Una lección muy dura

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Ni los peores enemigos de Estados Unidos se habrían podido imaginar los hechos que este país vivió el pasado miércoles 6 de enero.


Por: Cecilia López

Hoy, esa democracia considerada en el mundo como la más sólida, la más antigua, enfrenta un desgobierno total: se desgrana el gabinete, renuncian importantes asesores, y de manera creciente aumentan las voces que piden la salida del presidente Trump a pesar de que su gobierno termina en dos semanas. 

Con el ataque al capitolio, donde murieron cuatro personas, salieron a flote deficiencias inexplicables como la incapacidad de previsión y la evidente debilidad de la policía para controlar turbas Trumpistas enfurecidas y envalentonadas. Además, se evidenció la ruptura de una sociedad que muy difícilmente puede llegar a una reconciliación, aun si Trump saliera del escenario político. Hay pánico de que se puedan repetir estos ataques violentos, de irrespeto a los símbolos de la democracia de ese país. El futuro para la presidencia de Joe Biden es tal vez el más complejo que presidente alguno de los Estados Unidos haya enfrentado. 

La gran lección para el mundo y para Colombia es que un hombre en el máximo poder de una nación puede envenenar a una sociedad, hasta el punto de quebrarla. Rabia en sus peores expresiones, desprecio y venganza contra las instituciones federales y estatales son la evidencia que el mundo ha visto. Obviamente, ese resentimiento no nació con el presidente Trump porque las profundas pérdidas de sectores que tenían mejores oportunidades fueron el campo fértil que este supo explotar para ganar el apoyo político para sus ideas, y luego, lo reforzó con distintos tipos de racismo.

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Lecciones que pueden desprenderse de esta dolorosa situación de la primera potencia mundial. En primer lugar, un tema que ha sido despreciado por los economistas ortodoxos y que hoy se ha evidenciado como nunca: que la desigualdad sí es un factor que puede desestabilizar una sociedad hasta llegar a extremos como tratar de tomarse el poder. Segundo, y tal vez una absolutamente pertinente para los procesos electorales que se avecinan en América Latina y en Colombia: la política del odio puede acabar con las bases que deben cohesionar un país, a lo que debe agregarse, que un presidente cuyo principal eje para ganar adeptos sea precisamente dividir esa nación, la quebrará. 

Colombia, una sociedad fracturada no solo por sus inmensas desigualdades, sino alrededor del tema de la paz no puede darse el lujo de profundizar esas brechas cuando la pandemia ha mostrado y profundizado muchas de esas diferencias en ingresos, en oportunidades, en ese futuro tan desigual que les espera a las nuevas generaciones. Elegir a quien incentive el odio es alimentar el fuego de la violencia que no se ha apagado en esta sociedad. Estados Unidos nos ha dado una lección muy dura y cercana a nuestra realidad. ¡Aprendamos!

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