Si mejoramos en productividad podemos ser generosos en los aumentos salariales, de lo contrario estamos cerrando el nudo que asfixia el crecimiento.
Por: Miguel Gómez Martínez
La noticia de un crecimiento del 3,3 por ciento en el 2019 es importante. El país deja atrás la lamentable era santista que postró la economía al vergonzoso 1,3 por ciento de expansión en el 2017. Un crecimiento muy superior al mundial es sin duda un hecho sobresaliente.
Pero no es para dormirse en los laureles. En una reciente exposición en el Colegio Superior de Estudios de Administración (Cesa), la directora del Consejo Privado de Competitividad, Rosario Córdoba, hizo un completo análisis de los temas económicos enfatizando en la necesidad de enfocar la política económica hacia la productividad.
Entre el 2000 y el 2018, la productividad del país disminuyó un 16,6% mientras, en el mismo período, la de China aumentó en un 95 por ciento. Esto implica que, durante dicho período, hemos perdido un 1 por ciento de crecimiento anual que, por su efecto acumulado, nos habría permitido un enorme aumento del ingreso per cápita. No es lo mismo crecer el 3,3 que al 4,3 por ciento.
El crecimiento reportado para el año anterior es entonces el resultado de contar con más capital, trabajo y tecnología, pero no de utilizar de mejor forma nuestros recursos.
La ausencia de productividad es un desperdicio de nuestro potencial de crecimiento.
Hoy sabemos que, a pesar del buen crecimiento reportado, el ritmo es insuficiente para disminuir el nivel de desempleo, que es el más alto de América Latina. Solo si crecemos por encima de 4 por ciento durante un período sostenido de tiempo, podremos ver una mejoría sustancial en la generación de puestos de trabajo y en la disminución de la pobreza y la precariedad.
El reto de productividad implica una revolución educativa que incorpore al obsoleto Sena, centre el proceso de formación en la adquisición de competencias prácticas y obligue al bilingüismo.
Nada de esto es posible con la estructura del debate actual de la política educativa. Hay que ponerle el cascabel al gato y romper el discurso que nos han impuesto los sindicatos del sector que no permiten hablar de la calidad de los maestros y de la evaluación por resultados.
El reto de la productividad significa dar el salto en infraestructura y acercarnos a países como Ecuador o Panamá que han logrado avances significativos en la materia al liberarse de presión de la ingeniería local.
El reto de la productividad exige dejar de desperdiciar recursos en investigaciones que no sean aplicadas a nuestra realidad y que no deriven en mejores prácticas para nuestra industria, agricultura y ganadería.
La productividad negativa se convierte en una camisa de fuerza por la decisión de la Corte Constitucional que obliga a incorporarla en la definición del salario mínimo.
Al realizar ajustes salariales por encima de la inflación y la productividad negativa, lo único que estamos logrando es limitar aún más la competitividad de las empresas y desestimular la generación de empleo.
Si mejoramos en productividad podemos ser generosos en los incrementos salariales, de lo contrario estamos cerrando el nudo que asfixia la capacidad de crecimiento por el incremento en los costos de producción.