Pregunta sin respuesta

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La presión fiscal y el alto endeudamiento de los europeos es el reflejo de esta crisis de sostenibilidad.


Por: Redacción 360 Radio

Dos libros recién leídos me han obligado a plantear de nuevo la apasionante pregunta sobre la importancia de la desigualdad en el ritmo de crecimiento de los países. Escrito por James Kwak, Economism, bad economics and the rise of inequality (First Vintage Books, 2018) es un texto de fuerte contenido político rechazando los postulados de la síntesis neoclásica y neoliberal que se ha impuesto como marco de referencia del manejo económico en Estados Unidos. El segundo texto, Desigualdad (Deusto, 2017), de James K. Galbraith, hijo del inmortal John Kenneth Galbraith, es un completo y cuidadoso análisis académico sobre el problema de la desigualdad y su persistencia como problema central de la economía moderna.

Kwak argumenta que la educación económica en Estados Unidos tiene un sesgo ideológico neoliberal que condiciona el pensamiento económico sobre los temas sociales y la implementación de las políticas públicas. Los republicanos han consolidado la idea de que la desigualdad es el producto de las diferencias entre los seres humanos, que son naturales e inevitables. Desde sus clases introductorias de economía en los colegios y las universidades, se les inculca a los estadounidenses un marco teórico según el cual el mercado es el mejor sistema de asignación de recursos y la intervención del Estado es negativa para el equilibrio. Kwak afirma que esta camisa de fuerza mental ha permeado sectores enteros del Partido Demócrata que hoy compiten –nacional y localmente– con los republicanos por imponer políticas ortodoxas en materia fiscal y monetaria.

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Galbraith, por su parte, realiza un trabajo metódico para identificar las causas de la desigualdad y sus consecuencias sobre el crecimiento. La idea de la obra es que los niveles de desigualdad se convierten en obstáculos al crecimiento de una economía. Llega un momento en el proceso de desarrollo en el que es necesario enfatizar en la distribución del ingreso, pues, de lo contrario, es imposible dar el salto a la economía de bienestar. Es el caso de naciones como Corea del Sur, México o China, que tienen que corregir las desigualdades o no podrán seguir avanzando hacia el desarrollo.

La idea de que la desigualdad es el residuo de la eficiencia económica es una realidad difícil de aceptar, pero verificada empíricamente. En las etapas primarias del crecimiento, las desigualdades aumentan mientras la acumulación de capital permite la masa crítica para el incremento de la producción. Es el escenario de China en sus primeras décadas de expansión, al final del siglo pasado. A pesar de ello, ese país logró sacar de la miseria a cerca de una tercera parte de su población. Hubo, simultáneamente, más desigualdad, pero menos pobreza.

Resulta, así mismo, preocupante el paralelo entre disminución de la desigualdad y caída del crecimiento. Las naciones europeas, menos desiguales que el resto del mundo, tienen desde hace décadas decepcionantes tasas de crecimiento de la producción. Los optimistas dicen que es costo de oportunidad necesario. Los realistas se preguntan cómo se financiarán los generosos esquemas sociales que explican la equidad social sin una expansión de la economía.

La presión fiscal y el alto endeudamiento de los europeos es el reflejo de esta crisis de sostenibilidad. Igualdad o crecimiento es una de las preguntas sin respuesta de la economía.

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