Más ministerios, menos soluciones: un error de forma y fondo

En Colombia se ha vuelto común pensar que crear una secretaría o un ministerio equivale a solucionar un problema social

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Cambiarlos a ministerios no fue lo correcto. Así, sin rodeos. Nos referimos a esas decisiones que, una y otra vez, se toman en Colombia motivadas por promesas políticas carentes de estudios técnicos, análisis de impacto o planes sostenibles.

Porque en este país, muchos alcaldes, gobernadores y hasta presidentes creen, erróneamente, que los problemas públicos se resuelven con decretos, con nuevos nombres rimbombantes o con el anuncio de comisiones, delegaciones y misiones. Para ellos, el acto de crear una entidad equivale a resolver la causa de su existencia. Grave error.

Tomemos dos ejemplos recientes: el Ministerio del Deporte y el Ministerio de Ciencia. Dos entidades que surgieron de la transformación de Coldeportes y Colciencias, respectivamente. Ambos eran organismos que, con todas sus limitaciones, empezaban a mostrar avances: mejores cifras, mayor impacto, una institucionalidad en proceso de fortalecimiento. Pero en el gobierno de Iván Duque se tomó la decisión de elevarlos a categoría ministerial.

¿Con qué resultado? Uno cuestionable, por decir lo menos. Hoy, el propio presidente Gustavo Petro ha manifestado que no entiende la razón de ser del Ministerio del Deporte. Y con razón. Convertir a Coldeportes en ministerio no solucionó ningún problema estructural del deporte colombiano. Lo mismo aplica para la ciencia. Fue una decisión más política que técnica, un movimiento que recuerda a esos modelos populistas en los que todo se intenta solucionar creando instituciones: el Ministerio de la Felicidad, el Ministerio de las Plantas… Política bananera, le dicen.

Y el problema no es solo de quienes gobiernan. Es también de la ciudadanía, que muchas veces cree que con la creación de una secretaría o de un ministerio ya está siendo atendida. Así, cuando un alcalde o un gobernador, con visión y responsabilidad, propone fusionar entidades, eliminar secretarías duplicadas y concentrar esfuerzos en estructuras más sólidas, la reacción es de rechazo. Como si el cierre de una secretaría fuera sinónimo de abandono, cuando en realidad puede significar mayor presupuesto, más articulación y mejores resultados para esa misma población.

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Por ejemplo, si un gobernante decide eliminar diez secretarías que se crearon de manera fragmentada, una para mujeres, otra para juventudes, otra para infancia, otra para etnias, etc., para consolidarlas en una entidad robusta, con más recursos y capacidad operativa, la reacción suele ser negativa. Se prefiere la multiplicación de cargos, de logos, de eventos, aunque el impacto real sea nulo.

La verdad es que estos ministerios, nacidos del capricho político, solo beneficiaron, al menos en primera instancia, a quienes los ocuparon: políticos de turno que llegaron sin preparación, sin conocimiento técnico, sin resultados. Ministros del Deporte sin trayectoria en el sector, cuyos únicos logros fueron participar en eventos, recibir camionetas, esquemas de seguridad y cuotas burocráticas. Y ni hablar de los escándalos: ya sea con María Isabel Urrutia o con otros nombres de turno, los intereses clientelistas siempre estuvieron por encima del servicio público.

¿La reflexión? Que este modelo de gobernanza ha sido uno de los errores más costosos de nuestra historia reciente. Y que es hora de corregir.

Los políticos deben actuar con humildad, sí, aunque suene utópico,  y entender que no todo se resuelve creando más burocracia. Y los ciudadanos también deben exigir soluciones reales, no símbolos vacíos. Los problemas se abordan con equipos técnicos, con planificación, con programas medibles, con seguimiento, con metas alcanzables y sostenibilidad financiera.

Ojalá los nuevos líderes, y los que vendrán, tomen nota. Que la vanidad burocrática nunca vuelva a estar por encima de los buenos modelos de gobernanza.

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