Oficialmente dictador

Es, aunque no sorprendente, sí degradante, y deja un muy mal sabor. Y lo peor: puede convertirse en motivo de preocupación que ciertos líderes políticos, sociales e incluso de medios de comunicación no llamen a Nicolás Maduro por lo que es: un dictador.

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Desde estas líneas editoriales, durante más de 10 años, hemos venido advirtiendo, con mesura pero también con contundencia, cómo esa batalla narrativa de ciertos sectores en Colombia ha tenido muchísimo éxito en la inversión de valores, en una confrontación cultural y, sobre todo, en la conversión del sentido común. Todo lo han logrado acomodar de una manera exitosa, y han alcanzado, literalmente, crear realidades paralelas en donde lo que es bueno es malo, lo que es malo es bueno, lo que hace un sector es perversamente malo si no es el de ellos, pero, cuando es el de ellos el que lo hace, lo maquillan, lo arreglan un poco y lo pasan camuflado, sin que tengan ninguna consecuencia. Y eso ha venido sucediendo en Colombia.

Es increíble que, mientras han llamado dictadores a presidentes, alcaldes e incluso a gobernadores que han sido elegidos democráticamente, en elecciones transparentes, diáfanas, y que se retiran al terminar su período constitucional y democrático para el cual fueron elegidos, los llamen fascistas, nazistas y los mismos tres o cuatro insultos que tienen en su libreto para referirse a todos quienes no piensan como ellos. Mientras que a reales dictadores, a reales tiranos, genocidas, criminales, como lo son Miguel Díaz-Canel, el dictador de Cuba, heredero de los Castro; como lo es Daniel Ortega; y como lo es Nicolás Maduro Moros, dictador en ciernes, tirano de Venezuela, presidente autoproclamado de ese país. Si faltaban pruebas para muchos, nosotros desde hace mucho tiempo lo llamamos así. Es aterrador, por no decir descarado, que incluso desde posiciones oficiales se busque maquillar lo que no tiene justificación, explicación ni presentación alguna.

Y eso nos preocupa porque no puede ser que Colombia, un país que históricamente ha sido demócrata, que ha gozado de una de las democracias más estables del continente, admirada en el mundo (una de las pocas cosas en las que nos admiran en el mundo es por eso), pues ahora se preste para avalar y congratularse con personas que no respetan la voluntad popular de un pueblo oprimido, flagelado y sufrido como lo es el venezolano. Eso nunca, nunca lo llegamos a imaginar en Colombia. Y no se trata de que se tenga que entrar en una confrontación con el régimen.

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No se trata de que se tengan que romper relaciones. Porque, en su momento, fuimos críticos también de esa pésima, nefasta y fracasada política del gobierno de Iván Duque, en donde condenó a los pueblos de los dos países simplemente a unas etapas de sufrimiento innecesarias. No hay que conectar con ese régimen, con la tiranía, ni mucho menos hay que romper con el pueblo. Eso está claro y es lo que dice el sentido común.

Es imposible no tener relaciones diplomáticas, unos canales abiertos, si se quiere, con el país con el que compartimos nuestra más grande frontera: una frontera porosa, llena de ilegalidades y con un paso fronterizo que transitan miles de personas todos los días.

De manera que, quien esté al lado, tirano, dictador o presidente demócrata, hay que tener un canal de comunicación con Venezuela. Eso hay que tenerlo. Lo que no significa que se tenga que asistir a la posesión de Maduro ni que se tenga que reconocer a Maduro como presidente de ese país. Nicolás Maduro ha instalado oficialmente un gobierno de mafiosos en Venezuela, en donde solamente esto tendrá una salida en tres casos:

  1. Que se les acabe el dinero. Fuera de todo el que se han robado y que se lo sigan robando, que se les acabe el dinero, que el gobierno de Venezuela se quede sin ingresos. Ese día pararán de aceitar toda su maquinaria, toda su corruptela, y ese día quizás exista una sublevación.
  2. Que las fuerzas armadas, la base, la que no está comprada, se rebele y remueva al tirano del poder y a toda su cúpula. Esto no va solamente de retirar a Nicolás Maduro de su silla. Está nada más y nada menos que, quizás, el diablo mayor: Diosdado Cabello. Y está luego el nuevo lugarteniente, Vladimir Padrino López. Y está la señora Delcy, y Tarek William Saab, y Jorge Rodríguez, y todos quienes el mundo ha venido conociendo, múltiplemente sancionados por distintos países.
  3. La tercera opción es la más improbable, es la más difícil, y es que ese pueblo venezolano vaya todo junto, millones de personas, hasta el Palacio de Miraflores, armados no solamente de valor, y le exijan a las autoridades permitir el ingreso para remover al tirano. Y, si no se permite el ingreso, pues dar lugar a una confrontación abierta, campal, cruenta, sin duda, pero que podría poner en reales aprietos al tirano. Como ha pasado en Libia, como ha pasado en Siria, como ha pasado en Italia, como ha pasado en tantos países. Nunca un dictador ha salido por la puerta de su palacio caminando porque le han pedido que deje el poder, y eso el mundo lo debería tener claro.
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A la intervención militar internacional no le damos ninguna chance de que suceda; no va a pasar, no tiene ninguna posibilidad. Y que Maduro entregue el poder en una elección en el 2030 también es francamente imposible.

Están echadas. Y sí, pues, les mandamos un saludo, un abrazo, coraje y energía a todos quienes en la base venezolana han resistido. Lastimosamente no han tenido la suerte y el liderazgo de ciertas personas para salir de semejante flagelo al cual muchísimos llevaron desde que eligieron a Hugo Chávez Frías y que, posteriormente, desde el año 2013, sus elecciones han venido siendo robadas constantemente. Y así podrán seguir pasando décadas si se mantiene el actual rumbo de la política venezolana.

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