Paloma Valencia: la figura política que mira Colombia

La elección de Paloma Valencia como candidata presidencial del Centro Democrático la proyectó como una de las figuras políticas que concentra mayor atención en Colombia.

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La elección de Paloma Valencia como la carta presidencial del Centro Democrático, definida el pasado lunes, 15 de diciembre, no lo reordenó el tablero interno del partido, sino que volvió a poner sobre la mesa una discusión de fondo sobre el rumbo político que debe buscar Colombia en el 2026 teniendo en cuenta que se vive un momento de alta incertidumbre. Su nombre, respaldado por una militancia disciplinada y una base ideológica clara, emerge como uno de los más visibles dentro del espectro de la derecha colombiana.

Paloma no es una figura improvisada. Su trayectoria parlamentaria, su dominio del discurso político y su presencia constante en los debates nacionales la han convertido en una dirigente reconocible, tanto para sus seguidores como para sus detractores. En un país atravesado por la polarización, su estilo frontal genera adhesiones sólidas, pero también resistencias marcadas. Esa dualidad, lejos de debilitarla, ha sido parte central de su capital político.

El contexto nacional juega un papel clave en esta coyuntura. Colombia enfrenta tensiones fiscales, cuestionamientos institucionales y un ambiente de desgaste frente a las promesas incumplidas por el actual gobierno. En ese escenario, sectores empresariales, ciudadanos inconformes y votantes tradicionales ven en Paloma Valencia una opción de orden, claridad ideológica y oposición firme al proyecto político que hoy dirige el país.


Sin embargo, su eventual camino a la presidencia no puede construirse solo desde la fidelidad partidista. El reto de Paloma Valencia está en ampliar su base, en dialogar con sectores que no necesariamente se identifican con el Centro Democrático, pero que buscan una alternativa creíble y estructurada. Para lograrlo, su discurso deberá evolucionar del señalamiento a la propuesta, de la confrontación a la construcción.

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Por eso, su participación en la consulta que se va a realizar el 8 de marzo de 2026 aparece como un paso necesario, incluso estratégico. La consulta no solo mide fuerzas electorales, también legitima candidaturas, oxigenan liderazgos y obliga a contrastar ideas frente a otros proyectos políticos. En un país cansado de decisiones entre cúpulas, someterse al veredicto ciudadano puede fortalecer su aspiración y darle mayor alcance nacional.

Los críticos señalan que Paloma Valencia representa una visión rígida del poder y que su cercanía con las posturas más duras del uribismo limita su capacidad de consenso. Sus defensores, en cambio, argumentan que esa coherencia ideológica es precisamente lo que el país necesita en medio de la ambigüedad política actual. Ambas lecturas conviven y definen el desafío central de su candidatura.

Hoy, Paloma Valencia no es solo la elegida de un partido; es una figura que concentra expectativas, temores y debates sobre el futuro de Colombia. Su verdadero examen no será únicamente electoral, sino político: demostrar si puede trascender su nicho natural y convertirse en una opción de país. El reloj hacia 2026 ya está corriendo. 

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