¿Qué falta?

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Escribimos estas líneas ante la desolación de que ayer murieron 340 colombianos víctimas del Coronavirus. Mal contados, como tres veces los pasajeros que mató con una bomba puesta en avión de Avianca sobre Soacha Pablo Escobar.


Por: Fernando Londoño

Y la noche que llega. Porque según la misma fuente, el Ministerio de Salud, los contagiados por día superan los quince mil. Como en los peores momentos de la pandemia.

Dirá alguien que tantas muertes se explican porque faltaron camas UCI y médicos y enfermeras.

Veamos el tema desde la orilla opuesta. No faltaron camas ni especialistas. Sobraron pacientes. ¿Por qué?

La respuesta parece sencilla. Porque muchos colombianos no se han sabido comportar. Porque violaron las reglas del aislamiento. Porque organizaron y asistieron a fiestas bailables. Porque muchos, sobre todo jóvenes, no entendieron que el asunto era con ellos. Respuesta fácil a tan amarga pregunta. pero que tampoco resuelve nada: ¿por qué ese comportamiento estúpido e irracional de tantos?

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No vale el consuelo de recordar que en otros lugares del mundo ha pasado lo mismo, o aún cosas peores. No vale en absoluto. Tenemos que examinar lo nuestro, suficientemente doloroso y que en nada se alivia con los dolores ajenos.

El drama no se explica acudiendo a la disculpa de que las cosas han pasado entre gente alejada a los medios de comunicación, a las autoridades nacionales, a la civilización, podría decir algún despistado.

Pues no. Los problemas capitales están en las ciudades capitales. Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Barranquilla, son los epicentros de esta tragedia esquiliana. La gente más pobre se ha comportado mal, desesperada porque le falta un plato de comida. En parte eso es cierto. Pero nos volvemos a preguntar, ¿por qué han faltado esos platos de comida cuando se habla de costos extravagantes de la pandemia para el Tesoro Público? ¿No se aplicó el dinero donde debía aplicarse? ¿Se han quedado solos los pobres y no han encontrado otro camino de escape que la calle, a cualquier costo?

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¿Por qué han faltado esos platos de comida cuando se habla de costos extravagantes de la pandemia para el Tesoro Público?

 Sin duda, algo muy importante ha faltado y sigue faltando porque parece muy lejos el final.

Los entendidos advierten que estamos entrando en la tercera ola. La falta de camas UCI es dramática y el aumento de los contagios y los muertos, demoledor. La situación de Medellín parece desesperada. La ciudad con el mejor sistema hospitalario de Colombia está mandando pacientes para que se curen, o se mueran, en otros lugares. Hay colas de enfermos que esperan una cama, un tanque de oxígeno, un traslado, una esperanza.

Y en medio de este panorama de tristezas, nos consuelan con una reforma tributaria a la que le cambian cada día de nombre para que no nos anonade. Y lo mejor que se atina a decir en su favor es que viene de la mano con un bello programa de solidaridad, que le permitirá al Gobierno competir con Papa Noel en el regalo de juguetes o de dinero para comprarlos. Que llena esa meta, entonces sí, se procederá a gravar los patrimonios, confiscándolos, a obligar a los que apenas sobreviven a pagar impuesto de renta, a cargarle la mano a bienes exentos de IVA y a otras maravillas parecidas.

Importa muy poco saber si el Gobierno completará los votos suficientes para escapar de su propia quiebra quebrando al país, si podrá zafarse de la descalificación de las empresas que miden los riesgos en el mundo, con aplausos mentirosos y crueles. Eso no importa. La mermelada ha sido manjar suculento para congresos corruptos y ya vienen los costos de las campañas electorales. De los cueros salen las correas, bien se dice.

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Los días que siguen no serán felices. Porque a este panorama se suma la acción demoledora del narcotráfico. Las fronteras son asilo de muchos violentos; a la Costa Pacífica no le cabe una desventura más y las ciudades no solo están llenas de covid-19. También de las llamadas “ollas”, que completan la cuota de estímulos para los asaltantes, ladrones, embaucadores y demás especies delictivas.

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Nadie puede apostarles a las fumigaciones aéreas. Nadie a que la gente aprenda a estimar y amar, como no hace mucho ocurría, a nuestro Ejército glorioso. Nadie a que Maduro se caiga y cese el éxodo de venezolanos destrozados a Colombia. Nadie al restablecimiento de la economía, al equilibrio fiscal, a la multiplicación de las exportaciones. Nadie a la salvación de las Empresas Públicas de Medellín, que acaba de mercarse un gerente que no ha podido demostrar cuáles títulos académicos lo acreditan para semejante tarea. Nadie sabe, por consiguiente, si Hidroituango generará la energía que el país necesita y si las empresas que sucedieron a Electricaribe arreglarán sus propias cargas. Nadie sabe dónde se encuentren dos billones de pesos para rescatar Transmilenio.

Algo nos falta. Algo más difícil de conseguir que unas UCI y unos tanques de oxígeno. ¿Qué será?

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