Quieran o no, les guste o no, la naturaleza ha brindado riquezas naturales a distintos países. Algunos cuentan con grandes extensiones de tierra con pocos recursos, otros, en territorios reducidos, disfrutan de ciertas ventajas, y hay quienes, sin riquezas naturales y con escaso espacio, han logrado verdaderos milagros y se han convertido en naciones prósperas. Sin embargo, también están aquellos países que han sido bendecidos con una infinidad de recursos naturales, pero simplemente no los aprovechan.
Esto ocurre debido a falsos dilemas y narrativas construidas en torno a la extracción de recursos naturales, que están ahí precisamente para ser utilizados en beneficio de la sociedad. Lo que sí es innegociable es la necesidad de responsabilidad en los procesos de exploración y extracción. No basta con que sean «amigables», como suele decirse; deben ser lo más responsables, respetuosos y solidarios posible con los ecosistemas que albergan estas riquezas.
Por ello, resulta llamativa la postura política que Colombia ha asumido recientemente sobre el petróleo y el gas. Colombia no es un país petrolero; su producción de barriles es modesta. Sin embargo, necesita tanto el petróleo como el gas.
Más allá del valor de estos recursos en sí mismos, su impacto en el empleo, la inversión, el desarrollo, el crecimiento y el funcionamiento del país es incalculable. Colombia no podría sostenerse sin estos recursos. Si no contara con petróleo, gas, carbón, oro y otros minerales, su situación podría ser incluso más grave que la de Haití.
El presidente Gustavo Petro, en su reciente visita a Dubái para un encuentro de líderes mundiales, habló de su cercanía con Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, así como de los proyectos conjuntos que pretende impulsar. Esta es una iniciativa que aplaudimos, ya que siempre será positivo trabajar con países avanzados y prósperos.
Sin embargo, lo que el presidente Petro no debería ignorar es que la riqueza de estas naciones no surgió de la nada. En el pasado, estos territorios eran desiertos inhóspitos, y cada infraestructura que hoy existe allí—carreteras, edificios, playas, centros comerciales, hospitales, transporte público, universidades y museos—ha sido construida gracias a los beneficios generados por la extracción de petróleo y gas. Curiosamente, estos países no poseen ni la mitad de los recursos naturales con los que cuenta Colombia.
Entonces, surge la pregunta: ¿cómo es posible que el presidente Petro insista en que el petróleo destruirá a la humanidad? No existe ningún estudio serio, fundamentado y académico que pruebe que la extracción de petróleo condenará al planeta. En la actualidad, el mundo avanza en la transición hacia nuevas fuentes de energía, aunque quizá no con la velocidad deseada. Sin embargo, este desarrollo no implica que deban abandonarse los recursos naturales ya disponibles.
No es tan difícil de comprender: Colombia no puede sentarse sobre una riqueza inmensa y simplemente ignorarla mientras miles de niños mueren de hambre y la pobreza extrema se expande. Es inaceptable que un país con tal potencial siga siendo altamente subdesarrollado por decisiones políticas equivocadas.
Colombia necesita explorar todo su territorio con responsabilidad, protegiendo áreas naturales y reservas ecológicas—eso no está en discusión—, pero generando riqueza para su población. Una riqueza que, además, debe ser administrada de manera eficiente y transparente. No puede repetirse la historia de municipios pobres que gastaban miles de millones de pesos en conciertos mientras su población se empobrecía aún más.
Desde este medio de comunicación, defendemos la extracción responsable de los recursos naturales. Mientras Colombia se niega a explorar, extraer y comercializar sus riquezas, los delincuentes sí lo están haciendo en todo el territorio nacional, y otros países están aprovechando los mercados que Colombia desatiende para obtener jugosos beneficios.
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