Una nueva política de seguridad

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Dos hechos recientes demuestran, como si hicieran falta más pruebas, la necesidad de reformular la estrategia de seguridad de Santos que, con mínimos ajustes, se ha ejecutado también en este gobierno.


Por: Rafael Nieto Loaiza

El primero es el incremento de producción de cocaína hasta las 1.228 toneladas, más que nunca en nuestra historia. Obliga a reconocer que fracasó la “nueva estrategia” sobre narcotráfico pactada con las Farc.

El segundo fue el carro bomba en la Brigada 30, por cierto, también vinculado con la coca: todos los grupos armados ilegales que operan en la frontera están metidos en el narcotráfico.

El episodio mostró una falla protuberante en la inteligencia. Además deja patente que no se aprenden las lecciones del pasado. No es la primera vez que meten automóviles con explosivos en instalaciones de la Fuerza Pública.

Ambos hechos prueban que, además, el conflicto armado sigue vivo. “Disidencias” y “reincidencias” de las Farc, Eln, Epl y los carteles se enfrentan al Estado con niveles de violencia que no dejan duda del conflicto.

Más allá de las posturas sobre el pacto con las Farc, de discusiones ideológicas o partidistas, cualquier política de seguridad debería construirse desde el reconocimiento del conflicto.

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El segundo elemento es la importancia crucial del narcotráfico en la violencia. Si no le rompemos el espinazo el país no tendrá futuro.

El tercero es la peligrosísima erosión de los pilares estratégicos en que se basaron los éxitos de seguridad hasta el 2014: la voluntad política de vencer a los violentos, la cooperación ciudadana con la fuerza pública, la superioridad aérea y el fortalecimiento y sofisticación de los aparatos de inteligencia y contra inteligencia.

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La necesidad de diseñar y poner en marcha una política específica contra el homicidio es el cuarto. No podemos acostumbrarnos a vivir con tasas cuatro veces superiores al promedio mundial.

Finalmente, desde el 2019 ha emergido una nueva amenaza que, por su naturaleza mixta, heterogénea y compleja es muy difícil de enfrentar: la famosa revolución molecular disipada.

La reforma policial solo debió ser resultado de un nuevo diagnóstico en materia de seguridad y defensa y de una nueva estrategia. La Policía es un medio y, por tanto, sus características deben ser las que se necesiten para cumplir los objetivos estratégicos. La reforma, anunciada en muy mal momento, en medio de los bloqueos, solo supuso una tácita aceptación gubernamental de la verdad de las críticas formuladas a la Policía.

Además, gastos como los de un nuevo uniforme que, en circunstancias de grave crisis fiscal, son exuberantes y superfluos.

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