De secuestradores a Padres de la Patria

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El secuestro es el más abominable de los delitos. El secuestro es el más canalla y cobarde de los delitos. El secuestro es el más destructor y corruptor de los delitos.


Por: Fernando Londoño

Y las Farc fueron, y siguen siendo, una organización maldita que se ha alimentado siempre del delito de secuestro. Y Juan Manuel Santos le entregó el país a esa cadena de secuestradores contumaces, impenitentes, despreciables. Y los convirtió, válganos Dios, en Padres de la Patria.

Habríamos entendido, y haciendo el mayor de los esfuerzos aceptado, que se hiciera un acuerdo con esos malditos para que pagaran mucho menos por su crimen de lo que mandan las leyes. Lo habríamos entendido. Pero la impunidad total era impensable y política y moralmente imposible. Y sumarle a la impunidad la entrega de la Nación, de sus instituciones, de su Constitución Política, una aberración que solo cabría en la mente enferma de Santos y de quienes lo acompañaron en La Habana para consumar esta atrocidad.

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La JEP, después de tres años de no hacer nada, de robarse más de medio billón de pesos de los colombianos, acaba de imputar el secuestro a esta canalla. Tiene pruebas de más de 21.000 secuestros, con lo que llaman un subregistro espantable. La cifra verdadera triplica con creces esta acomodada verdad seudo judicial.

Estos mamertos de la JEP, elegidos magistrados por tres extranjeros comunistas y enemigos de Colombia, por una farmaceuta comunista y por un magistrado comunista han resuelto decir, por boca de Cifuentes, que se trata de un crimen de guerra.

¡¡Crimen de guerra!! Era lo que faltaba. Estos miserables narcotraficantes, estos criminales sin escrúpulos ni medida, jamás estuvieron en guerra. Dedicados a los tráficos más infames, se lucraban de la cocaína y de secuestrar a la gente. Mientas aplacaban sus pasiones más infames secuestrando las niñas campesinas, se dedicaban a la cocaína, que los hizo infinitamente ricos y a traficar con seres humanos, lo que los hizo temibles.

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Nadie sabe lo que es un secuestro, sino cuando lo ha padecido. Esa forma especial del conocimiento, que es una vivencia, no se adquiere en los libros, ni en las revistas, ni en las crónicas, ni siquiera en el llanto y el dolor de las víctimas. Solo la vivencia de ese dolor sin orillas, nos acerca a semejante calamidad.

Asaltar en una carretera, o en su finca, o en poblado o despoblado a un infeliz, hombre o mujer, para convertirlo en objeto del más inicuo negocio, no tiene nombre ni orillas. Lo que nos ha llegado en los expedientes, lo que vimos en la televisión, en los cines, en las redes, es pálido reflejo de aquellos horrores. Cuando el Mono Jojoy visitaba esos campos de concentración, que hubieran escandalizado a los nazis, los desgraciados secuestrados estaban en el mejor de sus momentos. No estaban amarrados, no los golpeaban, no los violaban. Y esas imágenes son demoledoras.

Calificar esa bestialidad de crimen de guerra es una barbaridad jurídica y una atrocidad moral. Crimen de guerra. Llevarse un inocente a la fuerza para sepultarlo en la selva. Mantenerlo amarrado, encadenado como a la peor de las bestias. Privarlo de todo: de su familia, de un médico, de sus prácticas religiosas, de su derecho al trabajo, de su dignidad como ser humano, no es un crimen de guerra. En la inmensa mayoría de los casos, los secuestrados no tenían un arma ni sabían cómo usarla. Su indefensión era absoluta.

Y luego, ponerlos a la venta. O nos pagan o lo matamos. Y esto pasaba muchas veces. Cuántas familias pagaran dos veces el rescate y una tercera por los restos del marido, del padre, del hijo. ¿Sabe eso el doctor Cifuentes? ¿Aparece en los expedientes?

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Un país en el que se roban cosas es detestable. Pero donde se roban a la gente para ponerle precio a su cabeza, es insoportable

 Nadie ha hecho la cuenta que, por supuesto a los mamertos de la JEP no interesa, de lo que el secuestro le ha costado a Colombia. Un país en el que se roban cosas es detestable. Pero donde se roban a la gente para ponerle precio a su cabeza, es insoportable. Por eso se han ido miles de colombianos, empresarios de mucho valor, jóvenes que no pudieron soportar ese horizonte, víctimas que no eran capaces de repetir la historia. Lo que eso cuesta, no tiene límites, ni números.

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Y cuántos capitales no vinieron, ni vendrán. El inversionista asume riesgos y esa es parte de su oficio. Pero el riesgo del secuestro no lo mide nadie, sencillamente porque con eso no se cuenta. Es como un regreso a la época de la esclavitud medioeval o colonial. Y nadie quiere volver a aquellas épocas por lo que tuvieron de atroces.

Crimen de guerra el secuestro. Qué linda manera de abrir el camino para las historietas que se inventarán estos desalmados. ¡En las guerras se hacen tantas cosas! Hasta se secuestra.

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