cuba con los delincuentes de las FARC. Sin ese doble saqueo a la voluntad popular tendríamos un país distinto del que ahora sufrimos.
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No tomamos la vida en serio.
El endeudamiento de la Nación es un fardo que no podremos soportar. Y es la consecuencia directa de la mermelada regada sobre toda la tostada, que también se llevó la gigantesca bonanza petrolera, que no volverá jamás. Y los autores de esa tragedia son hoy los aspirantes para ganar las próximas elecciones. En lugar de la cárcel, se sienten con derecho al Capitolio, la Casa de Nariño y el Palacio de Justicia. Y ese no es tema de la política, de los editoriales de los medios, de las protestas en las calles. Por todo eso, porque no tomamos la vida en serio, estamos como estamos.