¿Motivos para el optimismo?

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Por: Miguel Gómez Martínez
migomahu@hotmail.com


Sorprende que varios de los analistas económicos anticipen que el 2017 será mejor que el año que termina. Claro, el 2016 fue decepcionante. El gobierno sobreestimó el crecimiento y subestimó la inflación. Al cierre, las cifras no son buenas.

En el tercer trimestre, el Producto Interno Bruto aumentó un lánguido 1,8 por ciento, la inflación cerrará cerca del 6 por ciento, el déficit de la cuenta corriente sigue por las nubes, en 4,8 por ciento del PIB, y el desequilibrio de las finanzas públicas en 3,6 por ciento.

Es difícil encontrar una colección de indicadores negativos tan consistente.

¿De dónde viene el optimismo? Muchos piensan que la aprobación de la reforma tributaria es una buena noticia que tranquilizará los mercados internacionales sobre la sostenibilidad macroeconómica.

Otros creen que superado el tema de la paz, la incertidumbre que tanto afectó la economía en el 2016 desaparecerá. Y están los que apuestan a que el gobierno de Donald Trump podrá reactivar una economía que, sin estar en crisis, no registra el mejor desempeño. También piensan que el precio del petróleo estará por encima de los setenta dólares, reactivando la liquidez de los países productores que son grandes gastadores.

Pero estos optimistas parecen pasar por alto que la Reserva Federal ha enviado la señal de que piensa reducir el océano de liquidez con aumentos de la tasa de interés. Ello puede ayudar nuestras menguadas exportaciones, pero también generará una mayor tendencia a la devaluación de la tasa de cambio, con el efecto fiscal de aumentar el déficit, pues la deuda externa ha aumentado 95 por ciento desde el 2012.

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Un dólar fuerte significa que las importaciones serán más caras con el impacto en la inflación. Ello reduce el margen de maniobra del Emisor, que debe recuperar credibilidad, y no podrá reducir las tasas de interés.

La verdad es que los motivos para el optimismo son frágiles, ya que reposan en variables que el gobierno no puede controlar como el precio del petróleo o la fortaleza del dólar. Están, en cambio, los factores sobre los que el gobierno podría actuar, pero no lo hará, como el déficit fiscal.

El 2017 es un año preelectoral, y Cárdenas ha demostrado su generosidad para aceitar las maquinarias de sus amigos políticos. Para Santos, que su candidato gane las elecciones presidenciales del 2018, es la única obsesión que guiará todo su actuar en los meses que siguen.

Pero en el fondo, el mayor obstáculo para que el año entrante sea mejor es el ambiente político. La legitimidad cuestionada del proceso de paz y del mecanismo de implementación seguirán alimentando la polarización.

Las leyes redactadas por el gobierno y las Farc, aprobadas a pupitrazo por un Congreso impopular, van a generar justificados temores en los empresarios. Si se constituye el gobierno de transición que las Farc reclaman, la incertidumbre será aún mayor. Y Santos estará en el 2017 con el sol a la espalda, su baja popularidad y su profundo desinterés por los asuntos domésticos, que le parecen de poca monta para un premio nobel.

Mientras tanto, los consumidores y empresarios colombianos asumirán los efectos de la reforma tributaria que subirá los precios y bajará el poder adquisitivo. Pagarán gasolina y servicios públicos más costosos.

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¿Hay, entonces, motivos reales para el optimismo?

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