La prostitución es un problema que ha envejecido mal para la comuna 14 de El Poblado y su zona rosa: el Parque Lleras. Este parece haber reventado después de la pandemia y, por fin, se ha hecho visible ante los ojos de una ciudad que quería omitir el fenómeno, desconocerlo o esperar a que hubiese un flujo natural del mismo sin solución directa.
Por: Redacción 360 Radio
Durante finales de los años 90 y los primeros diez años del 2000, la ciudad podía diferenciar y conocer algunas zonas de tolerancia, aún sin ser declaradas oficialmente como eso; o simplemente entendían que existían algunos sectores en la ciudad en donde se podía acceder a los servicios tanto de mujeres, como de hombres y travestis. Hablamos del sector de la iglesia de la Veracruz, en pleno centro de Medellín, entre la calle San Juan e inmediaciones del Centro Administrativo La Alpujarra, y en un momento también este contexto migró hasta Industriales entre la Calle 30 y Premium Plaza.
En otros municipios como Itagüí, la prostitución era común en lugares cercanos a la Central Mayorista de Antioquia, en donde era visible una zona de moteles muy reconocida que se caracterizaba por tener una amplia oferta de servicios sexuales. Sin embargo, mientras esto sucedía – en una realidad que la ciudad conocía – las administraciones de la época creían tener este fenómeno controlado, observado y detallado, con un aparente autocontrol por parte de quienes ejercían la prostitución.
Luego del año 2012, el Parque Lleras, que era la zona ‘high’ de Medellín, fue tomando otro rumbo, otros colores y dando otras sensaciones y energías; el tipo de personas que se empezaron a ver allí era cada vez más diferente, la migración de algunos restaurantes, bares y discotecas a calles superiores a esta zona – lo que hoy se conoce como Provenza – fueron indicando que algo sucedía en el Parque Lleras, en esa congestionada y famosa calle entre la Carrera 41 y la Carrera 37; algo estaba pasando.
Los que optaron por continuar en la zona, se quedaron en Vía Primavera, una zona que estaba copada por boutiques, cafés gourmets, floristerías e incluso oficinas e inmobiliarias. Todo esto sucedía cuando la rumba en el Parque Lleras estaba enfocada en los estratos altos de la ciudad, con discotecas como Oz, Woka o Carito, bares y restaurantes de los cuales algunos continúan en la zona.
Estos lugares estaban experimentando un momento complejo de entender y gestionar, pues en sus instalaciones se empezaban a mezclar los clientes habituales con otras personas de una categoría bastante diferente, no se trataba de un asunto económico, sino del temor y el rechazo que se le tiene a la cultura del narcotráfico, a la prostitución, al sexoturismo y a esas personas que simplemente no concordaban con lugares que eran de todo el gusto de un grupo relevante de la población de Medellín.
Hoy, en el año 2021, luego de una pandemia y de 7 años continuos – entre el 2013 y 2020 – de degradación y decadencia de esta zona, la prostitución parece haberse convertido en un verdadero problema de salud pública que se tomó el corazón de la columna 14.
¿Qué fue lo que lo dinamitó? Para Clara, a quien llamaremos así, porque ha pedido la reserva de su nombre, como varias personas que mencionaremos en este artículo, lo que detonó esto fue el haber cruzado la frontera entre el Parque Lleras y la zona de Provenza. En este lugar es en donde el mayor número de trabajadoras sexuales y jíbaros – o dealers – aumentaron su presencia. A esto se le suma, el episodio que protagonizaron un extranjero y una mujer, a la que tenía amarrada por el cuello con una correa de perro y paseándola en lencería, terminó por desatar – aunque tarde – la discusión sobre el sexoturismo en la ciudad de Medellín.
Varios restaurantes desde hace tiempo venían haciéndole frente a este problema, pero esto no iba más allá de un sticker en sus cuentas de cobro diciendo no al sexoturismo o una que otra campaña cívica, incluso el derecho de admisión en establecimientos reconocidos, como sucedió incluso este año con el hotel Click Clack, uno de los hoteles más prestigiosos y visitados de Medellín, el cual se negó a que una persona con cierto tipo de vestimenta entrara al hotel y como también se lo dijo Pedro, un funcionario de este hotel a este medio de comunicación, han tenido problemas con clientes e invitados por este problema del sexoturismo, pues para ellos la calidad, el prestigio y la reputación de su hotel es prioridad y se tiene que garantizar por encima de todo.
El haber violado esta frontera desde la reactivación económica de esta zona, la posibilidad de que más peatones acudan a ella por cuenta de los cierres viales que se llevaron a cabo en la zona de Provenza, hizo que muchas trabajadoras sexuales llegaran a ese terreno que era prohibido para ellas, como la carrera 35, la carrera 33, la calle 8 a, la calle 7, la zona de la carrera 33. Empezaron a verse desde hace unos meses con más presencia de jíbaros y de trabajadoras sexuales, esta zona está desde hace un buen tiempo con la permanente presencia de narcotraficantes, de comensales que no transmiten la mejor energía en los lugares que visitaban.
Se convertía en un problema más para esta zona, no solamente el tráfico, un factor que espanta a muchas personas de este sector, los pésimos servicios de valet parking, la presencia de expendedores de droga, la presencia de trabajadoras sexuales, y más allá de eso lo que hace tres semanas viene colmando la paciencia de muchos es el exhibicionismo.
Para “Roberto”, un vigilante de un restaurante muy aclamado por esta zona de Provenza, más concretamente en la carrera 33, el problema no es directo con quienes ejercen la prostitución, ni siquiera con los jíbaros, a quienes ya estaban acostumbrados; quien vende los chicles, gomas y demás saben que debajo de sus carritos tienen un completo portafolio de drogas.
El problema es el exhibicionismo, está sucediendo en la zona de Provenza. Varias mujeres trabajadoras sexuales están exponiendo partes íntimas de sus cuerpos ante la vista de cualquier persona que pasa por allí, en medio de la vía pública. La cereza del pastel fue que hace pocos días un extranjero paseaba a una mujer en lencería sujetándola con un collar atado a su cuello mientras hacía una película.
Con eso se abre un boquete para que aumentaran las denuncias, y este fenómeno se había extendido hacia el norte del parque Lleras y de Provenza. Hablamos de la calle 10 a, de la carrera 38, de la calle 10 b y la carrera 36, la carrera 37 y la carrera 38; zonas que estaban siendo aisladas aparentemente por estos fenómenos, se convirtieron en blanco de delincuencia y toda clase de ilegalidad a personas mientras caminan o en sus vehículos, o incluso a estos vacíos les roban sus autopartes.
Ha concluido en la zona rosa de Medellín, Provenza, parque Lleras, vía Primavera, calle 10 a, entre otras, un fenómeno de delincuencia disparada, inseguridad, prostitución, drogadicción, menores de edad en clubes nocturnos, en un completo descontrol que terminó por espantar a habitantes de esta zona, lo que desvaloriza sus propiedades.
360 conversó con un propietario del edificio Soho Lofts ubicado en la calle 10 b con carrera 37, en una zona que aparentemente puede estar por fuera de esta problemática. «Julián» nos contaba que su propiedad se ha visto afectada no solo en términos de ruido sino de seguridad, de movilidad y también del valor que tiene su apartamento, considerado hace menos de siete años como un edificio exclusivo donde vivió un importante artista de reggaetón de la ciudad de Medellín.
También nos confirmó un habitante de la carrera 40 con la calle 10 a, en otro de los edificios más exclusivos del sector. «Miguel» confirma precisamente lo que nos dijo «Julián»: los problemas de movilidad, de inseguridad, de afectación visual por cuenta de la prostitución en la zona; esto desvaloriza su predio.
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Nos fuimos al otro extremo: a edificios afectados no solo por todos los fenómenos que hemos descrito, sino por el valet parking de la carrera 33. Hemos logrado conversar con varios de los residentes de la zona de la calle 6, edificios como Caracolí, Provenza Life, Ankara, entre otros. Accedieron, amablemente, a conversar con 360 y dicen que es imposible salir de esta zona porque nadie va a tomar arriendos en estos edificios por cuenta del gigantesco problema de movilidad, por causa de los valet parking que dejan mal estacionados los vehículos, por cuenta del alto consumo de drogas en las partes inferiores de sus edificios, y ahora por la presencia de trabajadoras sexuales.
En estos edificios habitan niños que están en sus balcones viendo cómo una mujer muestra partes íntimas a un cliente para convencerlo, o ve cómo llega a la carrera 32 para que se monte una de estas trabajadoras al carro y le practique un servicio dentro del carro a un cliente, esto a la vista de todos los edificios de Provenza.
Después de conversar con residentes de la zona, personal de seguridad, meseros y empresarios del sector, como conclusión han manifestado que este es un problema que ha envejecido en los últimos ocho años en la ciudad.
En la administración pasada, presidida por Federico Gutiérrez, poco o nada se hizo para controlar toda esta clase de vejámenes – así lo califican ellos – y, consideran que en el inicio de la actual administración no han conocido políticas claras sobre cómo enfrentar este fenómeno, algo que preocupa, pues cuando acuden la Policía, ellos manifiestan que la prostitución no es prohibida, no pueden hacer nada en contra de las personas que ejercen esa actividad, afirman que pueden atacar a los expendedores de drogas ilegales, pueden hacer otro tipo de acciones como requisas y controles a personas que sean sospechosas de alguna actividad ilegal, pero no cuentan con más herramientas, y esta realidad es la misma para la Alcaldía de Medellín.
La administración municipal, a través de sus programas sociales, pueden intentar persuadir a una mujer para que no siga en el ejercicio del trabajo sexual, aunque para muchas es un modelo de vida y una profesión como cualquier otra, pero para otras se ha convertido en la única salida para subsistir.
Es cierto que las diferentes alcaldías han podido hacer mucho más y la actual puede llegar más lejos frente a este asunto, pero todas se han quedado cortas, y es una realidad que no cuentan con las herramientas y los dientes necesarios para atacar el problema de raíz, de una forma determinada y eficaz sin violentar la ley, sin pasar por encima de los derechos humanos, y desde luego, tratando de poner en una balanza lo que sería el bien común, en una álgida discusión, un debate donde personas que están de lado y lado presenten sus perspectivas desde muchos aspectos.
Casandra – así se autodenomina una de las trabajadoras sexuales que accedió a conversar con 360 Radio – nos reveló parte de su perspectiva, tras una reunión casual en uno de los flamantes restaurantes de la ciudad. Ella, más allá de su llamativo nombre, no tiene la más mínima posibilidad de ser evidenciada a simple vista.
Casandra aparenta ser cualquier ejecutiva de la ciudad, con una presencia impecable y un cuerpo que, como muchos de los que se ven en Medellín, sigue el estereotipo paisa que se ha establecido desde la oscura época del narcotráfico y que se ha perpetuado con el pasar del tiempo, con un cuerpo diez de diez, una mirada penetrante, fuerte y decidida, como su voz.
Esa voz empezó a narrar la hipocresía y muchas de las mentiras que existen en Medellín, pues le ha prestado servicios múltiples a diferentes empresarios y políticos que más tarde se rasgan las vestiduras en círculos sociales y medios de comunicación, sobre la prostitución, e incluso, sobre las drogas, cuando ella les ha suministrado sustancias prohibidas en medio sus los encuentros.
Según Casandra, esos hombres poderosos son absolutamente felices en dichos momentos. Ella cobra por su servicio sexual aproximadamente $700.000 cuando el cliente es una persona colombiana, sin embargo, puede llegar a cobrar 300 USD si es un extranjero, lo que al cambio actual significaría más de $1’200.000.
Por el nivel de vida, ingresos y posición, se puede ver que es una persona que factura muy bien gracias a sus servicios a quienes la buscan.
Casandra sostiene que jamás tendrá ingresos mensuales laborando en un Call Center, un Cajero o una empresa cualquiera como asistente ejecutiva, pues en la actualidad sus ingresos están compuestos por dos ramas: primero, trabaja con una cámara web a la que sólo tienen acceso personas en el exterior; segundo, lo complementa con sus servicios sexuales, los cuales aduce, se han visto reducidos porque ella así lo ha querido, porque ahora es más selectiva. Grabarse con una cámara web le ha generado mejores ingresos en medio de una actividad tranquila y segura, satisfaciendo a los demás sin necesidad de sostener relaciones sexuales con nadie y recibiendo al día, de acuerdo con sus cifras, cerca de 2.500 o 3.000 USD.
Esta joven en la semana podría facturar 10.000 USD solamente en el negocio de webcam, por lo cual en la semana sólo atiende a 10 clientes – y con una sonrisa picaresca y en tono bastante sobrado – exclama que muchos deben hacer fila y esperar agenda, porque los servicios le dejan entre 7,5 y 9 millones de pesos. Varios de sus clientes son generosos con sus propinas, además de lo que ella denomina, «servicios adicionales».
Estamos frente a una trabajadora sexual que al mes está ingresando cerca de 72 y 80 millones de pesos, tendrá razón en que ese sueldo no lo podría devengar en otro empleo en Colombia, teniendo en cuenta que son muy escasos los que tienen ingresos similares, por lo que para Casandra, esta es una profesión que la ejerce con gusto, es su decisión, no es un delito, no está prohibida, pero hace hincapié en que no se va a parar en una esquina a esperar a que alguien pase en un carro y la llame y tampoco va a mostrar partes de su cuerpo en la calle para encontrar un cliente.
Con ella, después de un café, terminamos una conversación en la que agradecemos que devele parte de su vida y su opinión sobre el fenómeno que le ha permitido tener un estilo de vida importante, sin embargo, deja claro que todo esto se teje en medio de hipocresías, mentiras y apariencias, porque, parafraseándola, todo va en las formas y las maneras. La prostitución siempre ha existido, siempre ha estado.
Antes de irse, Casandra, con su mirada fija, afirma que, en varios edificios y hoteles lujosos de Medellín, existe una red que se encarga de suministrar clientes VIP, es una red tan grande que es imposible de desmantelar debido a que cuentan con clientes muy poderosos que no se atreven a tocar.
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Nuestra otra conversación nos lleva a una calle dentro del Parque Lleras, a un café, más exactamente de los lugares donde se puede tomar un buen café, muchos sabrán de qué lugar hablamos. Allí nos ha atendido Melany; ella, con grandes diferencias a Casandra, no solo por cómo habla, cómo se viste, cómo se peina; desde sus uñas, su labial o sus ojos, la capacidad de la mirada, la manera de expresarse, su bolso y su entendimiento del mundo hacen ver que estamos ante el día y la noche, el agua y el aceite; dos contrastes muy marcados.
Melany, quien en su mirada lleva inocencia, lleva ingenuidad, -se ve la necesidad-, también, el desconsuelo, la incertidumbre, el temor por quién se va a encontrar, por quién y cómo será su próximo cliente.
Ha accedido amablemente a conversar con nosotros; nos ha bastado pasar por este parque y pedirle desde un vehículo que conversemos. Inicialmente creyó que era para solicitar algunos de sus servicios, la hemos invitado a tomar otro café, -esta vez sin aperitivo- .
Ya se llegaba la noche, y debía irse a trabajar, tenía un servicio comprometido en un hotel cerca al parque donde nos tomábamos el café. Un hotel que en su momento fue para muchos la envidia de toda la ciudad, donde solo se encontraban estrellas, su gimnasio era el mejor de toda el área metropolitana y donde se concentraba a su vez toda la élite de la ciudad.
Hoy este hotel sigue funcionando, sigue albergando una cantidad significativa de huéspedes, pero su adn y su importancia ha disminuido, y esa conversación con Melany nos lo demuestra.
Melany nos ha dicho que está acá porque no tienen otra opción, porque realmente nunca encontró trabajo, porque aún habiendo terminado su bachillerato no le gustaba la idea de estudiar una técnica en el SENA, en alguna institución pública de orden municipal o departamental.
Ella quería estudiar medicina, pero siempre encontraba dificultades en precios, en accesibilidad, en fin, un sinnúmero de problemáticas que le impedían acceder a su sueño de ser médica, entre ello porque debía sostener a su familia, a un hermano menor de seis años; Melany nos ha confesado que se ha practicado tres abortos -algo que no entraremos a debatir ni a encasillar-, y lo contamos porque nos lo ha dicho y por ello mencionamos uno de los episodios que muchas veces debe vivir una trabajadora sexual.
No confiesa que ha querido salir, que ha buscado alternativas, que ha buscado otros trabajos; si algo le ha dejado la prostitución, según ella, es haber mejorado el inglés, entender más, escuchar y hablar. Melany ha viajado en el último año a Florida y a Panamá, en un par de ocasiones, invitada por sus clientes y eso ha sido lo único que le ha permitido salir del país, conocer otras tierras, otros aires, otras personas.
A diferencia de Casandra, el servicio de Melany cuesta para un colombiano 180.000 y para un extranjero el precio es de 100 dólares. Con una risa burlesca menciona «bueno, también dependiendo de quien sea», si veo que es un buen partido me puedo subir hasta los 200 dólares y eso sin contar los servicios adicionales.
Melany dice que nunca se prestaría y que no ha hecho un vídeo sexual con extranjeros, que se lo han pedido y que conoce a muchas compañeras que lo han hecho, que no es la primera vez y que según ella le tomó mucho tiempo en la ciudad para darse cuenta de todo lo que pasa en el Parque Lleras y en Provenza, donde se graban vídeos porno en la zona.
Melany nos ha contado que las fiestas de lunes a domingo en esta zona, con drogas, con menores de edad y con todo tipo de invitados es recurrente, que la ciudad parece que estuviera de espalda a una realidad que nadie va a combatir, porque también hace mención a una red, quizá no de la misma élite a la de Casandra, sino una misma red de narcotráfico o una red incluso de delincuencia organizada en materia de robo, de cobro, de extorciones en la zona como también la encargada de tener relación con varios hoteles de esta zona que tienen códigos y protocolos a la hora de permitir que se presten servicios sexuales dentro de sus habitaciones.
Melany dice que entiende perfectamente que la situación pueda parecer reprochable, perjudicial, penosa, para las personas que van al Parque Lleras, pero según ellas tenían que estar donde está la demanda, y la demanda de los servicios que ella ofrece está para ella en El Poblado, en este parque.
Melany dice algo muy importante: «Claro, estamos en una esquina muchas veces, a veces nos piden que nos montemos a un carro, e incluso nos toca acceder a una u otra pretensión de un posible cliente; nunca me dejaría grabar o mucho menos pasear desnuda, o hacer un vídeo por las calles de mi ciudad. Es una ciudad que quiero, que respeto y que entiendo que ha sido muy aporreada por todo lo que hemos vivido, pero tengo que comer, tengo que llevar dinero a mi casa».
Para Melany también existe algo de hipocresía, pues muchas personas de las que condenan hoy acceden a sus servicios. Melany afirma que sería importante que la ciudad avanzara en concertaciones para una zona de tolerancia, en lograr algunos acuerdos elementales con las trabajadoras sexuales, pues ellas tienen claros sus derechos y saben que no las pueden remover, que no las pueden capturar y que no las pueden llevar a una cárcel y mucho menos condenar.
Incluso el Centro de la ciudad se convirtió para ellas en peligroso, como también la calle 33, y es que no solo estaban siendo víctimas de robos, sino de fuertes golpizas por parte de clientes que aprovechaban la soledad del lugar y además, muchas trabajadoras sexuales fueron asesinadas y eran tiradas en zonas oscuras y abandonadas de Medellín.
Estar en El Poblado les permite estar más y mejor conectadas, según ellas, mejor protegidas. Tener a los clientes a unos pocos pasos y si bien considera que a muchas de sus compañeras les falta más pudor y respeto por la ciudad, entiende que la ciudad hace pasar vergüenzas, hace pasar momentos muy difíciles y tienen claro que no van a renunciar por nada del mundo a un ingreso.
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360 ha culminado esta serie de conversaciones con todos los actores de la zona, tratando de ir al fondo, al verdadero núcleo del problema, y es claro que todos están condenados a entenderse, a sentarse. La administración y las autoridades deben enfrentar lo que es ilegal: el narcotráfico, la explotación sexual de menores, explotación laboral de menores que se camuflan detrás de la prostitución.
Si no existe voluntad por parte de restaurantes, bares, discotecas y hoteles, -un sector bastante perjudicado por la pandemia-, en prohibirle el acceso a sus instalaciones a personas que vayan con trabajadores sexuales haciendo uso de un derecho de admisión, no será fácil expulsar a estas personas de la zona, como también es claro, -pues así lo establece la ley- tienen todo el derecho a ejercer su trabajo.
Para Casandra una profesión, para Melany una necesidad. Una necesidad que la ciudad debe atender, ponerle ojos, manos, de ponerle nombre y apellido, y de diseñar una estrategia integral de atención para no recuperar esto con paños tibios, ni con actividades lúdicas o didácticas, sino con decisión de rescatar los valores humanos, rescatar lo esencial, rescatar la misma dignidad humana.
Para los ilegales todo el peso de la ley, así esta pese poco por estos días; pero a la ciudadanía que no quiere este tipo de actividades hay que garantizarles espacios y entornos seguros; a los niños que están en un balcón en Provenza, a las familias que quieren ir a cenar a Provenza, a la calle Primavera o incluso al mismo Parque Lleras de una forma tranquila.
El balón está en la mitad, nadie se atreve a patearlo, muchos quieren evadir el tema, pero entre más se evade más grande seguirá siendo la dificultad; seguirá siendo un verdadero cáncer que hace metástasis poco a poco, cada año, en cada calle y carrera de esta zona de la comuna 14 de El Poblado en Medellín.