Por: José Félix Lafaurie Rivera
El miedo es un mecanismo de defensa contra el peligro y, por ello, inspirarlo es válido cuando la amenaza es cierta. La ausencia de miedo es una enfermedad huérfana, y una sociedad que no lo siente es también una sociedad enferma, que se resiste a reconocer la amenaza y camina impávida hacia su destrucción.
En 2016 advertimos de una amenaza y fuimos acusados de sembrar miedo, pero la historia nos dio la razón. Santos, en su arrogante seguridad, había convocado un plebiscito que no necesitaba, pero que, ya convocado, lo obligaba como presidente de la República. Por eso, ante la posibilidad de detener el atropello a la democracia de un Acuerdo firmado con narcotraficantes devenidos en contraparte legítima del Estado, los partidarios del NO, estigmatizados como “enemigos de la paz”, adelantamos una campaña para decirle al país la verdad, una verdad… que daba miedo.
Por supuesto que era necesario alertar sobre un plebiscito engañoso desde la pregunta, con una promesa de valor que se estrelló con la realidad, pues nunca terminó la violencia narcoterrorista que llamaban “conflicto”, ni llegó la paz “estable y duradera”, que un Santos conmovido proclamó cuando le colgaron el Nobel: “El sol de la paz brilla, por fin, en el cielo de Colombia” … ¿Quién lo ha visto?
Ni que decir de la amenaza presidencial de la “guerra urbana” si el país no apoyaba el Acuerdo, no solo miedosa, sino también mentirosa, pues hubo acuerdo “a las malas” y, aun así, hoy sufrimos una guerra narcoterrorista urbana disfrazada de “protesta popular”. Al final, nos quedamos con el Acuerdo y con el miedo, solo que ahora caminamos hacia el abismo y sentir miedo es imperativo, pero no para quedarnos en él, sino para reaccionar con decisión frente al peligro.
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Sentimos miedo frente al progresismo populista que pretende replicar en Colombia el Socialismo Bolivariano. Miedo a la pérdida de libertades, a la expropiación masiva, al control de la prensa, la concentración del poder, la persecución a la iniciativa privada, el gigantismo kafkiano del Estado y la vigilancia orwelliana del “Gran Hermano”. Sí, yo tengo miedo de ver a Colombia convertida en otra Venezuela, otra Cuba, otra Nicaragua; y a los colombianos en caminantes de caminos ajenos, huyendo del hambre, la pobreza y la dictadura.
Es momento de definiciones. El Centro Democrático, como otros partidos, estableció el mecanismo de selección de su candidato, entre cinco precandidatos de grandes méritos. Más allá de mi parentesco, la sorpresa ha sido el fenómeno político de María Fernanda Cabal, que terminó encarnando en mejor forma los principios de su partido en temas centrales: la recuperación de la seguridad y el imperio de la ley, el fomento a la iniciativa privada, la desregularización del Estado y su reducción, que atacan la corrupción y mueven el empleo formal, y algo muy importante, el rescate del campo a partir de la revolución de las vías terciarias y la democratización del crédito.
Su lealtad a estos postulados, su coherencia con las causas que fueron la razón fundante del Centro Democrático, y la firmeza y valentía con que las ha defendido, encontró pleno respaldo en amplios sectores de opinión.
Vendrán ahora los resultados de las encuestas y luego la contienda de marzo de 2022, en la que son importantes las convicciones, pero también la conciencia de la amenaza que enfrentamos, para pasar del miedo a la decisión patriótica, porque una sociedad NO puede enfrentar el peligro de hoy y los desafíos del futuro con miedo, sino con determinación y esperanza. Por eso “Yo Soy Cabal” …, ¿y usted?