Trump y el discurso sobre el estado de la Unión: Popularidad vs. Realidad

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Por: Juan David García


En la noche del martes 30 de Enero, Donald Trump dirigió su discurso sobre el estado de la Unión ante el Congreso de los Estados Unidos de América y el pueblo estadounidense. Es su primera intervención anual, desde que se posesionó como presidente en 2017, y es, junto con otros espectáculos como la ceremonia de los premios Óscar, los Grammy o el Super Bowl, uno de los eventos televisivos con mayor audiencia en el país, al punto de que más de cuarenta millones de personas coincidieron para verlo. Esta vez, Trump usó un tono más conciliador hacia la oposición del Partido Demócrata, y se mostró optimista frente al futuro, destacando el mejor desempeño de la economía y el repunte en las cifras de empleo, inversión extranjera, retorno de grandes industrias automovilísticas como Chrysler, que en el pasado instalaron sus plantas en México y otros países, y los planes de inversión y de bonificaciones a empleados que, tan pronto como entró en vigor la reforma tributaria aprobada a finales de 2017, anunciaron empresas tan emblemáticas como Apple o Wal Mart.

Desde luego, las posiciones más polémicas y controversiales de Trump, respecto a la inmigración ilegal y la política exterior relativa a las dictaduras de Corea del Norte, Venezuela e Irán, siguen provocando polarización en la opinión pública, en los líderes de los dos partidos y en los grupos de presión social, política y económica, tanto dentro de los Estados Unidos como en el resto del mundo. La congresista demócrata Maxine Waters, advirtió días antes que no asistiría al discurso, pues no quería gastar su tiempo escuchando a un mentiroso. Sin embargo, los hechos son contundentes, por lo menos en cuanto al éxito prematuro de la política económica impulsada durante el primer año de gobierno, en una forma en que es imposible señalar de mentirosa a la realidad, incluso si ésta no conviene a los intereses de poder de uno u otro lado del espectro ideológico.

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El caso de Trump no es único en el mundo, cuando se trata de medir o evaluar la popularidad de un gobernante más por su actitud y sus palabras, que por los resultados en el desarrollo de su gestión. Durante un año entero, la aprobación de Trump no ha superado el 39%, es decir, sigue siendo mayor el porcentaje de ciudadanos que no lo aprueban o que no simpatizan con él, o lo que es lo mismo, lo miran con hostilidad. Igualmente ocurre con Mariano Rajoy, el presidente del gobierno de España, quien desde que inició su primer gobierno en 2012, no ha sido beneficiado por las encuestas ni los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), no obstante atribuírsele la superación de la mayor crisis económica en dos décadas, que sepultó al país en 2008. José Luis Rodríguez Zapatero fue mucho más popular y simpático que Rajoy, Felipe González y José María Aznar, pero dejó a España en la bancarrota. Por su parte, Trump no es más divertido ni carismático que Obama, y este último tomó decisiones que, de haber tenido la misma resonancia mediática, le habrían costado un juicio político. Los países necesitan más gobernantes que resuelvan problemas, y menos recreacionistas o líderes que cautiven con su gran sonrisa, pues al final, la Historia juzgará a Trump más por sus logros que por los aplausos a su discurso sobre el estado de la Unión.

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