¿Es la corrupción algo tan normal y común de escuchar como colombianos? ¿Tenemos realmente una cultura corrupta en nuestra sociedad? ¿Estamos cansados de la corrupción realmente?
Estas y más preguntas me surgieron al enterarme del reciente caso de corrupción en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo y Desastres (UNGRD), donde la forma tan cínica en que se planeó todo deja en evidencia la profundidad del problema. Según varias fuentes, este escándalo involucra a congresistas y altos funcionarios del gobierno, con presunciones de soborno relacionadas con carrotanques en La Guajira. Inicialmente se hablaba de $380 mil millones de pesos, pero una investigación reveló que la cifra asciende a más de $1 billón de pesos.
Respondiendo a la primera pregunta, parece que la respuesta lamentablemente es «Sí». Para todos es obvio que la corrupción parece ser omnipresente y no es algo de lo que dejemos de escuchar. Ni siquiera el “Gobierno del cambio” ha logrado frenar lo que parece ser un problema crónico en el país. Según un informe, más de $50 billones recaudados en impuestos se desfalcan anualmente debido a la corrupción en el país.
La influencia de actores privados y grupos ilegales en las decisiones políticas y administrativas debilita las instituciones. La corrupción electoral, donde los candidatos compran votos o reciben financiación ilegal, perpetúa un círculo vicioso de corrupción y gobernanza ineficaz en el país.
El último estudio de Transparencia Internacional, presentado en el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), califica a los países de 0 a 100, donde 100 indica un país muy transparente y 0 uno muy corrupto. Para el año 2023, Colombia obtuvo 40 puntos, ubicándose en el puesto 87 entre 187 países, evidenciando la gravedad del problema.
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Para la segunda pregunta, la cultura es algo que se construye y, desgraciadamente, en Colombia cargamos con una historia de violencia y corrupción desde la época de la conquista hace más de 200 años. Desde la República de Nueva Granada con la época de la Patria Boba, seguido de la violencia bipartidista entre Liberales y Conservadores que sellaría las rivalidades entre las élites partidarias con el pacto del Frente Nacional, donde se repartirían el poder y cargos públicos en el país. Esta acción, fomentada por una cultura corrupta, dio paso a la formación de los grupos guerrilleros que conocemos actualmente.
Otros casos más notorios fue el escándalo del Proceso 8.000 en 1995, que vinculó la campaña del expresidente Ernesto Samper con el narcotráfico. Más tarde, la parapolítica reveló vínculos entre políticos y grupos paramilitares, resultando en la condena de varios congresistas y funcionarios. El caso Odebrecht, donde se descubrió que la empresa pagó sobornos para obtener contratos de infraestructura, es otro ejemplo de corrupción a gran escala. Recientemente, los casos de Nicolás Petro, las chuzadas entre Laura Sarabia y Armando Benedetti, y otros más, continúan alimentando la indignación pública.
La respuesta a la tercera pregunta es clara: el descontento, desconsuelo e impotencia son evidentes cuando surge un nuevo caso de corrupción. La sociedad está cansada de este tema que desangra al país. ¿Cuántas bocas se podrían alimentar con el dinero desviado en La Guajira, el Choco? ¿Cuánto se podría haber avanzado en la eliminación de la pobreza en todo el territorio del país? ¿Cuántas obras de infraestructura de calidad podríamos tener? ¿Qué nivel de desarrollo tendríamos en educación, competitividad, productividad y tecnología?
La impunidad en muchas ocasiones es un problema grave. Pocos casos de corrupción resultan en condenas y, cuando lo hacen, las penas suelen ser leves, con casa por cárcel y después disfrutando de lo robado. La justicia selectiva y las demoras procesales desalientan las denuncias y la persecución de los corruptos. Los mecanismos de control y auditoría son frecuentemente ineficaces. Instituciones como la Contraloría General y la Procuraduría General, aunque importantes, no han sido las más eficientes para combatir la corrupción.
La corrupción en Colombia tiene raíces profundas y un impacto devastador en el desarrollo económico y social del país. La corrupción no solo roba recursos económicos, sino también la esperanza y el futuro de nuestros ciudadanos. Para combatirla, es fundamental fortalecer las instituciones, mejorar la transparencia y la rendición de cuentas, y fomentar una cultura de integridad y ética. Aunque esta tarea parezca difícil, es esencial intentar construir un país más justo.