Latinoamérica y un mejor porvenir

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Este contenido hace parte de 360 Revista en su cuarta edición, la cual se distribuyó en las principales ciudades del país.


Por: Roberto Rave – Columnista De CNN – Elegido como uno de los jóvenes líderes más influyentes de la región

El mundo parece estar en caos y la incertidumbre afecta a las economías de la región. ¿Tal vez en el pasado estuvimos mejor? ¿Tal vez no?, así  lo expresa el escritor Steven Pinker en su libro En defensa de la ilustración. La comunicación masiva y la sobredosis de información o de desinformación han generado un ambiente de frustración y negativismo en la región. Anteriormente padecíamos  grandes guerras, conflictos y problemas en el mundo que no eran comunicados en detalle porque aun no se tenían los adelantos tecnológicos. En la actualidad, los ciudadanos pueden enterarse de cada tragedia o dificultad que ocurre en el planeta. Lo cierto es que hace falta una inyección de positivismo en la sociedad actual, un positivismo racional que va acompañado de cifras y realidades; dejar el negativismo es trascendental para el progreso de la region y la salud mental de sus ciudadanos.

Los datos citados por Pinker son contundentes: a inicios del siglo pasado (XX), la expectativa global de vida rondaba los 38 años. Actualmente se calcula en 70 años. Hacia 1900 la mortalidad infantil era de 19.5 % mientras que ahora es de 3.69 %. Nuestra región se convirtió en la primera del planeta en acabar el sarampión, que en los años 70 causó dos millones de muertes. Y, además, pasamos de tener el 90 % de los países  bajo un gobierno militar en 1980, a contar hoy con más del 90 % de las naciones como democráticas.

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Seguir mejorando debe ser la consigna, esto sin olvidar la deuda social que aún aqueja la region, pues el analfabetismo llega a 32 millones de latinoamericanos, según datos de la Unesco, y 39 millones de nuestros conciudadanos padecen hambre. Mientras todo esto ocurre, la corrupción en el conjunto de los países latinoamericanos alcanza alrededor de los 220.000 millones de dólares al año, el equivalente al 4.4 por ciento de PIB de la región, según el Banco Interamericano de Desarrollo.

Un lunar importante ha marcado las últimas décadas en Latinoamérica, la concepción de un estado grande que debe ocuparse por solucionar la vida de todos sus ciudadanos más que por la igualdad de oportunidades. Un Estado con inmensos costos económicos, pero sobre todo, con un costo moral generado por el adormecimiento propio de una población nublada por los subsidios. Bien hacía el reconocido economista Thomas Sowell en afirmar que “una de las señales más tristes de nuestro tiempo es que hemos demonizado al que produce, subsidiado al que se rehúsa a producir y glorificado al que se queja”. A esto se suma la polarización global que no es ajena a America latina y que tiene como factor común la generación irracional de odio y rabia por el otro que no piensa lo mismo.

En medio de la dicotomía entre el avance histórico reflejado en el texto de Pinker, y de un sentimiento de caos y conflicto mundial, ha entrado en vigencia la cuarta revolución. Sus adelantos prometen reconfigurar la estructura de los empleos, la forma de vida de los ciudadanos y, con ella, nuestra economía. Afirma el Foro Económico Mundial de Davos, que el 65 % de los alumnos de educación básica o primaria de hoy en día trabajarán en empleos que no existen en la actualidad. Esta revolución será también la vía para disminuir la desigualdad de oportunidades y lograr mayor acceso a los bienes básicos.

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Sin embargo, algo preocupa en medio de la abundancia que plantea el desarrollo económico que históricamente se ha venido dando en el mundo. Los suicidios se han convirtido en la segunda causa de muerte entre los jóvenes de todo el mundo según la Organización Mundial de la Salud. La deshumanización de los humanos parece ser una constante en medio del “bienestar”. Hemos perdido la simpatía de la que tanto hablaba Adam Smith en su libro sobre la teoría de los sentimientos, y debemos luchar por reencontrarla, porque de nada vale tener mayor bienestar económico si estamos perdiendo nuestro sentido, nuestro propósito de vida.

Para terminar, quiero resaltar el caso de Colombia. Un país que crece a tasas superiores al 3 % en medio de un crisis mundial, y que refleja la pujanza y trascendencia de las empresas en la sociedad, pero que en este momento atraviesa una crisis fruto de vanidades políticas y de la targiverzación propia de aquel que tiene el objetivo primero y máximo de destruir.

Es necesario pues, en medio de la crítica punzante y rampante, acudir al maestro  Estanislao Zuleta en su texto Elogio a la Dificultad, para invitar a la construcción de una mejor Colombia, dejando atrás los intereses personales y banales, propios de los destructores. “En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y, por lo tanto, en última instancia, un retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala cuna de abundancia pasivamente recibida”.

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