Nuevas tormentas se avecinan y una tras de otra nos abrumarán. Una inevitable recesión económica reventará en unos pocos días. Cierre de empresas, desempleo e incapacidad para cumplir con las deudas pactadas, tanto por los ciudadanos como por la industria, serán tan solo la punta del iceberg de una crisis social que hasta solo hace un par de meses era impensable.
Por: Felipe Jaramillo Vélez
No somos más que el resultado de nuestras arrogancias y nuestras imprudencias.
Poco a poco la naturaleza se nos sale de las manos y reconocerlo se hace cada vez más penoso y vergonsoso.
El eslabón más evolucionado de la raza humana se encuentra caminando de un lado para el otro, dando tumbos, carente de soluciones a los problemas que él mismo, consciente o inconscientemente, ha creado.
¿Y si esta pandemia no es lo peor que nos está pasando? ¿Y si solo fuera el comienzo de un proceso de decadencia que podría poner a la raza humana sobre las cuerdas?
¿Y si las pandemias, las grandes guerras y las hambrunas, esas que Noah Harari en su texto Homo Deus daba por conminadas, estuvieran de regreso ahora con más fuerza? ¿Cúal sería la velocidad de respuesta que tendríamos para detenerlas?
¿Cuál sería el grado de compromiso y de renuncia a nivel personal que podríamos tener para hacer frente a un bien común?
Son preguntas difíciles, pero que aún así deberían hacerse no solo por aquellos tomadores de decisiones, sino por todas las personas al unisono.
¿Y si este virus que nos descompuso fue un descuido? ¿Y si fue un error voluntario o involuntario de alguien o de un grupo de personas?
¿Y si la tecnología, esa que saldrá fortalecida de esta crisis, estuviese también a punto de salirse de control?
¿Y si la información que se le está entregando a la máquina, potenciará su autonomía hasta el punto de alcanzar la subordinación y dependencia del hombre sobre ella?
¿Estamos dispuestos a sucumbir antes que tomar decisiones de fondo frente a estos asuntos?
Nuevas tormentas se avecinan y una tras de otra nos abrumarán. Una inevitable recesión económica reventará en unos pocos días.
Cierre de empresas, desempleo e incapacidad para cumplir con las deudas pactadas, tanto por los ciudadanos como por la industria, serán tan solo la punta del iceberg de una crisis social que hasta solo hace un par de meses era impensable.
Pero como lo escribí hace algunos días en otra columna, este no será el fin, todo lo contrario, será el surgir de una era en la que la reflexión, la prudencia y el autocuidado deben salir a flote.
Una en la que se hace necesario replantear el avance desmedido de la técnica, del consumismo, así como de la sobrevaloración de algunos oficios y la pauperización de otros, para lo que se hace necesario plantear un diálogo abierto sobre lo esencial.
Uno que ponga sobre la mesa las crecientes perversiones humanas, desnudando todo aquello que nos detiene para poder trascender a una sociedad más justa, equitativa y aun, sostenible en el tiempo.
Este, por demás, no es un llamado a ningún extremo que lleve un ismo como sufíjo, todo lo contrario, es una reflexión sobre el hombre y su necesaria prudencia para que amainadas estas tormentas, ciegamente no empecemos, sin reflexión, a azuzar nuevos vientos.