La historia política de América Latina, y particularmente la de Colombia, puede leerse con relativa claridad bajo la lógica del movimiento pendular. No como una ley mecánica ni determinista, sino como una dinámica recurrente en la que las sociedades oscilan entre proyectos ideológicos opuestos, usualmente como reacción al desgaste del modelo precedente.
Esta lectura tiene un anclaje clásico en la ciencia política latinoamericana. En Needler (1970), el comportamiento electoral y gubernamental de los sistemas presidenciales de la región es analizado a partir de parámetros oscilatorios entre polos ideológicos en la competencia por el poder. Para este autor, la alternancia no responde a una acumulación progresiva de extremismos, sino a un proceso de relevo condicionado por la estructura institucional, el desempeño gubernamental y el grado de solidez democrática. Allí donde las instituciones son más estables, el péndulo se desplaza sin rupturas abruptas; donde son frágiles, la oscilación se acelera y se vuelve más disruptiva. El péndulo, así entendido, no describe solo cambios de gobierno, sino variaciones en legitimidad, representación y capacidad de gobernar.
En Colombia, este péndulo adoptó durante décadas una forma particular. Antes de la Guerra de los Mil Días, el conflicto entre conservadores y liberales ya marcaba una alternancia violenta del poder. Posteriormente, con el Frente Nacional, liberales y conservadores acordaron turnarse el gobierno de manera formal, configurando un péndulo tácito y pactado que excluía otras expresiones ideológicas y que buscaba, ante todo, estabilidad. En términos estrictamente ideológicos, Colombia no había tenido un gobierno claramente identificado con la izquierda hasta el actual.
Ese antecedente resulta clave para comprender el momento presente. Colombia entra hoy en una fase pendular distinta, menos nítida y más fragmentada. Aunque todavía sea temprano para afirmarlo con contundencia, no es claro hacia dónde se moverán los votantes: centro, izquierda o derecha. El escenario está profundamente polarizado, achatado hacia los extremos, entre lo que puede denominarse uribismo y petrismo, categorías que hoy condensan identidades políticas, emociones, miedos y expectativas más que programas coherentes de largo plazo.
La llegada de Gustavo Petro al poder introduce un punto de inflexión histórico. No solo por el signo ideológico del gobierno, sino por la oleada política, discursiva y simbólica que ha traído consigo. A partir de allí, Colombia comienza a recorrer un camino cuyo desenlace permanece abierto: confirmar la lógica pendular descrita por Needler o tensionarla parcialmente. En este marco, resulta pertinente preguntarse cuáles serían las razones estructurales, políticas y sociales que podrían llevar al país a virar nuevamente hacia la derecha, después de haber estado gobernado durante décadas desde una perspectiva que, con matices, se ubicaba en el centro o en la centroderecha.
Buena parte de esta discusión se sostiene menos en datos duros que en percepciones ciudadanas. Son esas percepciones las que se traducen en votos, amplificadas por un fenómeno de polarización que incide de manera directa en las dinámicas institucionales, económicas y sociales. El péndulo no se mueve únicamente por resultados objetivos, sino por relatos, símbolos y legitimidades en disputa.
Es precisamente en este punto donde el análisis regional adquiere centralidad. El panorama político actual de América Latina muestra una convivencia simultánea de gobiernos de izquierda, centro y derecha, en un equilibrio inestable que refuerza la idea de oscilación pendular más que la de hegemonía ideológica consolidada.

Este cuadro no refleja un giro uniforme ni lineal hacia un solo polo ideológico, sino una región en recomposición, donde los electorados reaccionan frente a crisis económicas, inseguridad, corrupción y frustración con promesas incumplidas. El péndulo se mueve, pero lo hace de manera asincrónica, condicionado por contextos nacionales específicos y por la capacidad de los liderazgos para construir legitimidad.
Estas dinámicas no son menores. Permiten entender los puntos focales de la geopolítica regional, la forma como América Latina se inserta en las discusiones internacionales y el tipo de liderazgo que emerge en contextos de incertidumbre. A este proceso se suma un elemento inseparable: el populismo. Tanto de izquierda como de derecha, el populismo se ve fortalecido por la lógica mediática de las redes sociales, por la personalización de la política y por la capacidad, real o fabricada, de ciertos liderazgos para explotar el carisma, la emocionalidad y la confrontación como herramientas centrales de campaña.
En países con democracias relativamente estables, pero con economías frágiles o sociedades profundamente desiguales, el relato de la derecha parece estar ganando fuerza en términos comunicacionales. No necesariamente por la solidez de sus propuestas, sino por su eficacia narrativa frente al cansancio ciudadano. América Latina, una vez más, se mueve. El péndulo está en marcha, aunque todavía no sepamos con certeza dónde se detendrá.
En esta lectura más amplia, resulta útil recordar la advertencia de Samuel Huntington, quien sostenía que los grandes conflictos del mundo contemporáneo no se explicarían primordialmente por diferencias ideológicas o económicas, sino por reconfiguraciones más profundas de identidad cultural y moral. Desde esa perspectiva, los virajes políticos pueden entenderse no solo como oscilaciones ideológicas coyunturales, sino como expresiones de reanclajes identitarios que reaparecen cuando los marcos ideológicos pierden capacidad
explicativa y movilizadora:
“La hipótesis aquí defendida es que la fuente principal de conflicto en este mundo nuevo no va a ser primariamente ideológica ni económica. Las grandes divisiones del género humano y la fuente predominante de conflicto van a estar fundamentadas en la diversidad de culturas. (…) La identidad de civilización va a ir adquiriendo una importancia cada vez mayor en el futuro.”
En este sentido, pues esta metáfora de alguna manera no sirve para entender cómo se ha comportado América Latina en los últimos años, pero el centro principal de mi opinión está determinada en la legitimidad que hay de cara a los movimientos que se están dando y de acuerdo con las principales razones del por qué se debilita la legitimidad y por qué el poder termina siendo sucedido a través de la proyección de los discursos, de los carismas, de los distintos actores y en su efecto pues esos carismas terminan convenciendo y fortalecen de alguna manera el discurso de cara a cómo se enc uentre la mesa, si con cuatro patas sólidas o con algunas patas que generen inestabilidades de acuerdo con la gestión desarrollada en distintos frentes, en la gestión del orden público, en la gestión de la economía, en la gestión de las desigualdades y en la representatividad, de tal manera que el péndulo se mueve alrededor de esto y que desde luego hay unas fragmentaciones claras de la institucionalidad que determina de alguna manera una fortaleza para que ese péndulo de alguna forma termine mostrándonos una representación clara entre los distintos márgenes partidistas e ideológicos y que esa representación pues la dará una alternancia del poder por los hechos y por la búsqueda de la de una visión de país que reduzca y limite las molestias o en su defecto se fortalezca sobre lo bien hecho en el gobierno que está dejando el poder con una postura ideológica política y una gestión cuestionable sin dejar el matiz de la polarización a un lado la legitimidad es lo que se juegan en busca de llegar al poder para ejercer la autoridad.
Por: Andrés David Rico Salazar- @AndresDRico