Ya todos sabemos lo que pasó en Venezuela el 28 de julio. Una semana antes advertimos que, aunque Maduro estaba perdiendo ampliamente en las encuestas, “la izquierda mundial no va a soltar fácilmente a su presa como no lo ha hecho con Cuba”. Y expresamos que solo había una salida al problema que aqueja a los venezolanos y a toda la región: “El socialismo del siglo XXI llegará a su fin si y solo si los venezolanos están dispuestos a luchar contra un megafraude en las calles, con todas sus consecuencias”.
En concreto, nos referíamos a que a Maduro solo lo sacan del poder a las malas y eso que, valga decirlo, la sangre que va a correr no es la suya sino la del pueblo venezolano. De hecho, en la red social X (antes Twitter) precisamos después de las elecciones y cometido el fraude que “Maduro no va a reconocer su derrota por las buenas, y EE. UU., que son los que pueden, no van a sacarlo a las malas. El chavismo caerá cuando las Fuerzas Armadas venezolanas se cansen de matar gente y le quiten el apoyo (al régimen). Es la única posibilidad. Para eso faltan miles de muertos”.
Sobre el tema es bueno precisar tres cosas. Primero, que el chavismo lleva 25 años robándose las elecciones, no es la primera vez. Y cuando han asumido la derrota han cambiado las reglas del juego en detrimento de la oposición, como en 2009, cuando Chávez le retiró sus competencias como alcalde de Caracas a Antonio Ledezma, que había ganado, dejándolo como una figura decorativa. Otro caso se dio en 2017, cuando perdieron la Asamblea Nacional (el congreso de Venezuela) y la remplazaron con una asamblea nacional constituyente.
Por eso, es incomprensible que tanta gente esperara esta vez que los chavistas aceptaran su derrota y salieran mansamente de las oficinas de gobierno. Es cierto, sí, que en esta ocasión el fraude fue realmente evidente y que se dio un salto cuántico en varios aspectos para alcanzar un triunfo nítido: la oposición se presentó unida, se consolidó la figura de un líder indiscutido —de esos que surgen cada cien años, la bella, inteligente y valerosa María Corina— y amplios sectores de todos los estratos, incluyendo chavistas de racamandaca, le quitaron su apoyo a esa aventura comunista, de la que hasta se arrepienten.
Segundo, debe quedar en claro que los venezolanos están solos y que no hay ninguna comunidad internacional que les vaya a ayudar o les pueda ayudar, mucho menos con acciones de fuerza. Ni siquiera Estados Unidos se ha querido atrever a poner orden en su patio trasero, y el chavismo ha sobrevivido incólume a cuatro presidentes gringos: Bush, Obama, Trump y Biden. Incluso, las sanciones económicas han sido nimias e ineficaces, como también la persecución penal a esta mafia.
Basta observar cómo flaquearon los gringos en el caso de William Saab, canjeado por una decena de presos norteamericanos y más de 20 venezolanos en poder de la dictadura. Era tan importante Saab para esta pandilla que lo intercambiaron por más de 30 presos políticos, cuando lo ideal es que la justicia norteamericana lo hubiera usado para procesar a estos delincuentes. Lamentablemente, no se quisieron quemar las manos.
Otro caso es el del general venezolano Hugo ‘El Pollo’ Carvajal, un gran narcotraficante y miembro prominente de la camarilla chavista, capturado hace diez largos años en Aruba, que hace parte de Países Bajos, a quien esa nación europea decidió liberar a pesar de la solicitud de los gringos de mantenerlo detenido. Hasta el progresista papa Francisco suele ser un defensor de oficio de esta caterva de bandidos. La comunidad internacional no le mete miedo a ninguna dictadura y menos si es de izquierda, hacia la que hay una gran inclinación en toda la política mundial.
Tercero, cualquier llamado al diálogo es un intento por mantener a Maduro en el poder, como seguramente terminará sucediendo. El comunismo, además de arbitrario, es creativo, y a estos malandrines se les podría ocurrir una salida tan ingeniosa como maquiavélica. Por ejemplo, reformar el Estado concentrando el poder en la figura de un Primer Ministro encarnado por Nicolás Maduro Moros, encargando al Presidente de labores protocolarias, como en Italia o Alemania, donde mandan la presidenta del Consejo de Ministros, Giorgia Meloni, y el canciller Olaf Scholz, pero no los presidentes Sergio Mattarella y Frank Steinmeier. Sin duda, la comunidad internacional aplaudiría como focas.
Y aunque la oposición no es tonta, es posible que así posesionen de presidente-florero a Edmundo González mientras a Corina la ‘suicidan’ o fallece súbitamente, como los contradictores de Putin. Por eso, la única alternativa es un levantamiento del bravo pueblo, y que la sangre de los mártires les dé la libertad.
Por: Saúl Hernández Bolívar – @SaulHernandezB
Del mismo autor: El gobierno de la corrupción