Por: Juan David García Ramírez
La idea de sociedad internacional, desarrollada por varios pensadores de la teoría de las Relaciones Internacionales, como Hedley Bull (autor de La Sociedad Anárquica), sugiere que ésta es una comunidad de valores compartidos por las naciones, y que la cooperación entre ellas tiene el propósito de enfrentar los desafíos del mundo actual. Los postulantes del realismo político dirían que no hay tal cosa como los valores en las relaciones internacionales, y la única razón que puede conducir a los estados a establecer algún vínculo con otros, es la búsqueda del interés nacional. Así, las diversas coaliciones, bloques regionales, organismos internacionales y cualquier iniciativa de integración como las que existen hoy, persiguen objetivos ligados a los intereses de los estados y solo se mantienen vigentes mientras su utilidad o eficacia se comprueben.
Hoy por hoy, esta última cuestión está en el centro del debate: ¿para qué sirven los organismos internacionales? ¿Qué sentido tienen en el siglo XXI la Organización de Naciones Unidas, la Unión Europea, MERCOSUR, la OTAN, la Agencia Internacional de la Energía Atómica o el Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico? Si gran parte de los problemas que desde sus inicios pretendían resolver, siguen sin solución o incluso se han agravado, es difícil encontrar argumentos para defender a muchas de ellas. El presidente de Colombia, Iván Duque, anunció la salida de nuestro país de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), expresando que la organización solo ha servido para legitimar la dictadura chavista que tiene secuestrada a Venezuela. ¡Y tiene toda la razón! Desde su creación, en 2008, su principal cometido fue hacer contrapeso a la Organización de Estados Americanos, que en la opinión de Hugo Chávez se hallaba sometida a los dictados del imperialismo yanqui. De este modo, los gobiernos izquierdistas de América Latina necesitaban un espacio para hacer propaganda antiamericana e imponer la agenda de la política exterior de Venezuela, construyendo una red clientelar a partir del suministro de petróleo y la instalación de regímenes autoritarios. Al mismo tiempo, aparentaban fomentar la democracia y la abstracta unión sudamericana.
Con el liderazgo y la buena imagen de que gozaba entonces el condenado expresidente brasileño, Lula Da Silva, se lanzaron a la piscina vacía de la famosa cooperación Sur-Sur, con ideas tan extravagantes como que para Colombia podía ser más beneficioso establecer nuevas alianzas con Guinea Ecuatorial o Zimbabwe, que acceder al mercado común de la Unión Europea o entrar por fin al club de los ganadores de Asia-Pacífico, donde ahora se encuentra el 40% del comercio global. Esas son las distorsiones que producen la ceguera ideológica y el afán de protagonismo de los autócratas. Es como si un estudiante prefiriera ser ubicado en el salón de clase de los desadaptados y con peores resultados académicos, que en el de los alumnos más destacados y exitosos.
En buena hora, Colombia tomó la decisión de abandonar un foro que no se ajusta a sus intereses ni a su visión geopolítica, optando por una política exterior más conveniente y pragmática. Fortalecer los vínculos con los Estados Unidos, a la vez que dirige la mirada a China y el escenario del sudeste asiático, son aspiraciones más grandes para un país que ha sabido mantenerse estable y que puede explotar su potencial con nuevos socios, como pueden ser las economías emergentes de mejor desempeño, en lugar de persistir en el círculo vicioso del resentimiento.