Paro homicida

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La muerte en cifras es impersonal, no duele, pero los 550 colombianos que murieron de COVID el miércoles 9 de junio no eran una estadística, sino las víctimas de carne y hueso de un “paro homicida”, que mata el empleo y la subsistencia de los más necesitados...


Por: José Félix Lafaurie

… y también a quienes caen, por desgracia, en la cadena de contagio de alguien que estuvo con alguien, que bailó y gritó en “marchas pacíficas”, que no lo son, porque matan personas con nombre y apellidos, que no marchaban; que tenían planes… y tenían sueños.

La muerte con nombre y apellidos es cercana… y dolorosa. Pedro Eduardo Sánchez fue uno de los colombianos que murieron ese día. Trabajó conmigo por más de 20 años; leal, siempre dispuesto, también tenía planes… y sueños para su hijo, que hoy lo llora.

Remberto Burgos, amigo y prestigioso neurocirujano, ha visto entorpecida su tarea de sanar enfermos y salvar vidas por los bloqueos y el colapso del sistema de salud. Caribe como yo, en memorable columna que se volvió viral, califica de “INFAMES” a los líderes del paro que, cínicamente y posando de epidemiólogos, afirman que las marchas nada tienen que ver con los contagios. Por eso los llamo “homicidas”. No en vano, para Remberto “esto dejó de ser un paro y se convirtió en masacre colectiva”.

Pero no son solamente las vidas las que están en riesgo, sino el país, su institucionalidad, su democracia. Por ello, la senadora María Fernanda Cabal, en carta abierta al presidente Duque, afirma que lo que vive Colombia “no es una protesta social, es un intento de golpe de Estado posmoderno”, una aventura populista al estilo Chávez-Maduro, que aprovecha las angustias populares y, con ánimo carroñero, se ensaña en su recrudecimiento por la pandemia; montada sobre la mentira mediática para deslegitimar al país; liderada por la izquierda y sectores de centro, ingenuos o hambrientos de poder. Y lo más grave, apoyada por instancias internacionales disfrazadas con la piel de oveja de los Derechos Humanos.

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El Ultra K, con ese nombre de remedio, es la enfermedad argentina del Kirchnerismo radical populista, adorador de Cristina. Uno de sus diputados, el señor Fagioli, vino a ver por un solo ojo y escuchar por un solo oído, y tuvo tiempo de animar golpes de Estado para “sacar a ese viejo” (Duque), y sumarse al presidente Fernández para acusar al gobierno de “violencia institucional”.

La Misión de Solidaridad Internacional y Derechos Humanos es otra ONG, con otros argentinos que, alegremente, concluyeron que Duque está “cazando colombianos” en una masacre que pretende ocultar al mundo. Vivanco, de HRW, con años buscando deslegitimar a nuestra Fuerza Pública, titula su informe con una generalización miserable: “Brutalidad policial contra manifestantes”.

Y claro, la CIDH, cuya presidenta comulga con el Comité del Paro en la legitimidad de los bloqueos como forma de protesta, escucha con ese sesgo a las “organizaciones sociales”, pero desoye a los gremios que pedimos audiencia, y solo “le regala” 45 minutos al Consejo Gremial Nacional, a los empresarios que generan los empleos que piden a gritos, mientras los destruyen a golpes de vandalismo y bloqueo.

Discúlpenme la expresión, pero más pendejos nosotros, que dejamos entrar a los interesados en desestabilizar a Colombia y entronizar el Socialismo. A la CIDH, si realmente no es un club de “amiguetes” con libreto aprendido, si realmente escuchó al Gobierno también, la invito a recomendar la suspensión de las marchas y rechazar los bloqueos; la invito… a visitar una sala de urgencias y conocer la cara del contagio y la muerte de un “paro homicida”.

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