Y es necesario decirlo de entrada: el escándalo del “fruver” es gravísimo, no solo por lo que implica legalmente, sino porque confirma lo que tantas veces se ha advertido. Demuestra, una vez más, el verdadero talante, la profunda carencia de ética y valores de personajes como David Racero. No estamos hablando únicamente de un político más que miente —porque lamentablemente esa es casi una condición sine qua non en la política nacional—, sino de alguien que ha sostenido una narrativa hipócrita y demagógica.
Durante años, Racero ha señalado a la oposición, a los partidos tradicionales, a los supuestos enemigos del cambio, acusándolos de impedir que los trabajadores tengan condiciones laborales dignas: salarios justos, prestaciones sociales, recargos nocturnos y jornadas legales. Pero, mientras sostenía ese discurso de cara al país, en privado ya conocíamos que con dineros públicos pagaba a Leonardo García para que atendiera sus fruvers. Un acto descarado y, a todas luces, delictivo.
Ahora, con este nuevo episodio, nace otro escándalo: un audio en el que se le escucha con claridad. Aunque intenta desviar la atención asegurando que le preocupa cómo se filtran las conversaciones, lo cierto es que su voz es inconfundible y sus palabras aún más. Allí dice que necesita contratar a una cajera. Pero no una cualquiera: una que además de manejar la caja, prepare jugos, barra, trapee, limpie baños, abra y cierre el establecimiento, y trabaje 13 horas al día. ¿Dónde quedó la defensa de los derechos laborales? ¿Desde cuándo en Colombia es legal imponer una jornada de 13 horas? Ni siquiera en las épocas más oscuras de la esclavitud se justificaban esas condiciones.
Y lo peor es que, además, pretendía pagarle un millón de pesos. Sin prestaciones. Un defensor de los trabajadores que, en la práctica, intentó imponer condiciones de explotación. Eso es indignante. Y que luego lo justifique diciendo que era en pandemia, es aún más miserable. La pregunta para Racero ,¿Desde cuándo la pandemia autorizó a violar el Código Sustantivo del Trabajo? ¿Acaso las empresas ganaron el derecho a evadir sus obligaciones laborales durante la emergencia sanitaria?
Pero aquí no termina la podredumbre. Siempre que aparece Racero en un escándalo, detrás está el nombre de su tío, José Luis Mallorca. El tío de todas las triquiñuelas. El operador político en la sombra. El mismo que ha tenido protagonismo en la reforma a la salud y en otras esferas del poder. Es Mallorca quien actúa como emisario de Racero ante altos funcionarios del Estado. Y en un nuevo audio, se escucha su conversación con Jorge Londoño, director del SENA, otro impresentable, en la que piden abiertamente puestos que antes eran del Centro Democrático. “Que nos den esos puestos”, dice Mallorca. Y Londoño responde, entre risas, que le dejen algo a los Verdes.
¿Este es el gobierno del cambio? ¿El que venía a combatir el clientelismo, la burocracia, la politiquería? Lo que revelan estos audios no es solo indignante: es una estafa política al electorado. En este caso específico, los puestos se estaban negociando en el departamento del Cesar. Y, como si fuera poco, un nuevo audio revelado compromete aún más a Racero en el intercambio de favores por cargos. Todo apunta a un canje: la vicepresidencia de la aseguradora Positiva —otro fortín de clientelismo— a cambio de la subdirección de Colombia Compra Eficiente. Un toma y dame descarado.
Conclusión: David Racero es un impresentable de la política colombiana. Una vergüenza nacional. Un usurpador de sueños y esperanzas. Le robó la ilusión a quienes creyeron que representaba al movimiento estudiantil, a los jóvenes, a los sectores excluidos. Traicionó a quienes depositaron en él su voto con fe en un cambio real.
Hoy queda claro que mintió, manipuló y —como esperamos que determinen las autoridades— cruzó líneas legales inaceptables. Es momento de que la justicia actúe y se le investigue con rigor. Porque Racero no solo fue un mal congresista: fue una de las figuras que contribuyó a enterrar la credibilidad de la izquierda colombiana. Confirmó, como advertimos desde el inicio, que no tiene autoridad moral, ni ética, ni vergüenza.
No tiene cara para volver a presentarse en un escenario electoral. Ni siquiera merece ser escuchado en medios de comunicación. Su único camino, si le queda algo de dignidad, es renunciar del todo a la política. Y de paso, que su tío saque las manos del erario, de las instituciones, del Estado.
Porque aunque ustedes no lo crean, aunque lo hayan olvidado, el Estado no es para servirse. Es para servir. Y ustedes solo han buscado servirse a sí mismos.
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