Para decirlo con todas las letras: la prohibición para que niños y jóvenes vayan al colegio y la universidad solo ahonda, y de manera muy grave, la desigualdad de nuestro sistema educativo. Y profundiza su déficit de calidad.
Por: Rafael Nieto Loaiza
Con el propósito de evitar que niños y jóvenes contagien a los mayores, el Gobierno suspendió las clases presenciales y no hay fecha de regreso. El sistema educativo tuvo como única alternativa acudir a tecnologías de información y comunicación (tics) remotas. Es la denominada “educación virtual”.
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Pero una cosa es educar y otra es instruir. La instrucción se limita a procurar la transmisión de conocimientos y la adquisición de competencias cognitivas. La educación, en cambio, busca formar el “ser”, personas dignas e íntegras. Para educar no basta, por tanto, con desarrollar la inteligencia y el saber, sino que es necesario formar personas emocionalmente equilibradas, cultas, con valores, responsables. La instrucción escolariza, la educación humaniza. El uso de tics remotas puede contribuir a instruir, pero no reemplaza la presencia que se necesita para educar.
Por eso, entre otras razones, los resultados e impactos de la educación virtual son muy distintos. Las universidades, incluyendo aquellas que no tenía cursos virtuales, se volcaron a ofrecer alternativas a distancia, con dispares resultados. Más complicado la tienen los institutos de formación técnica, porque muchos de ellos necesitan del ejercicio práctico para la transmisión adecuada del conocimiento. Pero universidades e institutos cuentan con la ventaja de que ellos no tienen educar, en el sentido más pleno, como su fin primordial.
En cambio, ese es el objetivo de los sistemas de preescolar, básica y media. En estos niveles el proceso educativo no puede limitarse a la adquisición de saberes y de competencias cognitivas. En ellos, la construcción de capacidades emocionales y el aprendizaje de valores son las claves. Y para eso es indispensable la convivencia, el intercambio con los compañeros y maestros, el juego, la vida en comunidad. Solo así, además, es posible aprender a autocontrolarse y comunicarse asertivamente, a colaborar y trabajar en equipo, a deliberar y tomar decisiones, a construir reglas y respetarlas, a reconocer la diversidad y participar en los procesos democráticos.
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Por otro lado, no tenemos suficientes nuevas tecnologías y, cuando las hay, los maestros, en su inmensa mayoría, no están capacitados para hacer uso de ellas. Para rematar, solo el 53% de los hogares en Colombia tiene conexión a internet. Es decir, la mitad de las familias está por fuera de la “educación virtual”.
Para decirlo con todas las letras: la prohibición para que niños y jóvenes vayan al colegio y la universidad solo ahonda, y de manera muy grave, la desigualdad de nuestro sistema educativo. Y profundiza su déficit de calidad.