Los narcos miran al Pacífico y al Atlántico

El despliegue naval y aéreo en la región, reforzado con ataques recientes, obliga a los carteles a redireccionar cargamentos hacia el Pacífico, Brasil y África Occidental.

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La presencia de una flota de navíos de la Armada estadounidense en aguas del Caribe, acompañada de aviones, submarinos y buques de asalto, ha replanteado el escenario del narcotráfico que operaba desde Venezuela. El despliegue, reforzado con acciones militares como el ataque del 2 de septiembre a una lancha rápida con droga que dejó once muertos, no solo puso en evidencia el endurecimiento de la estrategia de Washington, sino que envió un mensaje directo a lancheros y redes criminales: “si los vemos, esto es lo que les va a pasar”.

Los carteles de narcotráfico ya no son exclusivamente colombianos, venezolanos o mexicanos. Funcionan como multinacionales, verdaderas “joint ventures” criminales en las que cada actor aporta su especialidad: unos controlan la producción, otros el transporte, otros la distribución. El negocio, convertido en crimen transnacional, se sostiene en una verdad incómoda: la mayoría de la cocaína del mundo se produce y procesa en Colombia.

Aun cuando la demanda en Estados Unidos se ha reducido por el auge de drogas sintéticas como el fentanilo, la cocaína sigue siendo un producto altamente rentable en Europa, Asia y Oceanía, donde los precios pueden multiplicar entre 70 y 150 veces el valor inicial en la región andina. Al mismo tiempo, crece el consumo interno en países productores y de tránsito como Colombia, México y Panamá.

En 2023, según la UNODC, la producción mundial alcanzó un récord histórico de 3.708 toneladas de cocaína pura, con Colombia, Perú y Bolivia como epicentros. Europa superó a Norteamérica en decomisos por quinto año consecutivo, mientras Australia y Nueva Zelanda registraron la mayor prevalencia de consumo. En suma: hay oferta, hay mercado y hay dinero para pagar rutas más largas y riesgosas.

Los narcos miran al Pacífico y al Atlántico

Históricamente, la frontera colombo-venezolana permitió a grupos armados ELN, disidencias de las FARC, Clan del Golfo e incluso sectores de las Fuerzas Armadas venezolanas vinculados al Cartel de los Soles, sacar toneladas de cocaína hacia el Caribe. Hoy esa salida se encuentra asfixiada por la presencia militar estadounidense.

La consecuencia inmediata es el redireccionamiento. En el Caribe, pequeños corredores siguen activos: salidas cortas desde el oriente venezolano hacia Trinidad y Tobago, o desde Zulia y Falcón hacia las Antillas neerlandesas. Pero el peso del flujo se desplaza hacia otros escenarios:

  • El Pacífico colombiano y ecuatoriano, la “espina dorsal” del tráfico hacia México, Centroamérica y, finalmente, EE. UU.

  • Los puertos de Ecuador y Brasil, donde la “containerización” permite contaminar cargamentos legales (como el banano o el café) rumbo a Europa.

  • El Atlántico Sur, con rutas que unen Brasil y África Occidental, para luego redistribuir hacia puertos europeos.

  • El Amazonas, que se perfila como salida hacia el Atlántico y trampolín a Europa.

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El resultado: Colombia y Ecuador, ya tensionados por la violencia criminal, se convierten en piezas cada vez más críticas. El orden público en zonas costeras y fluviales se deteriora a medida que los carteles buscan corredores seguros para mover la mercancía.

Pero la paradoja persiste: por cada ruta cerrada en el Caribe, se abren rutas alternativas en el Pacífico, en la cuenca amazónica o en los puertos atlánticos de Sudamérica. Es el “efecto globo”: se presiona un lado y el problema se expande en otro.

Narcotráfico en el Caribe: el efecto globo tras la presencia militar de Estados Unidos

La operación militar de septiembre abre otra pregunta estratégica: ¿la presencia estadounidense en el Caribe responde exclusivamente a interdicciones de droga o también a un eventual plan contra Nicolás Maduro y su cúpula?

Las señales recientes parecen alimentar esa hipótesis. El secretario de Defensa, rebautizado como “ministro de guerra”, Keith Hexeth llegó a Puerto Rico, donde supervisó diez aviones F-35 capaces de llegar a Caracas en menos de 20 minutos. En la base aérea Muñiz arengó a tropas con la frase: “esto no es un entrenamiento, esto va en serio”. Posteriormente visitó el USS Iwo Jima, anclado en Ponce, donde reiteró el mensaje ante marines y marineros.

En paralelo, helicópteros Seahawk estadounidenses se aproximaron hasta 150 millas de la costa venezolana, en vuelos de vigilancia al límite de las aguas territoriales. Y en las playas de Puerto Rico se realizaron ejercicios anfibios con más de mil marines, entrenados para desembarcos desde buques como el Iwo Jima, el San Antonio y el Fort Lauderdale.

aviones 2

Mientras tanto, en Caracas, el ministro de Defensa Vladimir Padrino apareció en un video grabado desde un búnker, acompañado de altos mandos militares visiblemente tensos. La escena revela un contraste: proclamas de resistencia desde la clandestinidad frente a una operación militar estadounidense que parece estar cada vez más cerca.

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Si el objetivo es realmente golpear las finanzas del crimen organizado, Estados Unidos enfrenta un reto mayor que el despliegue naval. Deberá invertir también en inteligencia portuaria, cooperación judicial transnacional y reducción de la demanda en los países consumidores. De lo contrario, el patrón se repetirá: menos lanchas desde Venezuela, más contenedores desde Guayaquil o Santos; menos cargamentos hacia Puerto Rico, más lotes vía África Occidental.

El redireccionamiento trae costos inmediatos: aumento de la presión sobre los grupos armados que operan en Colombia, deterioro del orden público y mayor violencia contra la fuerza pública. Cada kilo encarece su transporte por los riesgos adicionales, lo que incrementa los costos en toda la cadena y genera que lancheros exijan mayores pagos por adelantado, o simplemente desistan de participar.

Estados Unidos puede sellar temporalmente corredores en el Caribe. Pero si no refuerza su presencia en el Pacífico, no fortalece la integridad de puertos en Ecuador y Brasil, ni articula cooperación judicial y financiera con Europa, el patrón será el mismo: menos lanchas en Venezuela, más contenedores en Guayaquil y Santos; menos salidas hacia Puerto Rico, más envíos vía África Occidental.

La lucha contra el narcotráfico no se resuelve con misiles. Requiere instituciones capaces de resistir la corrupción, inteligencia que entienda la cadena logística y sociedades que reduzcan su apetito de consumo. El globo de agua del narcotráfico no se pincha: se desinfla con presión sostenida e inteligente.

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