Por: Wilmar Vera Zapata
Providencia es un rincón del paraíso que Colombia tiene olvidado. Bueno, para ser exactos, el gobierno (¿?) de Uribe/Duque los tiene olvidados.
Desde que el huracán Iota asoló sus costas a finales del año pasado, sus habitantes, casi todos pescadores y dependientes del turismo que se escapa de San Andrés y recorre esa montaña tirada en la mitad del mar, comprobaron que un administrador displicente e inepto es tan terrible como la fuerza desatada de la Naturaleza.
Providencia está olvidada, al garete, como un barco encabritado por una mar picada, mientras el capitán ni da la cara y se esconde como cualquier bicho en la bodega. El plan de reconstrucción comenzó con crisis, por la figura administrativa de la Gerencia de Reconstrucción, pomposo cargo que, ¿cómo dudarlo?, con millonario sueldo no ha servido para levantar sino dos casas y, de seguro, en la zona menos afectada por los vientos.
Sus habitantes llevan más de ocho meses mal viviendo en carpas y, los que tuvieron suerte, en el esqueleto de lo que fueron sus viviendas. ¿Se imagina sobrevivir en esas condiciones? Claro, ya dijo la funcionaria que son muy delicados, pero ninguna persona debe pasar por esas incomodidades, sobretodo porque los funcionarios desde Bogotá y en sus penthouses no aguantarían ni un día los peligros a los que con sus acciones los condenaron.
DEL MISMO AUTOR: Nada que celebrar
Rechazaron el apoyo de raizales que conocen los secretos de la arquitectura anti huracanes. Países caribeños ofrecieron compartir conocimiento y ayuda para levantar las viviendas, colegios y hasta el hospital, pero los “corbatas” tecnócratas prefirieron el silencio cómodo de su soberbia. La isla se llenó de policías y militares sobre los cuales hay denuncias de abusos, cuadrillas de trabajadores del continente laboran a ritmo de tortuga, son mal pagos y si se quejan los despiden de forma inmediata. Las casas con búnker que ofrecieron las cambiaron por un baño en material y no se sabe cuánto vale cada reconstrucción o reforzamiento. Los albergues siguen siendo bodegas y las iglesias que no sirven para proteger a la gente de un viento que supera los 300 kilómetros por hora. Niños y adultos padecen crisis nerviosas cuando, en la noche, escuchan impotentes sobre sus carpas el latigazo de la lluvia, recordándoles que sólo los separa de la fuerza natural y mortal unos milímetros de tela o plástico. Eso sí, altos funcionarios y sus familias los visitan como si hacer turismo de desastre fuera una nueva modalidad de viajes.
El miedo no los deja en paz, ni despiertos ni dormidos.
¿Es eso justo?
Como si fuera poco, los recursos no se ven. Los servicios públicos están por las nubes, no son constantes ni el agua, la luz o el internet y lo único que sí funciona es el abuso de las autoridades, como la Armada Nacional que sobre una reserva natural y pasando por encima a las autoridades, de la comunidad y de decisiones ambientales, está construyendo una base ilegalmente. Eso sin olvidar los vuelos humanitarios de naves como la del marido de Alejandra Azcárate, que como denuncian portales y reconocidos periodistas, siguen su trayecto humanitario cargados hacia el norte del continente.
Los habitantes, las organizaciones civiles, los raizales hacen un trabajo de resistencia que no han podido vencer ni la politiquería de funcionarios que, denuncian, sólo ayuda a sus amigos y simpatizantes ni los shows que monta el inquilino de la “Casa de Nari”, como cuando visitó la isla, saludó a unos cuántos elegidos para que sonrieran en las fotos oficiales y huyó por una puerta trasera del aeropuerto por donde entran materiales, para no encarar ni escuchar a una comisión de ciudadanos pidiendo su atención y ayuda.
Costumbre desplegada otra vez el 20 de julio pasado, tras escabullirse para no escuchar a la oposición replicar esa pieza magistral de ficción que leyó con habilidad de presentador de concurso.
La táctica de los frenteros del partido de la cuarta y quinta letra del alfabeto.
Providencia nos necesita. Sus habitantes enfrentan otra temporada de huracanes y desde su hogar el mandatario no escucha ni sus llantos ni sus imprecaciones. Obvio, en las haciendas el trinar de grillos y cigarras, así como los relinchos de caballos que viven mejor que los raizales o millones de colombianos, opacan el ruido de la inconformidad ciudadana.
Duque comparte muchas acciones con el difunto tirano de Venezuela, así como con el títere en Miraflores. Dicen que al morir Chávez, en su epitafio la oposición escribió: “Aquí yace un hombre que hizo bien e hizo mal. El mal lo hizo bien y el bien lo hizo mal”.
Hasta en eso se parecen.