Es urgente promover crecimiento económico más acelerado para poder cumplir estos objetivos.
Por: Rudolf Hommes
Es el momento de decidir qué tipo de presidente se desea. La economía es, desde luego, importante. Se necesita con urgencia recuperar el crecimiento, esta vez distribuyéndolo mejor que en el pasado. Pero hay que mirar más allá, porque está amenazada la democracia. Un segmento de la población que antes era una minoría silenciosa no esconde ahora que prefiere un gobierno de derecha liderado por una personalidad carismática que imponga su visión del mundo y de la sociedad, sin estar limitada por los preceptos y valores democráticos que predominan en una sociedad abierta que había dejado atrás el fanatismo, que defendía la pluralidad de ideas, de religiones y de estilos de vida y había decidido formalmente que la religión no se inmiscuyera en el manejo del Estado.
Debemos estar atentos al riesgo de que se pierda la libertad y se dejen de preservar derechos fundamentales. No todos los candidatos les dan importancia a estos aspectos vitales para la sobrevivencia de la armonía social, y hay unos que posiblemente promoverían un gobierno confesional en el que las iglesias impongan su parecer. Habríamos renunciado al Concordato para caer en manos de fanáticos. Otros quieren llegar al poder para quedarse indefinidamente con él, para ejercerlo a puñetazo limpio, o no están interesados en captar opinión libremente porque tienen el apoyo de barones clientelistas y le apuestan al voto amarrado o comprado.
Se debe tratar de establecer cuál de los candidatos es el que mejores garantías ofrece de que el Gobierno no favorecerá a los poderosos o, en el otro extremo, no intentará entronizar una autocracia supuestamente emanada del pueblo raso como la que ha fracasado estruendosamente en Venezuela, convertida en una plutocracia de los más corruptos, rapaz y abusiva.
Unos candidatos creen que el único camino para promover el desarrollo económico del país es bajar los impuestos de los sectores más pudientes de la población, ofrecer incentivos económicos para la inversión privada, y predican austeridad en una economía que está atorada y se resiste a crecer. Hay otros con una visión social muy desarrollada que no respetan restricciones macroeconómicas.
Las dos posiciones son indeseables. Colombia no puede dejar que se opte por el populismo, que puede hacer añicos la economía, pero tampoco debe seguir tolerando las diferencias extremas en ingreso y acceso a servicios y oportunidades que han existido tradicionalmente. Tiene que cerrar las brechas más protuberantes; por ejemplo, las que existen entre la población rural y la urbana y entre los estratos de mayor ingreso y los que viven en la extrema pobreza.
Las sociedades más exitosas del mundo, tanto en lo social como en lo económico, son las que han aprendido a reducir estas diferencias y acogen un principio social demócrata de justicia social que no permite que ellas aumenten o se pierda la igualdad de oportunidades. Colombia, en este momento, debe adquirir el compromiso de abolir la pobreza extrema en las ciudades y el campo, y de sacar por lo menos a los jóvenes más pobres de la situación de falta de oportunidades y de exclusión en la que se encuentran.
Es urgente promover crecimiento económico más acelerado para poder cumplir estos objetivos, lo que va a contribuir, a su vez, al desarrollo. Un requisito para poder hacerlo es desterrar la corrupción y renunciar al clientelismo en la administración pública para no desperdiciar recursos, organizar el Gobierno para responder efectivamente a las necesidades de la población y hacer presencia plena en todo el territorio, para que no surjan paraestados criminales o subversivos en la nueva Colombia como los que operan, por ejemplo, en Nariño o pueden tomar control en el Carare.