No pierdo la esperanza

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Nunca esperé que una pandemia tuviese la fuerza y la capacidad de transformar la totalidad de las vidas de las personas que habitamos el planeta o específicamente Colombia, pero sí albergo que haya sembrado una semilla de reflexión y de mejora en estos cinco meses que estuvimos en cuarentena, y que esto se vea reflejado en una reapertura responsable, civilizada y, sobre todo, amable.


Por: Andrés Felipe Gaviria

No se trata de mencionar un derrotero de errores que puede tener una porción significativa de nuestro país, acciones sencillas como no usar direccionales, no marcar un pare, no ceder el paso, pasarse un semáforo en rojo, no respetar la fila o no sacar la basura los días indicados.

Lo que en mi concepto llama más la atención de lo que nos deja la cuarentena y lo que ahora nos demanda la reapertura social y económica, concierne netamente con la capacidad individual del autocontrol, la responsabilidad y autocuidado, con un valor agregado muy importante. Si cada uno cuida de sí mismo, va a estar cuidando a los demás, por lo cual la ecuación cobra todo sentido, tiene validez y realmente suena fácil hacerlo.

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Ahora nos enfrentamos a esta reapertura, donde las sugerencias o las solicitudes generales que nos hace el Gobierno es conservar el distanciamiento social, usar correctamente el tapabocas – una mascarilla que realmente sirva – lavarse las manos y procurar tener todos los cuidados siempre que se esté por fuera de casa.

Aspiro y espero a que esto sea realidad, que las personas se den cuenta del tamaño de la responsabilidad que tienen en sus manos. Entiendo lo que significa volver a recobrar esa libertad, regresar a un restaurante, reencontrarse con personas después de mucho tiempo, salir en una moto, recorrer la ciudad a cientos de kilómetros por hora, ir a una finca, un hotel, abordar un avión, todas esas acciones que nos habían sido arrebatadas durante meses. Claramente hay millones de personas que vuelven a hacer estas actividades con más ahínco, energía y mucho entusiasmo.

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La alegría que nos trae esta reapertura no puede ir en detrimento de la responsabilidad. No analizaré puntualmente si las medidas de prohibir el expendio de licor son acertadas, erróneas o algo desmesuradas. Nosotros, como ciudadanía, como habitantes de Colombia, tenemos que ser conscientes de que cada vez que salimos de nuestra casa tenemos que velar en primera instancia, por nosotros, y en segunda instancia, por los seres que más queremos, incluidos quienes pueden estar más expuestos a contagiarse con el coronavirus, en algunos casos, con desenlaces complejos, tratamientos largos, y lastimosamente, hasta la muerte.

No se trata de vivir con miedo, se trata de entender que podemos salir, que podemos recobrar muchas acciones que teníamos, pero sin desconocer que el virus sigue ahí, sin creer que el virus se ha ido, sin suponer que la pandemia se ha acabado, no quiero pensar que eso es lo que creen ciertos de personas que vi el pasado fin de semana en algunos lugares departiendo con normalidad, como si la pandemia fuese un invento.

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No pierdo la esperanza de que son más las personas que salen con el chip cambiado, que salen con ese sentido de autocuidado y responsabilidad, que no se trata de tener un policía encima de cada uno de nosotros, tampoco del alcalde que más grita y más regaña, todo lo contrario, por primera vez podemos demostrar que como ciudadanía estamos un paso más allá de lo que somos como país, que no somos un país del tercer mundo, ni personas absolutamente necias e irresponsables que no se pueden cuidar por sí mismas, sino que la vida de todos está en nuestras manos. El sistema de salud, la economía y nuestras relaciones familiares y sociales también lo están.

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Es un llamado a la sensatez, la responsabilidad, calma, mantener la alegría, que a nadie se le borre la sonrisa de la cara por recuperar lo que durante tanto tiempo no hicimos, pero que siempre pensemos en nuestro bienestar y en el de los demás.

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