Las consecuencias para Colombia por unirse a la Ruta de la Seda

Colombia enfrenta la posible pérdida de beneficios arancelarios y nuevas restricciones migratorias si insiste en aliarse con China sin medir el costo con su socio histórico.

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Lo primero que hay que decir es que ya se están sintiendo represalias, algo absolutamente previsible tras la firma del memorándum de entendimiento para que Colombia ingrese a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. El presidente Gustavo Petro ha sido enfático y firme al afirmar que “ya estamos adentro”. Sin embargo, la canciller Laura Sarabia intentó manejar la situación con un tono más diplomático, lo cual era tanto loable como deseable, pero esa estrategia no fue bien recibida por el mandatario.

Esto no se trata, como algunos han querido hacer ver, de una supuesta dependencia de Colombia hacia Estados Unidos, ni de que seamos un peón en el tablero geopolítico o “la calle del imperio”. El asunto es mucho más simple: nuestro socio comercial más antiguo y confiable en términos de seguridad ha sido Estados Unidos. Todo puede ser objeto de mejora, y sin duda la relación bilateral tenía espacios por corregir. Pero una alianza no se fortalece acercándose al rival estratégico de ese socio en medio de una coyuntura global tensa y con Donald Trump nuevamente en la presidencia de EE.UU.

Colombia ya venía enviando señales confusas a Washington. Uno de los últimos episodios fue la intención de adquirir aviones de combate a Suecia, una compra que aún no se ha concretado. Basta recordar los trinos del presidente Petro en enero sobre ese tema, así como diversas declaraciones críticas hacia la política estadounidense. Todo esto ha encendido alertas en Washington, y según fuentes consultadas, ya hay inquietud no solo a nivel presidencial, sino en mandos medios de la administración de Trump.

Es posible que el propio presidente Trump, en medio de su gira por Arabia Saudita, Doha y Dubái, aún no esté completamente al tanto de la situación colombiana. Pero los órganos del gobierno estadounidense sí lo están. Prueba de ello es el reciente anuncio del Departamento de Estado sobre la intención de bloquear los desembolsos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para proyectos vinculados con empresas chinas en Colombia. El caso más emblemático es el del metro de Bogotá, cuya financiación está ahora en entredicho.

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Desde el Bureau of Western Hemisphere Affairs (@WHAAsstSecty), se ha reiterado que Estados Unidos se opondrá enérgicamente a los recientes y futuros desembolsos por parte del BID y otras instituciones financieras internacionales para empresas estatales o controladas por el gobierno chino en Colombia. Según la entidad, “estos proyectos ponen en peligro la seguridad de la región” y subrayan que “los dólares de los contribuyentes norteamericanos NO DEBEN utilizarse de ninguna manera por organizaciones internacionales para subsidiar empresas chinas en nuestro hemisferio”.

Asimismo, desde el Congreso estadounidense se ha expresado un rechazo categórico a la decisión del gobierno Petro. Legisladores como Michael McCaul, Dan Crenshaw, Debbie Wasserman Schultz y Tim Kaine han sido enfáticos. McCaul incluso afirmó que el presidente Trump no dejará pasar esta decisión por alto y advirtió que Colombia sufrirá consecuencias por romper su alianza con Estados Unidos y acercarse a uno de sus principales rivales. A juicio del congresista, esto “es una bofetada” y un “terrible paso para Colombia”.

¿Qué puede pasar ahora? Colombia debe prepararse para posibles consecuencias que, ojalá, no lleguen. Es previsible que Estados Unidos imponga nuevos aranceles, que se endurezca su política migratoria —tal como lo anunció Trump en enero— y que la desertificación (la cancelación de beneficios arancelarios) que ya estaba prevista, ahora sea irreversible.

Estas decisiones pueden tener impactos graves: afectarán a empresas, a la cooperación en materia de defensa y seguridad, e inevitablemente al ciudadano de a pie. Y todo esto ocurre sin que Colombia haya recibido ningún beneficio tangible de su acercamiento a China. Mientras países como Chile sí obtuvieron concesiones, a Colombia no le otorgaron ni la visa en su visita. No hubo acuerdos, inversiones ni compromisos claros. Nada.

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Como medio de comunicación, consideramos que esta ha sido una pésima jugada del gobierno colombiano. Creemos que la canciller Sarabia era consciente del costo de este movimiento y por eso intentó manejarlo con cautela. Pero el presidente se ha impuesto.

China, vale decirlo, no es un gran inversionista en Colombia. Los principales capitales en nuestro país provienen de Estados Unidos y España. Y el propósito de la nueva Ruta de la Seda es expandir el acceso de productos chinos a más de 140 países. No es que Colombia va a inundar a China con sus exportaciones; es China la que va a inundar a Colombia con las suyas, desplazando aún más la producción nacional.

Hoy, Colombia no ha ingresado formalmente a la Ruta de la Seda, aunque el presidente Petro actúe como si ya estuviéramos adentro. Lo que se firmó fue un memorándum de entendimiento, no un acuerdo vinculante. Aun así, Petro insiste en forzar esa narrativa.

Por eso, hacemos un llamado a la serenidad del presidente, de la canciller, y de los cuerpos diplomáticos. Es imperativo evitar una reacción directa del presidente Trump, porque ya conocemos el alcance y el impacto de sus decisiones. Colombia no puede permitirse una crisis diplomática con su mayor aliado estratégico por un gesto que, hasta ahora, no ha producido ningún beneficio real para el país.

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