Por: Cecilia López Montaño
Una prueba de la profunda desilusión de los ciudadanos con la política, y particularmente con quienes la ejercen, es la reducción en las expectativas sobre lo que ellos y sus comunidades pueden esperar de las gestiones de sus supuestos representantes en el alto poder del Estado. El desperdicio de los recursos públicos, los famosos elefantes blancos, la corrupción, la mala atención y la baja calidad de la educación y la salud, lejos de mostrar mejoría, cada día se observa un aumento de los casos de mayor ineficiencia y menor transparencia. Nadie sabe resolver la duda que muchos permanentemente nos planteamos, si el escándalo diario que vivimos es el producto de un mayor zarpazo a los recursos públicos o una significativa mejoría en las denuncias.
Frente a esta triste realidad, se esta dando en este país algo que se escuchaba desde tiempo atrás en otras sociedades reconocidas como víctimas de un ejercicio perverso de la política. Ante el realismo de que esa figura de líder limpio, dedicado al bienestar de la comunidad que lo elige, es solo un sueño, se opta crecientemente por perdonar el saqueo de recursos que nos pertenecen a todos, si muestran obras en beneficio de la sociedad. Sobre todo, obras físicas, que son las que más rápidamente dan prestigio en comunidades que han carecido por siglos de bienes públicos elementales para el buen vivir.
La mayoría de los caciques que caen en esta categoría, no se preocupa por mostrar obras porque saben que a la hora de las elecciones gran parte de su electorado no ha aprendido el valor de la rendición de cuentas, y se limita a las dádivas normales en el día de elecciones. Por ello si alguno de estos politiqueros muestra obras en pueblos olvidados, sin presencia estatal, a la gente no le importa que, en el proceso de construcción de estas obras, se quede en los bolsillos de ellos o de sus allegados, una parte importante de los recursos públicos. Es decir, la premisa “roba, pero hace” los lleva a apoyar eufóricamente a este tipo de líderes políticos.
Este comportamiento podría llegar a entenderse, especialmente entre los votantes en esos municipios históricamente olvidados. Pero en la medida en que se acepte esta premisa por parte del electorado, y se traduzca en más votos, la posibilidad de acabar con los grandes escándalos de corrupción muere por sustracción de materia. Por menos, por un tinto o un miserable puestico en una institución pública, se han mantenido eternamente familias de políticos que han asaltado al Estado. Imagínense que va a pasar si por fin estos personajes descubren la bondad de aplicar la idea “roban, pero hacen”. Probablemente los pueblos recibirán algo, pero este tipo de políticos se quedarán insertados de por vida en el ejercicio del poder en el país. Una verdadera tragedia, sin duda.