Tal vez el paso evolutivo que tengamos que dar suponga volver a lo que éramos y ya no somos, un acto que a lo mejor implicaría regresar y ser un poco más pastoriles, menos dependientes de lo técnico, pero a la vez más conscientes y reflexivos…
Por: Felipe Jaramillo Vélez
Levantarnos, vestirnos e ir a trabajar justo el día después de que el confinamiento termine como si nada hubiese pasado, no sería más que un acto de profunda necedad humana.
Pretender que la cotidianidad –esa que antes muchos odiaban pero que ahora añoran– está de vuelta y pensar que todo seguirá siendo igual, sería solo una mala lectura del momento que nos tocó vivir, uno en el que la tierra se detuvo, quizás para darse un respiro a ella misma, uno en el que el hombre se obligó a limitar su libertad de movimiento para, tal vez, darse cuenta de que era la hora de voltear su mirada hacia una nueva perspectiva mucho más humana.
Es por ello que a lo mejor llegó la hora de trascender, de dar un paso adelante, lo que no significa per se, arrojarnos a lo desconocido e incluso acelerar procesos de trashumancia para dejar la historia del hombre atrás.
Todo lo contrario, quizás allí en esa historia esté la respuesta, tal vez el paso evolutivo que tengamos que dar suponga volver a lo que éramos y ya no somos, un acto que a lo mejor implicaría regresar y ser un poco más pastoriles, menos dependientes de lo técnico.
Pero a la vez más conscientes y reflexivos sobre aquellos valores fundamentales que han hecho especial a la raza humana y que se podrían resumir en cinco palabras sobre las que se podría cimentar un nuevo pacto social: sensatez, rectitud, solidaridad, equilibrio y prudencia; conceptos básicos cuya naturaleza hace innecesario acceder a mucha literatura para comprender su significado.
Dar valor a lo que “no lo tiene” podría ser un buen punto de partida para reflexionar: caminar por las calles, encontrarse en un parque con los amigos, abrazar a quien con ese contacto me llena de felicidad, mirarnos a los ojos de nuevo y no a través de una pantalla sino frente a frente, observar con ello lo perfecto y lo imperfecto que es el hombre; deberían ser todos objeto de regocijo permanente.
Volver a barajar, dejar a un lado aquello que nos genera solo pequeños falsos destellos de felicidad, limitar el consumir por consumir y el reprimir –sentimientos– por reprimir; sería ya un buen punto de partida cargado de sensatez que nos permitiría volver a recogernos en comunidad, renunciar con esto quizás, a un poco de libertad individual.
Esto último no sería mucho, en tanto es inobjetable que cualquiera que sea el escenario, tendremos que hacer algunas renuncias, en pos de lo que resulte ser una sana convivencia.
Volcarnos a producir locamente con el ansia de recuperar lo perdido, llevar la educación intensivamente a las competencias técnicas o concentrar las riquezas ante el miedo de perderlo todo, a lo mejor, no necesariamente sea el camino más prudente, pues si nos damos cuenta, esas, justamente esas, eran las prerrogativas que impulsaban a ese hombre que intentamos trascender.
Es por ello que de pronto sea esta la oportunidad de mirar nuevamente al campo con buenos ojos –otorgarle el valor que realmente tiene–, de premiar con lo justo al trabajador decente, equilibrar un poco en la balanza las cargas de la riqueza y la pobreza, revisando con ello en rectitud, justicia y a consciencia, lo que se da a unos y lo que se da a otros, sin demeritar el trabajo de nadie, pero tampoco restándole valor al de muchos que anónimamente, tras bambalinas, también hacen lo suyo, sin obtener mayor reconocimiento económico, moral o afectivo.
La vida no será la misma, pero a la vez no será tan mala y perversa como muchos desde sus oráculos vaticinan, quizás sea este un buen comienzo para que la solidaridad y la hermandad vuelvan a tener cara visible.
A lo mejor este despertar no sea una desgracia, sino por el contrario, la seña que hacía falta para rebobinar y retomar el camino, ese en el que cada acto que se hace es fruto de una reflexión profunda y consciente, esa que pone en la balanza el ego de un lado y del otro el riesgo, esa que nos permita nuevamente sopesar y valorar con prudencia la vida, acercarla al centro y alejarla de los extremos, esos que lo desequilibran todo e impiden que el hombre pueda trascender realmente.