¡Pilas, se abrió la temporada de promesas!

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A casi de un año de las elecciones presidenciales es importante tener en cuenta estas tres recomendaciones para evaluar las propuestas, promesas e ideas que suelen repetirse en época electoral.


Por: Andrés Julián Rendón

A casi un año de elecciones presidenciales y de Congreso es apenas normal que se abra la feria de promesas. Pero no siempre lo que se propone trae consigo la bondad propia de los anuncios; unas son ideas muy trasnochadas y además equivocadas.

Como economista, profesión por la que tengo una enorme gratitud, en especial con quienes me llevaron a ella, y que me ha guiado en mi vocación de servicio público, quisiera compartirles tres análisis para que los ciudadanos tengan una actitud crítica, estén alertas en esta temporada y puedan desechar tanto globo que sueltan.

Comencemos: uno de los llamados más frecuentes ha sido el de tener una economía más protegida de la competencia externa. Desconoce esta propuesta un hecho irrefutable desde hace más de 200 años, resultante en que las familias y las economías ganan con el intercambio. Esto gracias a la especialización y, en consecuencia, a un acceso más barato a bienes y servicios que producen los distintos países. Pensemos en que solo pudiéramos consumir algunos de los bienes que profusamente producimos en Colombia -café, petróleo y coca- para entender lo absurdo que podría ser cerrarnos al mundo.

Sigamos: cada fin de año suele alzarse la voz para pedir incrementos en el salario mínimo, que desconocen el comportamiento de la inflación -el alza de los precios de toda la economía- y la productividad, esto es la cantidad de bienes y servicios que produce un empleado en una hora de trabajo. Esta petición suele fundamentarse en un propósito bastante loable, aumentar el nivel de vida de los colombianos. Sin embargo, pasa por alto, primero, que cerca de la mitad de nuestra fuerza laboral está en la informalidad, devengando muchas veces menos de un mínimo; segundo, que la evidencia histórica de las naciones prósperas da cuenta de cómo su nivel de vida y su riqueza han mejorado con la producción eficiente de más bienes y servicios. Es entonces nuestra capacidad para producir el punto clave para progresar. Esto a su vez nos lleva a encarar otros asuntos en los que no nos va muy bien como son la educación, la investigación y la innovación tecnológica.

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Finalicemos: la idea más reciente ha abogado porque el Banco de la República financie directamente al Gobierno Central para paliar la crisis fiscal. En concreto esto implica “prender la máquina de billetes”. Olvidan los promotores que la emisión de dinero, cuando se utiliza en una cantidad superior a la necesitada por la economía, genera inflación. Es decir, se desata un fenómeno peligroso que encarece todos los bienes y servicios del entorno. Adicionalmente, los más afectados con espirales inflacionarias son los más pobres, que ven esfumar su poder adquisitivo, porque los precarios activos que poseen están en efectivo. Por el contrario, los más beneficiados son los pudientes, para quienes las propiedades representan una porción importante de sus activos, que se valorizan con el alza generalizada de los precios.

Estas tres cuestionables ideas, de ser implementadas, nos dejarían a todos peor, especialmente a los beneficiarios en cuyo nombre se impulsan. Cerrar la economía restringe el acceso barato a bienes y servicios que no producimos; concentrarnos en el salario mínimo y no en la productividad ha puesto en el centro de la discusión a los sindicatos y no a los informales y desempleados, por los que nadie habla; y “prender la máquina de billetes” crea el impuesto inflacionario, el mismo que reduce el valor del dinero que tenemos en el bolsillo. Por si fuera poco, un fenómeno hiperinflacionario como el que ocasionaría esta propuesta de “emitir, emitir y emitir”, redistribuiría arbitrariamente la riqueza, haciendo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.

Una frase para recordar: El 3 de julio celebramos el día del economista; felicité a mis colegas y recordé una reflexión potente del presidente de la Reserva Federal de Dallas, Robert D. McTeer, Jr. en 2003: “Según mi parecer, una formación en economía tiene más importancia conforme avanzamos en la escalera profesional. No puedo pensar en una especialización más adecuada para un presidente ejecutivo (CEO), un congresista o un presidente”.

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