El próximo presidente de Colombia

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EDITORIAL

Se hace necesario, casi de carácter imperativo, que el próximo mandatario de los colombianos tenga un discurso claro, convicciones profundas, certeza en sus creencias y sinceridad con sus compatriotas.


Hoy el Estado atraviesa un momento intenso, azaroso, inclusive crítico pero también clave en su historia, y recalcamos la importancia de la próxima elección presidencial porque ha llegado la hora de marcar prácticamente un nuevo comienzo para nuestro país.

Apartándonos de la trillada, asquienta y negativa polarización, y los egocentrismos de algunos líderes políticos, se tiene que aceptar como primer paso la situación real del país, el diagnóstico que como nación tienen sus ciudadanos que son los que a final de cuentas padecen las decisiones de quienes ostentan el poder.

Retomamos la frase tan sabia, profunda y de largo aliento de James Carville, asesor del presidente de Estados Unidos Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”. Con esta frase, se resumía en su momento la situación económica que estaba viviendo ese país de Norteamérica y los problemas cotidianos con los que tenían que lidiar los ciudadanos; fuera de eso, el vuelco necesario que tenía que dar esa nación para recuperar su economía.

Y es que hoy Colombia necesita un presidente que llegue y casi de inmediato proponga una nueva reforma tributaria, pero esta vez sí justa, equilibrada, equitativa y responsable, y también que sea consciente de la realidad que vive el país.

La semana pasada el Banco de la República bajó las tasas de interés, y lo hizo porque dejó escrito que le causa preocupación la desaceleración de la economía. La situación que se está registrando no es para nada buena, aunque el Banco baje esas tasas, las entidades financieras no están haciendo lo propio, y los consumidores no están comprando. Los hogares están paralizados y la economía se encuentra en ese mismo estado; además, el desempleo viene aumentando y aunque la inflación viene controlada hay una simple y clara realidad: las empresas pequeñas y medianas están cerrando o despidiendo gente, hay fuga de capitales y el desempleo va a seguir incrementando todo por cuenta de la pasada reforma tributaria.

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Aparte de la economía, que ya de por sí es un problema crítico y que se va a ir empeorando con el pasar de los días así el actual Gobierno lo quiera desconocer, pasamos al asunto de la seguridad, un tema elemental que es donde el próximo presidente tendrá que tener la entereza, la gallardía y sobre todo el vigor de entablar un nuevo orden en este país.

Hoy, Colombia registra en los niveles más altos posibles un jaleo, un bullicio, un desbarajuste, una desorganización completa en la ley, en el orden, en el control, en los estándares de vida y de convivencia. Tenemos un problema social y de seguridad grave: todos los días las ciudades son más inseguras, la justicia comete injusticias, los ciudadanos tienen mucho más temor de ser asaltados en las calles. Los presos en las cárceles no caben, no se reforma la justicia, y esto lo que ha traído es que hoy Colombia atraviese grandes problemas sociales y de seguridad que están padeciendo los ciudadanos.

Tenemos unas bandas delincuenciales que están creciendo a un ritmo desmesurado, descomunal y sobre todo sin control, demostrando una vez más el Estado su ineptitud e insuficiencia para llenar los espacios vacíos y hacerle frente a las amenazas ilegales que han permeado hasta las instituciones más prestantes como la Fiscalía, en donde su director anticorrupción está capturado y siendo pedido en extradición por Estados Unidos.

Para culminar este pequeño editorial sobre el próximo presidente de Colombia, qué bueno sería que ese hombre o mujer que llegue al primer cargo de la Nación sea sincero con sus electores. Que tenga la franqueza de decir en qué cree y en qué no, en qué está de acuerdo y en qué no, en identificarse plenamente con el fin de evitar más presidentes tibios, sin convicciones, sin creencias, sin profundidad, carentes de liderazgo y credibilidad, y sobre todo que hoy Colombia necesita una persona en quien creer, un capitán que pueda ser el que dirija el barco del país a un puerto de éxito y no a chocarnos con un iceberg, como lo estamos haciendo en este momento.

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No puede ser un presidente que sea títere de alguien. No puede ser un presidente que no sepa ni diga en qué cree, tiene que ser un presidente con credibilidad, con insistencia académica, política e intelectual, y lo más importante de todo: conectado con todas las regiones del país. No un presidente que crea que Bogotá es la zona G o que esa ciudad se termina en Anapoima o en el aeropuerto El Dorado, que es lo que hoy tiene desbarajustado al país.

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