¡Qué empiece el Circo!

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Qué empiece el Circo: ¡Soy su presidente! ¡Nada ha cambiado ni nada va a cambiar! ¡Serán olvidados e infelices, pero solo lo necesario! ¡Bailemos, bailemos que no tendrán nada más que hacer!


Autor: Orlando David Buelvas Dajud

Inicia el circo donde todos tenemos las caras pintadas menos los payasos, cantan los cantores de unas y otras bandas para inaugurar el baile principal que tiene como protagonista a un caballo blanco, qué además de caballo, es congresista, su talento es la burla y el chiste es el pueblo al que representa.

Inicia la primera sesión el Congreso con una cruz medieval fijada en el techo y unas pinturas coloniales adornando el aposento. A la derecha están los de la derecha, a la izquierda están los de izquierda y en la mitad están los que se mueven con la marea.

Mientras todos se organizan ya inició el bullicio de las mismas discusiones con las que los criollos alguna vez perdieron el tiempo, solo que ya no tenemos nada que perder y no hay luchas ni reyes, hay presidentes vestidos de gala y bufones con curul.

Desde el cielo del recinto caían mariposas amarillas que morían ignoradas, bananos con nombres de muertos y se empezaban a asomar unos cuantos actores, llenos de ansias y de ambición.

El primer acto lo abre un elefante liberal de trompa pronunciada y adornos en oro, se dice puede cantar y entona salsa caleña para el público que no lo puede creer, sorpresivamente, de entre telas blancas surgen varios militares cada uno con un anillo en cada dedo de la mano siguiendo el ritmo que el elefante ha impuesto, bailando con gracia olvidando la desgracia, con una botella de aguardiente en cada mano.

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No sin menos clase, aparecen civiles armados saludando alegremente a los espectadores, quienes están todos con sus caras pintadas cuales payasos de verdad y, mientras nadie lo nota, una mujer de pelo oscuro huye con una bolsa llena de dinero sin que nadie pueda decir nada.

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El elefante termina de presentar su ritmo en la escena y todos abandonan el lugar. Poco a poco, unos pocos de tono armonioso; un poco jocoso, se dirigen al centro con su mirada gacha y descarada, son ladrones y han robado todo al público, son hombres y mujeres de corbatas rojas, azules y blancas.

Con mucha pericia y poco desdén, se acercan a sus espectadores y lanzan al cielo sus risas luego de que todos notan el robo que acaba de suceder. Por un momento el público, con cara de payaso, se sintió desconcertado, guardaron un silencio gutural, pero luego, cuando se hicieron conscientes de las caras de cada uno explotaron en risas y celebraron el robo de los encorbatados, incluso algunos que no fueron atracados lanzaban sus pertenencias al escenario para asegurarse de que el robo fuese completamente realizado. Celebraban el espectáculo, sin saber que ellos eran los protagonistas.

Tiempo después apagaron las luces, y en el más oscuro silencio un payaso entre todos fue iluminado, tal como si fuese elegido por el destino. Alzó los brazos y girando sobre sus iguales empezó a cantar y gritar:

  • ¡Soy su presidente! ¡Nada ha cambiado ni nada va a cambiar! ¡Serán olvidados e infelices, pero solo lo necesario! ¡Bailemos, bailemos que no tendrán nada más que hacer! ¡olviden el sufrimiento y la pobreza, si nadie habla de ello entonces dejará de existir!
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Acto seguido miles de payasos se tomaron el lugar, unos bailaban sobre el elefante, otros se robaban entre ellos, los más honrados se rendían y algunos llorones eran la burla del circo.

Mientras tanto, en el circo, los hombres y mujeres de corbata tomaron las sillas, ahora ellos eran los espectadores del verdadero espectáculo, del eterno show de payasos, de las risas miserables y las lágrimas congraciadas.

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