Por: Miguel Gómez Martínez
Seamos sinceros: ¿Quién iba a pensar que el régimen democrático británico iba algún día a la ingobernabilidad? ¿A quién se le pasó por la mente que Venezuela, el país que atrajo a millones de extranjeros seducidos por su riqueza, sería hoy un país donde el salario mensual equivale al precio de un huevo? ¿Quién imaginó que Estados Unidos, campeón del libre mercado sería el adalid del nuevo proteccionismo? ¿Quién imaginó que después de los pésimos y corruptos gobiernos de Cristina Kirchner, podría volver rápidamente al poder?
Tenemos que acostumbrarnos a pensar lo inimaginable. Leyendo la prensa especializada me encontré con el siguiente titular: “Alemania cobra un interés récord de 0,24 por ciento por su deuda a diez años”.
Tal vez por la premura que me es propia, mi primera reacción fue pensar lo obvio: las tasas de interés están tan bajas que los bonos a largo plazo no rentan casi nada. Pero caí en cuenta que algo no cuadraba. Era la palabra “cobra”.
Al leer la nota entendí que no había un error ni lo que los periodistas llaman “diablillo de imprenta”. ¡Alemania está cobrando por recibir liquidez a largo plazo! La tasa de interés es negativa en 0,24 por ciento (-0,24%) a diez años.
Para quienes estudiamos economía en épocas inflacionarias, era obligatorio abordar el concepto keynesiano de la trampa de liquidez. Según Keynes, cuando el nivel de la tasa de interés real es muy bajo, los agentes económicos prefieren mantener sus activos de forma líquida y aprovechar oportunidades de negocio que se presentan.
Mantener el ahorro en colocaciones no resulta racional pues el costo de oportunidad es alto. En este escenario, la demanda por recursos líquidos tiende a infinito y se pueden presentar fenómenos de hiper-inflación.
Eso era válido en épocas inflacionarias. Pero en esta fase histórica caracterizada por un largo período de exceso de liquidez y bajas tasas de inflación, el concepto de trampa de liquidez no es lo de antes.
Hoy hay más preocupación por la posible recesión y el espectro de la deflación. Esta es una crisis de sobre- producción no de escasez. Si las tasas de interés son el costo del dinero, entonces el dinero no vale hoy nada.
La política monetaria está llegando a su límite de efectividad. Cuando las tasas son negativas como en la Alemania de hoy o como lo han sido en Japón durante décadas, los parámetros financieros no pueden ser interpretados de la misma forma. Si tengo que pagar para que me reciban mi liquidez, algo está terriblemente mal.
¿Y Colombia? Pues estamos en otro escenario. Mientras la inflación cede a nivel mundial, aquí resiste impulsada por los precios públicos, la devaluación, la caída de la vía al Llano y la baja productividad.
El Banco Central habría podido subir la tasa base con el argumento de que el acumulado está por encima de la meta del 3 por ciento. Pero se ha contenido pues considera que el repunte de los precios es temporal y que el crecimiento podría resentirse.
Casi nada es como antes. Acostumbrémonos a ello.