¿Por qué necesitar de un suicidio para actuar?

Es profundamente lamentable que, después de tantas y tantas personas que se han quitado la vida, la sociedad tenga que seguir esperando a nuevos suicidios para actuar y tratar de prevenir esta salida que toman algunas personas.

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Si algo bueno nos dejó la pandemia del COVID-19 del año 2020 fue que despertó la conciencia sobre la necesidad de tratar las enfermedades de salud mental. Podemos observar con detalle y detenimiento lo que les pasó a tantas personas durante la cuarentena.

Esas pequeñas fases de terror que muchos tuvieron que vivir al convivir, en algunos casos, con ellos mismos, y en otros, donde no se soportaron más con sus núcleos familiares y todas estas situaciones se expusieron mientras el mundo venía en un modo de piloto automático que en algún momento u otro iba a reventar.

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No solo se conocieron los casos de suicidio, sino también de agresiones, profundas depresiones, desesperos y grandes contingencias en estos aspectos que empezaron a sobresalir en medio de esa lucha contra el virus que el mundo no conocía.

Pero a pesar de los esfuerzos que se hicieron luego de este acontecimiento, este cisma social, aunque relevantes y oportunos, han sido insuficientes. El país conoció hace algunos días el suicidio de la médica Catalina Gutiérrez Zuluaga, quien hacía su residencia de cirugía general en la Pontificia Universidad Javeriana en la ciudad de Bogotá.

No queremos entrar en detalles en primer lugar por las investigaciones que cursan, que esperamos se ciñan a la ley y que encuentren a los culpables de lo sucedido. Porque, aunque algunos no lo crean, hay culpables de llevar a las personas al suicidio.

Es irónico que algunos médicos, encargados de cuidar y proteger la vida, sean los mismos que llevan a una persona al desesperar y al suicidio. Cuando decimos que nadie puede llevar a alguien al suicidio, desconocemos la vulnerabilidad del ser humano.

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Desconocemos lo que cada ser humano tiene en su integridad, en su formación y en su cabeza como visión del mundo. Hay personas más fuertes, hay personas más débiles, hay personas que químicamente son propensas a la depresión, a la tristeza, al flagelo. Ningún ser humano es igual a otro.

Por eso, cuando una persona abusa de otra, está cometiendo un error garrafal al no entender cómo pueden afectar sus palabras, reacciones u otras discusiones que puedan herir a esa otra persona. Es inconcebible que en un escenario de aprendizaje, y mucho menos en un entorno de médicos, esto suceda.

Ninguna persona, en ningún trabajo y en ninguna etapa de su formación académica o profesional, debe ser víctima de insultos, malos tratos, explotación laboral y de no tener espacios mínimos dignos para alimentarse, descansar, compartir con su familia y tener espacios para ejercitarse, meditar, caminar, cantar o hacer lo que quiera.

No podemos seguir esperando a que las personas se quiten la vida para reaccionar. Desde los gobiernos, las empresas y los gremios debemos atender este fenómeno que es una realidad. Si entre todos no lo abordamos, no lo contenemos y no creamos redes de apoyo, seguirá cobrando vidas.

Ojalá que una de esas vidas no sea cercana a quienes omiten esta situación, ya que solo cuando llegue un caso de esto a tocar su puerta, sentirán el terror y el horror de haber dejado a una persona abandonada a su merced en medio de una situación que termina cobrando su vida.

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