Salud, Vida y Sociedad: El poder de la revolución cotidiana

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Por: Irina Muskus – Cofundadora y Gerente Astra.co

Si hace solo diez años alguien me hubiera dicho que el camino hacia una mejor vida para todos puede comenzar en el carrito del supermercado, habría respondido con una sonrisa y una mirada incrédula. Pero hoy, después de más de 15 años de trabajar en la industria del retail y el consumo masivo, y tras observar a innumerables consumidores, trabajar largas jornadas en los almacenes, aprender de jóvenes compañeros de equipo y cocrear con aliados y proveedores, estoy convencida de que la salud, la sociedad y, en última instancia, la vida, son en gran medida moldeadas por nuestras decisiones cotidianas.

El impacto de nuestras decisiones diarias en salud, sociedad y vida

Vivimos en un mundo lleno de contrastes: mientras un tercio de los alimentos se desperdician, el 10 % de la humanidad duerme todos los días con hambre y más del 30 % de los adultos sufre obesidad. Sin embargo, siempre he creído y comprobado que en medio del caos hay esperanza. Nuestra capacidad de decidir, incluso en lo cotidiano, tiene el poder de transformar sistemas. Este artículo es una invitación a reflexionar sobre cómo la salud, la sociedad y la vida están conectadas, y cómo hacernos cargo de nuestras acciones puede ser la solución que tanto buscamos.

El impacto de nuestras decisiones diarias en salud, sociedad y vida

Salud

La salud es un tema que suele ser malentendido o abordado de manera individualista: “Come bien, haz ejercicio, duerme ocho horas”. Incluso un concepto como la Bioindividualidad puede parecer aislado. Este concepto nos muestra cómo cada cuerpo es único y cómo lo que nos nutre a unos puede no servir a otros.

La salud individual no ocurre en un vacío, sino en un entorno de múltiples movimientos y realidades. En América Latina, según la FAO, más del 22 % de las personas sufre inseguridad alimentaria moderada o severa, mientras que la obesidad afecta a casi el 30 % de los adultos. En Colombia, casi el 54 % de los colombianos tiene sobrepeso, el 24 % de las muertes están asociadas con enfermedades cardiovasculares producto de este, y el 10 % de los niños menores de cinco años sufre desnutrición crónica. Estas cifras tienen consecuencias colectivas: sistemas de salud desbordados, menor productividad y un impacto emocional profundo en las familias. Cuidar nuestra salud no es un acto individual, sino una responsabilidad social.

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Lo que entendemos como “salud” está cambiando. Ya no se trata solo de prevenir enfermedades, sino de crear condiciones para una vida plena y sostenible. Elegir alimentos saludables no solo beneficia nuestra microbiota, sino que también tiene un efecto positivo en la sociedad. Es una contribución al bienestar colectivo, un acto cívico que impacta la economía y el bienestar de futuras generaciones.

Sociedad

Aquí es donde toma relevancia la sociedad, ese tejido colectivo que formamos con nuestras decisiones y que hoy está fragmentado. Las desigualdades no son solo económicas, sino también nutricionales y educativas. Por ejemplo, más del 30 % de la población en América Latina enfrenta inseguridad alimentaria (CEPAL), a pesar de que la región alberga el 40 % de la biodiversidad del mundo.

Este panorama, aunque desafiante, también es una oportunidad. América Latina tiene todo para liderar un cambio: biodiversidad, creatividad y una rica cultura gastronómica. Es un momento para que, como ciudadanos, exijamos etiquetados claros y promovamos productos más responsables. Así, cada acción, desde elegir un producto hasta apoyar políticas públicas, contribuye al bienestar colectivo. Incluso me gusta invocar el concepto de “culturas regenerativas”, propuesto por Daniel Christian Wahl, que busca no solo sostener, sino regenerar lo que hemos dañado. Este enfoque implica devolver a las generaciones futuras lo que hemos degradado, transformando nuestras decisiones en actos de sanación para la sociedad y el planeta.

Vida

Finalmente, completamos este trinomio con la vida, la esencia, principio y final de todo. No hablamos solo de la vida individual, sino de la vida como un ecosistema interconectado. Nuestra existencia depende de otros humanos, animales y ecosistemas. Por ejemplo, en Colombia, más del 30 % de las frutas y vegetales dependen de la polinización (WWF). Sin embargo, la pérdida de biodiversidad amenaza estos procesos y, en consecuencia, nuestra supervivencia.

Este vínculo tan íntimo entre el cuerpo y el entorno revela una verdad incómoda: nuestra salud no solo depende de lo que comemos, sino de las decisiones que tomamos dentro de un sistema colectivo, pues cada una de ellas tiene eco. Este artículo no pretende ser un manifiesto ni una solución definitiva, sino una invitación a hacernos cargo desde nuestros actos, a apoderarnos de la innovación cotidiana. Celebro y admiro las grandes innovaciones disruptivas que nosotros mismos, los seres humanos, hemos desarrollado, pero desde mi experiencia liderando una empresa que busca acelerar la transformación de lo que consumimos hacia algo más sano, he aprendido que el cambio no siempre viene de grandes gestos, sino de pequeñas revelaciones cotidianas. De elegir un producto más saludable en un estante. De cuestionar por qué nuestras frutas viajan más kilómetros que nosotros antes de llegar a la mesa. De preguntarnos, como consumidores y ciudadanos, qué papel jugamos en esta ecuación. Innovar no siempre significa crear algo nuevo; a veces significa mirar atrás con nuevos ojos.

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En Colombia, el mercado de alimentos saludables está creciendo a un ritmo del 15 % anual, según Euromonitor, y en el mundo los productos con conceptos de mayor responsabilidad para las personas y el planeta tienen un CAGR que duplica el de los productos que no los tienen. Esto muestra una demanda creciente por el bienestar y no es solo un dato de mercado; es una señal de que los consumidores están listos para tomar decisiones diferentes, siempre que se les ofrezcan opciones accesibles, deliciosas y responsables. Porque, al final, salud, vida y sociedad son una sola cosa: la forma en que cuidamos, lo que nos rodea y lo que somos.

Los retos son grandes, pero las oportunidades lo son aún más. Las herramientas están ahí: la ciencia, la tradición, la tecnología y, sobre todo, nuestra voluntad. Porque sí, el camino hacia un futuro mejor empieza en el carrito del supermercado. Pero no termina ahí: sigue en nuestras mesas, en nuestras escuelas, en nuestras políticas y, sobre todo, en nuestras decisiones diarias. Y esos pasos empiezan aquí y ahora, con nosotros, los ciudadanos del supermercado y del mundo. La buena pregunta es: ¿tenemos la voluntad para dar el siguiente paso?

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